Estaba frente a ella. Mis ojos buscaban los suyos con la esperanza de leer su alma, pero cuando los encontraba, los míos huían. El lenguaje del silencio. Dulce, dulce espera y agonía, que me hiela y adormece, para así no poder meditar lo que en un futuro vendrá. El frío torturaba mi cuerpo, el cual hacía un esfuerzo sobrehumano para que no pudiera sentirlo. Luces, luces que viajaban a una velocidad, que se difundían en el espacio y vagaban tristes por el camino, que bailaban el suave canto de la monotonía. Personas, que cada vez más invisibles, que cada vez me importaban menos, pues yo era una de ellas. Inmóviles, el reflejo de un instante que los dos construimos. Palabras de amor que no eran mencionadas.
Poco a poco, un magnetismo nos iba uniendo lento, tan lento, que mi corazón pedía auxilio mientras mi alma se sofocaba. Bello, bello todo lo que pudiese imaginar y el aire que nos pudiese rodear. Por cada giro de nuestro rostro, un ardiente roce se producía entre nosotros, roce que encendía y avivaba una llama interna que nos consumía mutuamente. Todo era una bomba de tiempo, que estallaría tarde o temprano, dejando a más de un herido. Era una batalla, batalla que solo el más débil ganaría, y estaba ganando. Mi alma, mi corazón, mi mente, mi aire, mi esencia, todas agonizando en medio de mis gritos silenciosos. Maldito, maldito el tiempo que restaba de nuestras vidas separadas. Sueños, sueños que se cumplen lentamente en un destello. De la nada surgió el todo. Un fulminante beso vino a mí, como si una bala hubiese sido detenida por mi aliento. El beso mas largo de la historia, que solo duró segundos. Frío, frío que no se rinde, pero esta vez, el frío viene de mi corazón, aquel frió de mi corazón que por fin se disipaba. Mis manos, dos hielos ardientes que se juntaron con las suyas en el vacío que había sido colmado. El momento más largo y corto de mi vida. Éramos uno, uno que disfrutaba el placer de dos cuerpos. Juntos, juntos en la oscuridad de la noche, entremedio de monstruos de colorido hierro y un aire impuro que bañaba a las sombras que caminan sin demostrar un rumbo. Sentí que algo dentro de mí murió, y volvió a nacer. Sentí el comienzo de mi vida. Principio, principio del fin. Fin que nunca acabará.