El Molino de Calabria (Novela) -Capítulo 2-

Estábamos los dos en el Paddy’s tomando los enamorados sin alcohol.

– ¿Qué lleva esto, Giuseppe?

– Lima concentrada, zumo de arándanos y sirope de mango. Se llaman enamorados.

Ella se quedó pensativa antes de seguir…

– Hablando de enamorados… ¿sabes que desde muy niña tenía muchos deseos de ser monja?

– No sigas. ¿Estuviste estudiando con las carmelitas descalzas antes de llegar a la Universidad?

– Exacto. Las veía tan puras que quería ser como ellas.

– Supongamos que sean tan puras como aparentan ser, aunque permíteme que lo dude en cuanto a todas.

– ¿Por qué tienes tan mal concepto de las monjas?

– No tengo mal concepto de las monjas. Sólo he dicho que algunas hay que no son tan puras como aparentan. Pasa lo mismo que con todos los seres humanos. ¿Y tú por qué no fuiste una de ellas?

– Porque me gustaban mucho los hombres como tú.

Me concentré, durante algunos segundos, en la mirada de sus ojos.

– ¿He dicho algo improcedente, Giuseppe?

– Has dicho algo tan lógico que hasta es inevitable tener que reconocer que vale la pena trabajar a tu lado.

– Pues parece que tú no te das por enterado…

Saqué la tarjeta de visita del cadáver que todavía estaría colgando de la rama de la palmera de la Piazza Matteotti y se la entregué a Rosalinda Este.

– ¿Conoces algo de él que sea realmente interesante de conocer?

– Es un chico que empieza a tener mucho éxito con las jovencitas.

– ¿Algún futbolista?

– No. Se trata de un cantante que empieza a ser conocido. Está comenzando a salir en las revistas del corazón y ya sabes que esa es una manera de ir haciéndose famoso.

– Hasta que se te apaga la estrella y dejas de lucir…

– ¿Por qué se le va a apagar a estrella a un chico tan guapo como Horacio Craignone?

Antes de desvelar el misterio quise forzar más la situación.

– ¿Cuál era el gancho más fácil para que entrara a formar parte del mundillo de las estrellas que empiezan a brillar?

– ¿No lo sabes de verdad?

– No leo nunca revistas del corazón ni sigo las historias televisivas de color de rosa. Me aburren.

– Sus actuaciones en “El Molino de Calabria” y sus amores con alguna de las cabareteras.

Desperté del letargo…

– ¡Host! ¿Has dicho con alguna de las cabareteras de “El Molino de Calabria”? ¿Alguna en especial?

– La mejor de todas. Supongo que tú ya sabrás de quién estoy hablando.

– No estoy para resolver ahora acertijos, Rosalinda.

-¿De verdad no sabes que Horacio Craignone, el cantante que empieza a sonar en todas las discotecas de Italia, es el amigo íntimo de Roberta Fena?

– ¡Oh caro! ¿La monumental Roberta Fena liada con un total semidesconocido?

– Y liada del todo, Giuseppe.

– ¿Tanto como para haber tenido ya relaciones sexuales los dos?

– Exacto. ¡Ella es un monumento y él es guapísimo! ¡A ella no le importa nada más que el dinero y a él no le importa nada más que la fama! ¡Normal! ¡Es algo que ya es tan normal que todos sabemos que esa es la manera de escalar en el mundillo de los artistas! ¡Hoy estás arriba gracias a los líos y mañana los líos acaban contigo!

– Y esta vez has acertado por completo.

– De verdad que a veces eres muy extraño, Giuseppe. ¿Qué me quieres decir con eso?

– Que el joven colgado, con la cara destruida por culpa de las cuchilladas, la estaca clavada en las tripas y los ojos tirados por el suelo, era Horacio Craignone.

– ¡Mío Dio! ¡No puede ser! ¡Se decía de él que no tenía enemigos en ninguna parte de Italia!

– Pues alguien no piensa como tú, Rosalinda.

