Mí amado Gabriel:
Ya he visto crecer tres veces las amapolas en nuestros jardines y todavía no has regresado. Nunca pensé que tan bellas flores pudieran recordarme con su presencia el tiempo que nos mantiene alejados. Pero solo lo hace físicamente, como bien sabes, porque aún estás presente en mi corazón.
Cada día, después de recoger la casa, como tu buena esposa que soy, me siento en el jardín, frente a los niños para verles jugar mientras te escribo cartas a ratos. Hace un año que no te las mando porque sé que no te llegan pero no puedo dejar de escribirlas. ¡Necesito hacerlo! Es lo único que me mantiene cerca de ti.
A veces, llegan hasta aquí los ruidos de la guerra y sus cañones; sus fusiles… Oímos gritar a los soldados. Yo me asusto porque pienso si uno de esos hombres no serás tú. ¡Que tontería! No puedes ser tú, mi valiente soldado.
Hace un rato di de comer a los niños. Te envían saludos. No les gustan sus nuevas camas. Dicen que, cuando regreses, tenemos que hacerles algunas reformas. Yo opino lo mismo, cariño. La frase “aquí yacen Sara y Gabriel” se me hace fría y distante; tiene que desaparecer de su lapida conjunta. Deberíamos poner algo más poético. Se lo merecen, ¿no crees? Han estado muy enfermos y el médico no sabe como bajar las fiebres. ¡Si tu estuvieras aquí sabrías que hacer! Me siento tan inútil si ti… Tu inteligencia era tu fuerte, por eso ascendiste tan deprisa en el ejército.
No hablemos de estas cosas. Me ponen triste.
La casa está muy solitaria sin tu presencia y en mi cama la añoranza se apodera de mí por las noches, cuando recuerdo tus besos y tus caricias. ¿Dónde estás, amor mío? ¿Por qué te fuiste a ese lugar donde yo no te puedo alcanzar? ¿Allí donde estás más cerca de mis hijos que yo?
A veces pienso lo dura que es la vida en tiempos de guerra y mientras mis lágrimas se derraman sobre estas palabras comprendo lo sola que estoy y el daño que ha causado a mi corazón esta soledad. Por eso escribo estas cartas, para reconfortar mi malestar. Estoy triste sin tu amor. Ojalá pudiera irme con vosotros pero no puedo hacerlo. Jamás me lo perdonaríais. Así que, aquí me quedaré; en mi eterna silla de mimbre, escribiendo cartas sin coherencia; contemplando nuestras bellas tierras; viendo jugar a nuestros hijos. Soportando el lento reloj de las amapolas.
Esperando tu regreso.
Siempre tuya, Isabel.
© ® 2006, Rebeca Rodríguez.
Muy intenso tu relato, Galathea. Intenso y lleno de profundo color/dolor anímico que transporta al lector a un tiempo de coherentes singladuras entre lo ansiado y lo real. Me gustó mucho.