Ese día Lloré
Autor: grekosay
Textos / Reflexiones
Fecha: 28 Abr 2005 
 
Ese día lloré porque nada justificaba que me sintiera poesía por una tristeza primaveral. Fue bueno comprobar que otras muchas lágrimas anónimas se unieron a las mias formando un colectivo de húmeda sinceridad. La vivencia sigue aún dentro de mí, porque a pesar de todo y todos...los grandes sueños se derrumban bajo el peso del principo de realidad. Es verdad que "nos queda la palabra". Es verdad que somos parte de un inmenso plan de un Dios silencio que navega en la incertidumbre. Es verdad que todo cambio es una proposición honesta para la humanidad, pero quizá...desmesurada para las almas sensibles. Y en mitad de esta reflexión...profundizar en los porqués de ese día no me conducen a nada. La gloria, que tanto ha hecho del hombre un lobo entre lobos, alcanza hasta las cabezas coronadas. Que sea para bien...que sea por verdad...que sea de verdad, porque todos llegaremos al mismo punto final, donde nadie sabe decir otra cosa que nada.
Conjuro contra la derrota
Autor: Edu
Textos / Pesía
Fecha: 10 Jun 2005
 
Cuando tengo miedo, cuando el miedo
Se apodera de mí
Con su cara egoísta y sus ojos
De mala fortuna
Yo me hago un paracaídas
Entonces
Vuelo, salto, yo grito
Y la gente que siempre me regala sus ojos
Que confía en mi canto y en mis sueños
Se ríe y goza y me aplaude
Entonces me acuerdo que esto es una batalla
Que la vida misma es una batalla
Y que la primera carcajada
Despertará al payaso
A ese que a veces llevo dentro
 
Pero el público que siempre está mirándolo todo
Que siempre está esperando a un derrotado
Me mira, me pifia y me lanza huevos
Y yo que estoy acostumbrado
A los avatares de la lucha
Que no me rindo en el tercer asalto
Que no lanzo la toalla
Que no conozco otro triunfo
Que no sea el del knock-out
YO, EL MISMO, EL TRIUNFADOR Y EL DERROTADO
Me quedo parado en el ring
Con los brazos en alto
Esperando a un nuevo contrincante
28 palabras para Bush
Autor: agirregabiria
Textos / Reflexiones
Fecha: 16 May 2004

Los dirigentes mundiales olvidan lo que aprenden los escolares.
 
Muchos educadores pensamos que el texto más bello y universal escrito por la Humanidad hasta el presente es la “Declaración Universal de los Derechos Humanos”, proclamada en New York el 10 de diciembre de 1948 por la Asamblea General de la ONU. Recordemos íntegra y literalmente dos de sus treinta artículos, para apreciar su trágica pertinencia en la actualidad.
 
Art. 5º: “Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes”.
 
Art. 6º: “Todo ser humano tiene derecho, en todas partes, al reconocimiento de su personalidad jurídica”.
 
A tan precisas y contadas palabras, quizá sólo cabe añadir una reflexión de Ernesto Sábato: “El imperativo de no torturar debe ser categórico, no hipotético”.
París al atardecer
Autor: Carlos
Textos / Reflexiones
Fecha: 8 Mar 2005
 
Un paseo imaginario por la universidad medieval
 
A veces, cuando el sol enrojece los tejados de París en las tardes luminosas
que anuncian el final del invierno, una leve brisa recorre las esquinas de la Île de la Cité, mece suavemente los toldos de los cafés y tiembla entre las hojas de las revistas expuestas, junto con los libros de ocasión, a la curiosidad de los que distraen su ocio junto a las riberas del Sena. Es la hora en la que la Tour Saint Jaques se muestra altiva y soñadora, como si todavía se oyeran en torno a sus piedras ennegrecidas por el tiempo, las plegarias de los peregrinos que se congregaban junto a ella antes de iniciar su marcha hacia la remota Compostela.
 
Nunca el aire parece más diáfano, y la luz opera mil prodigios al filtrarse por las vidrieras de Notre Dame y de la Saint Chapelle. Todo nos invita entonces a desplegar las velas de la imaginación y dejar que esta atmósfera de ensueño nos transporte a épocas pasadas, cuando estudiosos procedentes de todos los rincones de Europa llegaban hasta aquí atraídos por la intensa vida intelectual de la ciudad.
 
Estamos en pleno siglo XII y París se ha convertido en un núcleo reconocido para la enseñanza de la teología y la filosofía - una universitas magistrorum et scholarium -gracias al prestigio alcanzado por maestros insignes como Pedro Abelardo, hombre extraordinario de vida tumultuosa, autor del método de las cuestiones, según el cual la verdad debe alcanzarse sopesando con rigor los diferentes aspectos de la cuestión examinada. Una muchedumbre de jóvenes ateridos bajo sus sayales remendados, se agolpan en torno a un hombre de aspecto venerable, joven todavía, que en un latín preciso va encadenando sus argumentos con habilidad portentosa. El tema que desarrolla gira hoy en torno a la naturaleza de las especies y géneros, los llamados “universales”, que en opinión del maestro no son más que nombres que carecen de existencia real fuera de la mente. Otras veces, le han escuchado hablar sobre las relaciones entre la razón y la fe o acerca de nuevas teorías que pretenden explicar la forma en que el entendimiento humano es capaz de extraer de las imágenes sensibles la esencia de las cosas y elaborar juicios. Algunos de los jóvenes que integran la audiencia se revuelven inquietos en las frías baldosas de piedra, apenas iluminadas por la luz grisácea que cae desde altos ventanales; les resulta difícil seguir el vuelo brillante del maestro. Tal vez, se encuentran todavía deslumbrados por la vida agitada y cautivadora de esta ciudad, verdadero crisol donde el pensamiento se renueva sin cesar. Una vida, que tiene poco que ver con la existencia monótona y ordenada que han dejado atrás en las llanuras polacas o a orillas del Báltico. Es posible también que su conocimiento del latín pudiera bastarles para comentar las Sagradas Escrituras en los estudios preparatorios de sus ciudades de origen, pero resulte insuficiente cuando intentan comprender los conceptos que aquí se manejan. Además, algunos de los compatriotas con los que comparten alojamiento les incitan con demasiada frecuencia a malgastar su tiempo, y su ya mermada bolsa, bebiendo cerveza y enredándose con busconas en tabernas malolientes que abren sus puertas al otro lado del río.
 
Son años de renovación en los que el mundo occidental busca nuevas formas de conocimiento que permitan al hombre aproximarse a la compresión de la creación y de la propia naturaleza divina. Durante los siglos precedentes, el pensamiento filosófico se ha venido desarrollando en total dependencia con la teología y los pensadores cristianos han construido sus sistemas a partir de elementos neoplatónicos, tomando como guía infalible el pensamiento de Agustín de Hipona. Por otra parte, Aritóteles continúa siendo la referencia fundamental de los grandes filósofos islámicos de Al Ándalus y Averroes, el más brillante quizá entre ellos, ha tenido la audacia de declarar abiertamente la primacía de la razón sobre la fe. Su influencia se deja sentir con fuerza en una ciudad como París, abierta a todos los vientos, donde sus seguidores cristianos, interpretando a su manera al sabio de Córdoba, formulan la tesis de que las verdades conocidas por la razón pueden estar en franca contradicción con la fe. Empiezan a difundirse traducciones árabes de las obras de Aristóteles, que incluyen extensos comentarios sobre ciencia natural que producen un efecto perturbador en los círculos escolásticos, familiarizados sólo con la lógica del filósofo griego.
 
Pasan los años. Está mediado el siglo XIII y en las aulas de París resuena la voz poderosa de Alberto Magno, un dominico ordenado en tierras alemanas que muestra un profundo interés por los fenómenos naturales y los escritos científicos procedentes del Islam. Al igual que Vincent de Beauvais, Alberto, el gran doctor universalis, realiza una ingente labor de recopilación de conocimientos sobre la naturaleza del mundo y las propiedades de las sustancias, facilitando la difusión de las teorías sobre la materia heredadas del mundo antiguo. Su discípulo más famoso, Tomás de Aquino, se empeñará en llevará a cabo la labor titánica de conciliar la fe y la razón, defendiendo el derecho del filósofo a investigar los misterios divinos, toda vez que la existencia de Dios puede demostrarse, según él afirma, de manera racional. Parece como si a la luz de esta teología natural, el hombre fuera a elevarse hasta rozar la mente infinita de Dios, pero otros pensadores insignes, como Duns Escoto y Guillermo de Occam, esgrimen argumentos contrarios a esa confluencia de la razón con lo sobrenatural; tal como lo entienden ellos, la voluntad divina es inescrutable y al hombre sólo le resta someterse a ella. Al negar la existencia real de ningún tipo de universales y afirmar que el entendimiento conoce a los individuos a través de la intuición, contribuyen además a impulsar la investigación empírica. El pensamiento medieval ha alcanzado ya el límite de sus posibilidades y la escolástica languidece, al tiempo que el espíritu humano se muestra cada vez más dispuesto a sacudirse los vínculos que durante tanto tiempo lo han mantenido inmerso en un mundo regido por designios que trascienden al intelecto. Se empieza a vislumbrar la llegada de una nueva era en la que el análisis racional de la realidad terminará por convertirse en la guía más firme del conocimiento, y París va perdiendo su enorme prestigio como faro del saber. En el colegio de la Sorbona, que había sido fundado hacia 1257 para dar acogida a los estudiantes pobres interesados en la teología, el discurso brillante de los grandes maestros se va hundiendo poco poco en el olvido...
 
