Noche profunda…

Noche profunda en las honduras del corazón. Más allá del límite de lo imposible enhebramos nuestros sentimientos en el congénito lugar de las milagrosas Transformaciones. Tú y yo somos dos seres humanos. Tú eres la belleza hecha mujer. Yo soy el hombre que mece tus ideas en el almario de mi corazón. Entre tu belleza y mi lapicero de dibujar ideas surge el Tiempo. Sí. El Tiempo de sentirnos el uno dentro del otro. Y formar una sola epopeya romántica en este mundo sangrante…

“El coloso en llamas” y lo consciente… (por Jaime y Diesel)

La película “El coloso en llamas” fue una de las primeras en utilizar efectos especiales e inauguró el llamado “cine de catástrofes” que tanto dinero ha dado a Hollyvood. Basada en la historia de un gran incendio en uno de los mayores rascacielos de Norteamérica, se cuenta que Steve Mc Queen fue a trabajar en algunas ocasiones con los bomberos, en lugares donde había fuegos reales, para saber cómo actuar mejor en la película (su papel era el de jefe de bomberos). Su mujer por aquel entonces, Ali Mc Graw, no quería que lo hiciese, así que tuvo que ir a escondidas. Cuando se puso en primera línea a apagar un fuego, el bombero que tenía al lado le reconoció y dijo: “Usted es Steve Mc Queen, mi mujer no lo va a creer cuando se lo cuente”, el actor le respondió: “La mía tampoco”. Sigue Leyendo...

Stephen King, Rabia* (fragmento)

Cordura.
Uno puede pasarse la vida diciéndose que la vida es lógica, prosaica y cuerda. Sobre todo, cuerda. Y creo que así es. He tenido mucho tiempo para pensar en ello. Y siempre vuelvo a mi memoria la declaración de la señora Underwood antes de morir: “Así, se entiende que cuando aumentamos el número de variables, los axiomas en sí no sufren cambios.”
Estoy realmente convencido de ello.
Pienso, luego existo. Tengo vello en la cara, luego me afeito. Mi esposa y mi hijo se encuentran en estado crítico tras un accidente de coche, luego rezo. Todo es lógico, todo es cuerdo. Vivimos en el mejor de los mundos posibles, de modo que opnme un cigarrillo en la izquierda, una cerveza en la derecha, sintoniza Starky y Hutch y escucha esa nota suave y armoniosa que es el universo dando vueltas tranquilamente en su giroscopio celestial. Lógica y cordura. Como la coca-cola, la vida es así. Sigue Leyendo...

Escuchando a los gorriones (corregido).

Largo viaje aéreo. Todo el vuelo Madrid-Bogotá lo he compartido con un baturro aragonés, nativo de un pueblecito muy cercano a la ciudad de Zaragoza, con quien he hablado de multitud de asuntos. Como no podía ser de otra manera, también hemos hablado del amor. Porque este baturro aragonés es un hombre divorciado que mantiene relaciones de noviazgo con una colombiana de Medellín. Por eso viaja continuamente a estas tierras. Al otro lado de los asientos centrales, a mi izquierda, una linda ecuatoriana no hace más que santiguarse cuando el avión comienza con un extraño bamboleo. Estamos atravesando una zona de turbulencias y ella está asustada. La tranquilizo. No pasa nada. Es muy normal que estas cosas ocurran cuando se viaja sobre el Atlántico. Al final se tranquiliza y me sonríe cuando le cuento un par de inocentes chistes. Los que no se tranquilizan son el joven de la camisa azul y la joven de la camisa blanca que se han pasado todo el tiempo recorriendo los pasillos de punta a punta. Sigue Leyendo...

La noche del Tesauro (19): Novela.

En la puerta del Bar Brentvood apareció una gigantesca figura de un hombretón de dos metros de altura. Un hombre que parecía, verdaderamente, inhumano. ¿Sería humano o humanoide aquella mole de músculos?. La verdad es que Katy demudó su bello rostro y quedó completamente pálida del susto. Aquel monstruo tenia una violácea cicatriz recorriéndole toda la mejilla derecha, desde el arco superciliar de su ceja hasta la barbilla, y poseía un par de ojos profundamente negros en el fondo de dos cuencas óseas. Verdaderamente era aterrador mirarle a la cara. Sigue Leyendo...

La noche del Tesauro (20); Novela.

El hombre que salió detrás de Katy y Paúl los alcanzó antes de que diesen vuelta por la esquina de la calle. Se dirigió directamente a Paúl, sin dejar de admirar la belleza de la portorriqueña.

– Buena compañía, joven.
– ¿Le importa a usted?.
– No. No es eso. Mire, quiero presentarme, aquí está mi tarjeta de identificación.

El hombre de edad madura sacó del interior de su chaqueta una tarjeta. Era algo más grande que las clásicas. Se la entregó a Paúl y éste la comenzó a observar.