Viaja sin conocer la oscura luz que te llama que unas alegres carcajadas te esperan
Archivo por días: 24 agosto, 2010
Facto Delafé y Las Flores Azules
Y tu piel es blanca como esta mañana de enero demasiado hermosa como para ir a trabajar. Sin pestañear hablamos con el jefe un cuento chino y, como niños, nos volvemos a acostar. Se supone que debía ser fácil ¿Tienes frío? Pero a veces lo hago un poco difícil. Perdón. Suerte que tú ríes y no te enfadas porque eres más lista y menos egoísta que yo ¿Todavía tienes frío? Bueno, cierra los ojos un minuto que te llevo a un lugar.
Imagina una calita, yo te sirvo una clara. Es verano y luce el sol, es la costa catalana. Estamos tranquilos, como anestesiados. Después del gazpacho nos quedamos dormidos mirando el Tour de Francia en la típica etapa donde Lance gana imponiéndose al sprint con un segundo de ventaja en el último suspiro colgándose a sus hombros el maillot amarillo.
la Gaviota Roja.
Tengo 18 años y estoy sentado en unamesa de madera del bar Méntrida del Viejo Madrid. Escribo en mis hojas blancas… y en la mesa cercana veo al loco poeta alemán que escribe también desenfrenadamente. Miro su expresión. Le veo absorto e intento por todos los medios seguir su ritmo. Mi mano gira y gira en torno a mis hojas mientras él no levanta para nada la mirada.
Me introduzco de lleno en la escritura y dejo salir mis sueños al aire y cuando llevo un par de horas con el temblor de la frente transmitida al pulso de mis dedos, noto una mano posada sobre mi hombro. Levanto la vista…
Toma mi mano…
Árbol Interior
La muchacha caminó sin titubear hasta su lado.
—Te estuve mirando nadar. Tú eres Néstor, ¿no? Yo soy Sofía.
—Mucho gusto. Tú eres la novia de Nico, ¿verdad?
Ella se rió pero no contestó. Su rostro era muy hermoso, y su cuerpo, sinuoso y tallado.
Las furtivas miradas de Néstor habían ya intuido el sentido de esas delgadeces y esos espesores y, en ese trance, esta vez, una víbora fugaz acalambró su espina dorsal desde su occipucio hasta la ínfima radicación sacra. Un ansia de profundidad y palpitación reptó por sus muslos e hizo nido en la copa de ese árbol interior que había crecido inmune a las imágenes de grandeza o a las éticas. El núcleo profundo de aquel dosel dividía la luz y las tinieblas en un escondrijo sin fondo, donde, cual en un Hueco Negro, penetraban sin sosiego los moluscos del mar, las tutumas frescas y los panales montados en las alas de una abeja reina.