– No salgo de mi asombro… su canción “Existe una calle” es ya muy conocida a nivel nacional y estaba siendo impulsada para traducirla al inglés con vistas al mercado mundial.

– Pues parece una broma del destino pero es cierto que existe una calle… aunque para Horacio Craignone no haya sido precisamente para bien…

– Pues no puedo entenderlo, Giuseppe.

Me quedé de nuevo mirando fijamente a los ojos de Rosalinda Este.

– Me pones nerviosa cuando me miras de esa manera.

– Estoy intentando adivinar…

– ¿Tiene algo que ver con mis ojos?

Adiviné, mirando el rostro completo de Rosalinda Este, que estaba ya a muchos kilómetros de distancia de ella.

– ¿Por qué te has callado de repente?

No pude evitarlo y lo solté todo seguido…

– Me gustas cuando callas porque estás como ausente, y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca. Parece que los ojos se te hubieran volado y parece que un beso te cerrara la boca. Como todas las cosas están llenas de mi alma emerges de las cosas, llena del alma mía. Mariposa de sueño, te pareces a mi alma, y te pareces a la palabra melancolía. Me gustas cuando callas y estás como distante. Y estás como quejándote, mariposa en arrullo. Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza: déjame que me calle con el silencio tuyo. Déjame que te hable también con tu silencio claro como una lámpara, simple como un anillo. Eres como la noche, callada y constelada. Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo. Me gustas cuando callas porque estás como ausente. Distante y dolorosa como si hubieras muerto. Una palabra entonces, una sonrisa bastan. Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto. De Neruda.

– Quien pudiera, Giuseppe Oreto…

Volví al presente del Paddy’s.

– ¿Cómo dices, Rosalinda?

– Quién pudiera ser ella…

– Escucha. Olvida ahora todo lo que he dicho. Tenemos que concentrarnos para saber qué podemos hacer tú y yo para triunfar.

– Sí. Creo que va a ser lo mejor.

– ¿Tú conoces la letra de “Existe una calle”?

– ¿Te refieres a la canción que Horacio Craignone puso de moda a partir de su estreno en “El Molino de Calabria”?

– Sé que cantas muy bien pero no te pido que me la cantes. Dime sólo la letra, por favor.

– ¿Buscas alguna pista oculta?

– Puede ser que cuando la compuso debía estar metido en alguna trama de esas que están ocultas para todos menos para Dios…

– Bene, bene. Dice así: Existe una calle; es tan larga que parece que jamás va a terminar. Solitaria. Nunca hay nadie. Esa calle silenciosa siempre está y hay quien que dice que aparece por las noches una figura que callada y triste va. Hoy yo he visto a esa figura. Juraría que la he oído sollozar. La he seguido entre la bruma. La figura en las nubes se ocultó. Miro al cielo. Ya no llueve. Lentamente doy la vuelta y me dirijo a la ciudad… la ciudad… la ciudad… la ciudad… la ciudad…

– Vale, preciosa. Estoy totalmente seguro de que esa canción encierra la verdad más desconocida de Horacio Craignone.

– Pensándolo bien puedes llevar razón. Es demasiado triste para un chico tan alegre como Horacio.

– Ya no es tan alegre, Rosalinda; y perdona por el chiste sino que lo digo porque en verdad que lo parecía.

– Resulta que esa canción debía ser la más verdadera de Craignone que, sin embargo, en todas las demás canciones suyas era un estallido de voz alegre, sonora, viva…

– Lo cual quiere decir que algo anormal estaba ocurriendo con él.

– ¿Un solitario que, de repente, sale de su soledad para meterse en algún infierno?

– Muy bien deducido, preciosa. Eso es. Horacio Craignone adelantó demasiado su ritmo y, en esos casos, como se ha comprobado millones de veces, es muy fácil meterse en algún infierno.

– ¿Y quieres que nosotros dos busquemos ese infierno para cubrir algún reportaje?

– Si nos lo permiten en “Il Giornale di Calabria”…

– ¿Qué podemos hacer dos sencillos periodistas ante el inmenso y poderoso infierno de los intereses del poder social?

