Pasaron los minutos

Pasaron los minutos en mis dos relojes. En el más grande, el de la esfera plateada y las agujas rosadas, descubrí un páramo de fértiles esencias. En el más pequeño, el de las manecillas en forma de flor abierta, comencé a perdonar esos minutos cargados de tristeza: “… y estaba triste la princesa aquella tarde de abril en que los pájaros habían abandonado sus trinos para escuchar el suave rumor de las aguas y aquella tonadilla que algún zagal tocaba en las laderas del semiescondido valle…”

Mirando dentro de la vida

Y estoy aquí, disponiéndome a partir a otros confines de esta vida llamada experiencia; mirando dentro de ella, de la ánfora recóndita de las emociones, por ver si existe algo más que una fugaz línea de luz y de tinieblas. Estoy aquí, mirando dentro de ella, para vislumbrar secretos a la perennidad: “… se sentía una fresca brisa de aires marineros en torno a todo aquel paraje palaciego donde los bosques suntuosos, repletos de coníferas, rodeaban la mansión en que ella descansaba sus horas pensando…”