A los mitos se les estira, se les comprime o se les disfraza vilmente. Algunos caen exhaustos, incapaces de seguir representando lo que un día fueron. La inmortalidad de los dioses del Olimpo nunca estuvo más en entredicho. Pero si hay mitos a los que se les ha faltado al respeto, se les ha prensado, desnaturalizado y degradado, sin duda: éstos serían los grandes mitos del terror. Cuando los miedos desaparecen, ¿dónde quedan los pobres monstruos que los encarnaron?. Desahuciados, humillados, a expensas de los más zafios mercaderes, convertidos en tristes marionetas de un gran guiñol. Primero la literatura decimonónica les dio el alma (Shelley a Frankestein, Polidori y Stoker al vampiro); después el cine les dio la carne y ya se sabe que cuando hay carne de por medio, tarde o temprano, ésta termina pudriéndose.
Si bien en los 30 la Universal los enlateció y en los 60 la Hammer los reinventó. Después no había manera de rescatarlos de la barraca de feria en la que los habían confinado.
Pese a todo, hay un mito que siempre, eternamente, vuelve a levantarse de su tumba y reclama su cetro: el vampiro. Si Coppola lo reivindicó operísticamente en los 90, después los best-seller de Anne Rice sirvieron para una bella superproducción que en nada desmerecía del mito. Pero, aunque últimamente Crepúsculo lo convierta en romanticismo fast-food para adolescentes, aún quedan ocultas entre los pliegues la memoria cínéfila, dos joyas que brillan oscuras y espesas como la sangre: “The addiction” de Abel Ferrrara, donde filosofía y hemoglobina sirven de alimento a los chupasangres más existencialistas (y quizás algo pedantes) que quepa imaginar. Y aún más reciente y deslumbrántemente gélida: “Déjame entrar” del sueco Tomas Alfredson, una bellísima historia de vampirismo, en la que parece que el cine de Dreyer o Bergman le hubieran hecho transfusiones entre sus planos. Un canto a la supervivencia del mito, que para sí quisiera el moderno Prometeo del doctor Frankestein; tristemente arrinconado por la biogenética o el licántropo lunático: demasiado peludo àra la era de la depilación láser.
Nosferatu, Vlad Drácula, el no muerto, el príncipe de las tinieblas, etcétera, puede descansar tranquilo en su ataúd, mientras haya deotos sirvientes que urdan tan hermosos epígonos a su figura.