Me quedé pensando…

– ¿No se te ocurre nada?

– Se me ocurre algo que puede ser disparatado… pero quizás nos diese muy buenos resultados..

– ¿Y puedes compartirlo conmigo?

– Conozco a las chicas de “El Molino de Calabria”. Son Berta Colini, Roberta Fena y Pietra Rondella solamente de haber oído hablar de ellas mientras tomaba alguna que otra copa en la barra del cabaret. Lo importante para nosotros sería poder conocerlas mejor, mucho mejor que cualquier otro hombre.

– ¿Quieres decir que te vas a dedicar a chismear dentro del “Molino”?

– Al decir que tenemos que conocerlas mucho mejor que cualquier otro hombre estoy dando a entender que solamente una mujer puede conseguirlo.

– No lo entiendo, Giuseppe.

– Solamente una nueva cabaretera del “Molino”, deconocida por todos y por todas, puede lograr hacer amistad profunda con ellas.

Rosalinda Este se me quedó mirando aterrada.

– ¡Espera… espera… eso sí que no… no… y no!

– ¿Y si te digo que yo estaré siempre presente como un cliente fijo que consigue ligar contigo?

– ¿Estás diciendo que trabaje en “El Molino de Calabria” y me convierta en tu chica?

– Estoy diciendo que hay que conocer en profundidad a Berta, Roberta y Pietra y que sólo alguien como tú puede hacerlo pero con la seguridad de que siempre estarás protegida.

– ¿Desde cuándo sueñas tantas aventuras, Giuseppe?

– Desde que en la infancia leía los tebeos de “Pantera Biondi”. Recuerdo que uno de los últimos que tuve en mis manos se titulaba “Traspasando la barrera invisible”. Eso es lo que me está dando la idea de que tú seas, por un tiempo prudencial, la pantera que traspasa dicha barrera que no se ve para que podamos descubrir la verdadera vida de las tres tigresas de “El Molino de Calabria”.

– ¡No, no y no! ¡No me pidas eso porque es excesivamente peligroso! ¡Hay muchos peces gordos adictos a ese cabaret o lo que sea y yo no estoy segura de que tú estés siempre disponible para mí!

– Te juro que estaré siempre a tu lado y nunca te quedarás a solas con ninguno de esos peces gordos de los que hablas.

– ¿Y si te da por liarte de verdad con otra? Por ejemplo con Roberta Fena que dicen que está monumental y me dejas sola ante el peligro…

– Qué poco me conoces, Rosalinda…

– ¡No me digas que no te gusta Roberta Fena, tan parecida a Ornela Mutti en todos los sentidos físicos!

– ¿Cuándo Ornella Muti tenía solamente 20 años de edad?

– ¡Cómo te he descubierto, uccello!

– Escúchame bien porque no lo digo como disculpa ni como defensa alguna porque de nada me tengo que disculpar ni pedir perdón porque la Ornella Muti, a sus 20 años de edad, me gustaba un huevo. Puedo ser todo lo pájaro que tú quieras decir que soy pero no de esos que estás pensando.

– ¿Quieres decir que no me vas a traicionar?

– Nunca he traicionado a ninguna chica y no creo que tú seas la excepción.

– No sé si darte las gracias o mandarte de paseo.

– ¿Quieres o no quieres ser una periodista de vanguardia?

– Sí. Eso sí que me encantaría.

– Entonces mañana, cuando abran “El Molino de Calabria”, vamos los dos en persona a hablar con Don Aldo Lame.

– ¿Don Aldo Lame? ¿Ese del cual se dice que es todo un mafioso?

– Sí. Pero es un mafioso muy pacífico. Sólo le interesa su negocio y su negocio es “El Molino”. En los demás temas ni se pringa.

– ¿De verdad que no me vas a dejar sola ante él?

– Seré yo quien hable en tu lugar. Sé que a Don Aldo Lame no le gustan las que hablan demasiado.

– Necesito otro cóctel, Giuseppe.

Pedí otros dos enamorados y guardamos silencio.

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