UNAS CARTAS BIEN GUARDADAS – PRIMERA PARTE

Un recuerdo de mi niñez que tengo imborrable en mi mente es aquella lata azul brillante que había en la repisa de la cocina, una caja que antes había contenido el famoso Colacáo que nuestras madres se afanaban en darnos y nosotros nos tomábamos como si de una golosina se tratase. Tenía dibujados unas figuras, un chinito con su sombrero puntiagudo junto a una chinita con su paraguas rojo y kimono amarillo, una casita, un arbolito, unas hierbitas y el típico chinito portando una vara con una cesta enganchada en cada extremo y dirigiéndose hacia un puente blanco que parecía atravesar un río, todo ello en color blanco, amarillo, rojo y negro, y en la tapa, presidiendo, las letras “COLACAO”. Creo que en las mentes de todos los niños de aquélla época está grabada la canción “ yo soy aquel negrito del Africa tropical que cantando bailaba la canción del colacao, y es el cocalao desayuno y merienda, es el colacao alimento sin igual…” La caja estaba desgastada y arañada por los roces de años de uso y a mi me encantaba cogerla, ponerla en mi regazo, abrirla y descubrir los tesoros que guardaba. Sigue Leyendo...

Mi felicidad es tuya…

El mar era azul hasta el horizonte…
El camino se extendía hacia adelante hasta el horizonte…
Juguemos a ver quien tiene la sonrisa más sincera…
La persona a la que más quiero, ahora está sonriendo…
Estés donde estés, ¿sonreirás para mí?…
Cuando cierro los ojos, puedo oler aquellos dias de verano…
Ellos jugaban en el río, cubierto de barro…
Nosotros perseguíamos esa nube y decíamos que quién la cogeriera sería feliz…
Hagamos una carrera hasta la cima de la colina…
Correremos hasta nuestro lugar favorito… Sigue Leyendo...

Violista en penumbras de la vida

Violista en penumbras de la vida
Así, el joven desgastado, por el angosto camino que había llevado acabo a lo largo de sus últimos días. Entró por el portal, bello libro de realidades soñadoras en mano y haciendo un esfuerzo por abrir otra puerta que se interponía entre él y su supuesto lecho de reposo, tendió la mochila y se despojó de su peso para sacar la llave y adentrarse en la penumbra de su hogar deshabitado, por la falta de sus padres, únicos ocupantes de la casa desde la partida de su hermana. Al entrar, no encendió la luz, como hubiera hecho cualquier persona, esperando que esta respondiese iluminando el camino que debería de recorrer, sino que la dejó apacible en su estado de oscuridad absoluta. Sigue Leyendo...