He regresado ya, hace un poco de tiempo y procedente del Servicio Militar Obligatorio, a mi trabajo cotidiano en la Oficina Principal del Banco Hispano Americano de Madrid (Plaza de Canalejas número 1) y comienzo a tener que soportar la “insoportable levedaz del ser”. No me refiero a la novela del checo Milan Kundera, que se publicará, por primera vez, en el todavía lejano año de 1984 después de Jesuscristo, sino que me refiero a tener que aguantar toda clase de injusticias persecutorias por jefecillos de Banca que llegaron a ser jefecillos desde lo más bajo del escalafón cuando entraron (simples ordenanzas nada más y faltos de cultura, educación y respeto hacia sus empleados más inocentes como Ondaro por ejemplo) olvidando quiénes fueron ellos antes de ascender a jefecillos de eso de los nombrados “a dedo” y que no tienen ninguna clase de consideración ni piedad con quienes están trabajando bajos sus mezquinas “dictaduras” de jefecillos de oficina nada más.
Es por eso por lo que estoy perdiendo amor al Banco y por lo que, cuando llegan las 3 de la tarde, salgo rápidamente del Negociado de Transferencias (una vez cumplidas todas mis obligaciones) y me dedico a ser feliz disfrutando con las prácticas deportivas, disfrutando con mis amigos y amigas por todo Madrid, disfrutando de excursiones, leyendo, escribiendo, gozando de la vida sana mientras sigo siempre pensando en mi Princesa, a la que busco, con total tranquilidad, en la mirada de todas las chavalas de buen ver que se cruzan en los intrincados caminos de esta vida que me ha tocado experimentar.
1972. Año de importantes sucesos para la Historia del Mundo. Pero, como me encantan los deportes (después de las chavalas de buen ver por supuesto) elijo cuatro noticias relevantes: el norteamericano Bobby Fischer se proclama campeón mundial de ajedrez, en Reikiavik, ganando al soviético Borís Spaski; el tenista españo Andrés Gimeno gana el Torneo de Roland Garros de París al vencer al francés Patrick Proisy; el brasileño Emerson Fittipaldi se consagra campeón del mundo de Fórmula 1 y, sobre todo, la tragedia sucedida en los Juegos Olímpicos de Múnich.
La masacre de Munich fue un ataque ocurrido durante los Juegos Olímpicos de 1972 en Múnich, Baviera, al sur de Alemania Occidental, cuando once miembros del equipo olímpico israelí fueron tomados rehenes y asesinados por un comando del grupo terrorista Septiembre Negro, una facción de la Organziación para la Liberación de Palestina (OLP), entonces liderada por Yasir Arafat. Poco después del comienzo de la crisis, los miembros del comando demandaron la liberación de 234 prisioneros alojados en cárceles israelíes, como también la liberación de los fundadores de la Fracción del Ejérciro Rojo (algo que siempre intentó no hablar conmigo mi amigo comunsita Carlos porque se le iba a ver el plumero), Andreas Baade y Ulrike Meinhof, encarcelados en Alemania. Septiembre Negro bautizó la operación como Ikrit y Biram, dos aldeas de árabes cristianos cuyos habitantes habrían sido expulsados por la Haganá en 1948. Los atacantes, que contaron con asistencia logística de grupos alemanes neonazis (algo que tampoco quiere comentar mi amigo fascistas Luis porque se le iba a ver el plumeor), asesinaron a once atletas y entrenadores israelíes y a un oficial de la policía de Alemania Occidental. Cinco de los ocho miembros de Septiembre Negro resultaron muertos por la policía durante el fallido intento de rescate de los rehenes. Los tres secuestradores que sobrevivieron fueron arrestados, pero liberados al mes siguiente tras el secuestro de un avión de Lufthansa (alog que no me comunican mis amigos el comunista Carlos y el fascista Luis porque se les iba a ver el plumero. Israel respondió a los asesinatos organizando las operaciones”Primavera de Juventud” y “La Cólera de Dios”, con el objetivo de castigar a todos los involucrados en la masacre.
Y como tanto Carlos (comunista) como Luis (fascista) se callan como calandrios afónicos porque se les iba a ver a los dos el plumero, yo sigo siempre caminando por las calles madrileñas, cuando vuelvo a casa de Juan Duque, número 16, ya al anochecer o a las primeras horas de la madrugada pero siempre seguro de mí mismo, con las manos metidas dentro de los bolsillos de mi pantalón mientras cada vez me alejo más de amar al Banco (por culpa de estos “jefecillos” despóticos) y me voy sintiendo cada vez mejor persona.