Érase una vez una región donde abundaban las gallinas y, por causas desconocidas o no conocidas por nadie, aparecieron dos gallos. Uno era un “gallito” de pelea llamado “Puga” mientras que el otro era un dorado gallo pacífico llamado “Pepito”. El primero era vulgar y pesado con las gallinas. El segundo era un gallo fino, sin alardes excesivos o fuera de tono, porque solía permanecer callado al mismo tiempo que trabajaba en sus labores mientras “Puga” zascandileaba y se ufanaba yendo de gallina en gallina mostrando su plumaje que era azul grisáceo. El plumaje de “Pepito” era brillante y no tenía necesidad de ir diciendo a las gallinas esa y otras cuestiones de sus condiciones particulares.
Mientras “Puga” cacareaba yendo de gallina en gallina mostrando sus ridículas alas de color azul grisáceo, “Pepito” solo abría el pico para tragar algún que otro bocado que le ofrecían las galllinas más hermosas de aquel corral.
El “gallito Puga” se desesperaba ante estas cuestiones que veía de forma directa y así fue cómo, un día, se fue a quejarse, lloriqueando como un mariquita, al propio “Pepito”.
– !Uno de los dos sobra aquí!. !No podemos estar dos gallos en el mismo corral!.
“Pepito” sólo guardó silencio y pidió permiso al amo de los corrales que le trasladase a otro donde hubiese más luz para convivir con ciertas gallinas que había observado de lejos. Dicho y hecho. El dueño de los corrales sacó a “Pepito” del grisáceo corral y lo trasladó a otro donde había más luz y por donde jugeteaban gallinas más hermosas y, además, tenía permiso para salir de vez en cuando a ver a otras gallinas de corrales más luminosos todavía… cosa que el gallo “Pepito” hacía con placer para sus ojos…
Pero volvió, con el paso del tiempo, a repetirse la misma historia. Ahora el “gallito” de pelea que tuvo celos y envidía del gallo “Pepito” era un viejo y desarrapado gallinazo llamado “Chus” que bebía los vientos por una bella gallina que siempre estaba, feliz y contenta, en medio de “Chus” y “Pepito”.
“Chus” era tan viejo que todas sus plumas eran completamente canosas… pero tenía mucho poder porque era el pelota del dueño de los corrales… sobre todo cuando se le subían los celos y la envidia hasta la cresta. Y sucedió lo que suele suceder en estos casos. Que el dueño de los corrales (embelesado por los peloteos del neurótico “Chus”) trasladó al gallo “Pepito” a uno de los peores corrales de la región. “Pepito” volvió a no decir nada.
Los gallos del nuevo corral siguieron teneindo envidia de aque gallo que, a pesar de todo, siempre se encotraba feliz y seguía viendo a las más bellas gallinas que pasaban, muchas veces, por allí para saludarle. !Hasta tuvo la enorme sorpresa de que un día le saludó la que, para su gusto, era la más hermosa gallina de aquella región.
– Ya sé que te gusta mucho – le dijo el envidioso gallo compañero de “Pepito”
Una vez más éste no respondió nada, sino que se limitó a contemplar a la bella gallina y pensar para sí mimo: !Pues es la más bonita de esta región!. Ella le dijo adiós con una feliz sonrisa.
Muy poco después, apenas unos días solamente, el gallo “Pepito” tuvo que irse a la guerra contra los “gallináceos” de la Maldad… y allí se perdío su historia hasta que más tarde volvió condecorado por sus hazañas de nuevo a los corrales de la región.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado…