La mortecina luz de aquel pasado fue una especie de plática oscura con los fantasmas que tanto abundaban en aquel concierto vital de los seres perdidos en el laberinto de las calles. Alguna explicación consoladora surgía de aquel tiempo pasado en que las encrucijadas, por las rúas de los pueblos, eran tristes y a escondidas. Algunas tardes eran duras. Pero, en definitiva, la aventura del vivir era todo un concierto de bohemia condición. La misma bohemia que se embarcaba entre las dudas de esperar la llegada o no llegada de una carta desde París.
Llegaban correos de todas partes de Latinoamérica, pero yo sólo esperaba, mientras investigaba en las bibliotecas y hemerotecas madrileñas, a aquella epístola parisina que ocupaba todos mis pensamientos. Así que decidí hacer múltiples fotocopias de un mismo mensaje: no está mi futuro en vuestras cartas. Mi más allá sólo podía venir del barrio latino de París.
Yo seguía esperando a la carta procedente de la vivienda del señor Jean Vitez (director del Teatro Nacional de París por aquel entonces); una carta conteniendo una caja de sorpresa. Y… !hale hop!… la carta llegó a tiempo y rompí todas las fotografías ajenas a Ella. Así fueron aquellos días de espera.
Y ahora, con mi pequeño Larousse entre mis manos. recuerdo al cuento titulado “Chester color canela” y una sonrisa me abre las compuertas del futuro. El tren siempre vuelve, Juan… el tren siempre vuelve cuando llega al final del mundo.
Me quedo observando los cuadros de Renoir, Pisarro, Sisley, Monet, Degas y Cézanne. Total: dede la escarcha hasta el muchacho del chaleco rojo… y digo lo que escribió un día Alejo Charpentier: Los pasos perdido. Eso es. Los pasos perdidos quedaron ya en el total olvido.