El tiempo se nos ha pasado volando y ya los últimos rayos de sol se han consumido en el tamiz encantado de las vidrieras, dejando a las altas bóvedas sumidas en la penumbra. Fuera, las torres se contraen con gesto adusto, y los seres demoníacos que se asoman a la ciudad desde las galerías de la fachada, parecen contemplarnos con sorna. La catedral, encerrada ahora en sí misma, se nos antoja un navío fantástico que surca la inmensidad de la tarde dejando atrás una estela resplandeciente de sueños.
 
Al cruzar el Sena por el Petit Pont, el estrépito del tráfico nos devuelve bruscamente a la realidad. Un poco más adelante, nos cruzamos con una multitud abigarrada de jóvenes que se congregan en las inmediaciones de la fuente Saint Michel. Dos chicas con mochilas a la espalda, se despiden entre risas de un muchacho desgarbado con aire de intelectual, que un momento después arranca su moto y se aleja, sorteando el tráfico del bulevar. El aire, cargado de fragancias en las que se presiente la primavera, se agita con las notas estridentes de un grupo de músicos callejeros, que atacan con furia ritmos latinos frente a las terrazas de los cafés. El alma de la ciudad se desborda, una vez más, por sus calles, convertidas ya en ríos de luz.
 
 
Carlos Montuenga
doctor en ciencias
Revista nº4
Sencillamente
Autor: diesel
Textos / Poesía
Fecha: 23 Dic 2004 
 
Yo podría enlazar en las palabras
un eslabón de larguísimas presencias
para deciros, amable y sencillamente,
que el hombre se inicia en su ausencia
y que es el silencio de la soledad
la voz que le oprime, que le inquieta,
que le hace llegar a la frontera
de su profunda tristeza.
 
Yo podría amanecer siempre en esa hora
que empuja al profundo pensamiento
y os diría que el camino se nos abre
cada día, cada instante, cada momento...
 
Que se abre cada día con temblores.
Que se abre cada instante con quimeras.
Que se abre cada momento con rumores.
 
Os diría que está preñado de esperanza
pero cansado de pensar si existe
o solo es un múltiple despiste
que el hombre sostiene con su holganza.
 
Que piensa quizá que sólo es sueño
pero nunca se asume como dueño
de su ingenuo y paciente resplandor.
Qu sueña que es el sueño anterior.
 
Pero lo sincero no es buscar en las ideas
sino plantarlas en cada uno de los surcos
labrados en el escenario de los hechos.
 
Y dejar que fermenten sus raíces
en la cercana estación de los helechos.
Desengaño
Autor: mari
Textos / Pesía
Fecha: 31 Ene 2004 
 
 
Tristeza e indiferencia
impregnan mi alma solitaria
que extraña tu presencia.
 
Ideas de absurdez e incomprensión
se asientan en mi cabeza casi ida
que añora sentimientos de amor y pasión.
 
 
Alfileres afilados
se clavan profundamente
en mi corazón ya helado.
 
Y en silencio me pregunto:
"¿Habré hecho tanto mal
para tener la felicidad
y perderla sin más?"
 
"¿Por qué la ilusión nos conquista,
nos invade, nos inunda
y desaparece como vagabunda?"
 
"¿Por qué el amor nace
en un corazón
si en el otro no se hace?"
 
En verdad os digo
que si esto es del destino
aceptado bien está,
aunque si ha de cambiar,
tanto mejor se aceptará
porque para bien sufrir
cuanto más cerca del morir.