El silencio de mi interior era absoluto. Sólo el leve murmullo del agua, como un fondo inmaterial, servía de contrapunto a algo que no era posible conceptuar. Yo solo. Solo y asomado al borde de mi propio límite. Mi sueño se cumplía. Era una línea contra el plano del barco y la superficie del mar. Era la total falta de memoria y el desencuentro más absoluto. Ni tan siquiera una grácil gaviota que me recordase alguna referencia de mensaje. El único mensaje que allí existía era una paz sin contenido; la absoluta paz de quien, sin dejar de existir, ya no vivía ninguna experiencia.