Bueno. Bien. Estoy aquí, y no pasa nada. O eso dice el espejo.Estoy bien, tranquilo. Quizá no tanto.Está bien, estoy algo nervioso, para que negarlo. Negarlo sería una estupidez, así que mejor lo confesaré: tengo miedo. Mucho miedo, quizá como jamás en mi vida.Miedo ¿Miedo de qué? Miedo de cruzar esa puerta y mirar lo que hay detrás. Sé lo que hay, pero no quiero que pase lo que tenga que pasar dentro de unos momentos. Ojalá me quedara aquí para siempre. Para siempre. Podría sentarme, aquí, delante de mis ojos, eternamente. ¿A quién le importa? No, no quiero que pase nada. De todo menos nada. Y si preguntan por mi, y si quieren saber que pasó, que digan que me quedé aquí, sentado, y que mi vida siguió adelante. Que no pasó nada irreal, ni extraordinario, nada fuera de lo normal. Las horas siguieron contando en el reloj, y no esperé por nada. Y si preguntan que si tuve miedo… me da igual. Digan que sí, que tuve miedo. Pero es que cualquiera tendría miedo. Cualquiera que supiese lo que hay al otro lado de la puerta. Y yo lo sé.
Detrás de la puerta hay una alfombra roja, larguísima, que recorre con rectitud una sala ancha por en medio de cientos de asientos. Y si miras hacia arriba, si giras mucho el cuello ves el techo, y los grandes arcos que avanzan simétricamente hacia el final. Y al final hay un altar. Y unas tres escaleras, una mesa, unas copas doradas, y un libro muy gordo, de donde aparece una lengua de serpiente colgando. Y haciendo de diana al sol que entra por las vidrieras hay un señor calvo, con gafas y vestido de mago. Sonríe mirando las aves que cruzan el cielo, y debajo de su boca bonachona y curva hay un hombrecillo dorado que llora, en cambio.
En los asientos hay gente. Mucha. Quizá llegue a cien entre todos. No sé el número exacto, pero los conozco a todos. Sin excepción. Incluso a esa chica que hay al final, apartado del resto de la gente, que nisiquiera va vestida de traje, ni de chaqueta, ni nada estúpido válido para la ocasión. Parece alguien que, lleno de curiosidad por tanto revoloteo de pajaritas, se haya acercado en medio de su paseo matutino, y no teniendo acaso nada mejor que hacer ese día, se ha sentado como un espectador de cine a ver la ceremonia. Y es curioso, es curioso… por que no es así, a pesar de todo. A pesar de tanta historia detrás, tanta historia muerta, que solo sobrevive en su cabeza. A ella también la conozco. Pero eso no es algo que quepa contar ahora.
Ahora se escuchan murmullos fuera, diálogos entrecortados y unas pocas risas. Uno de ellos toca a la puerta, como si esperara que le abriesen. Todo el mundo mira hacia atrás. Algunas risas más se escuchan, y de repente, los que están fuera, como poniéndose de acuerdo, lo callan, y en este momento y ahora aparecen los esperados. Cuatro hombres con bigotes y mono, uno de ellos vestido en un intento de ir de gala, aparecen, y se santiguan. Y el que va algo vestido, un señor con el bigote más grande de todos, y acaso también la cara más roja, pide perdón a todos. Es mi padre. Los hombres están exhaustos, y dejan un gran bulto rodeado de un plástico blanco al final del pasillo, en el altar. Y mi padre mira a una señora, y sonríe. Y saluda. La señora le mira con el entrecejo fruncido durante largo rato. Se le nota el enfado, mezclado con la gestión, en todos los rasgos de su cara. Mi padre empieza a bajar la sonrisa, y ella, como conmovida, empieza a sonreír. Y se levanta y lo abraza. Muy fuerte. Ella es mi madre.
El señor calvo riñe a los hombres de mono, que piden perdón, en susurros. Y los perdona, sobre la marcha, por que no es el momento, y los obliga a seguir con lo suyo. Y aquel gran bulto blanco, alto, es colocado a la izquierda, y los hombres sacan un cuchillo y empiezan a abrirlo a dentelladas, y retiran el plástico, y entonces todos pueden verlo…
Tengo miedo. Y ojalá eso me hiciese más valiente. Aceptar lo que hay, y llevarlo encima, a cuestas, que es lo que debería hacer. Pero ya no tengo esperanzas, y sin ellas todo se me ha ido de las manos. No hay nada que hacer. ¿Quién tiene esperanza? Ojalá eso me hiciese valiente, por que el miedo se va cuando sabes qué pasará y que no hay salida. Pero no es así. No en mi corazón. No en mis ojos, que siguen mirandose como se ve todo debajo del mar, donde todo está mojado; no en mis ojos, ni en mis dedos, que cruzan las falanges y son como ramas secas, a punto de romperse por la vejez. No en mi todo, ni en nada.
¿Y que más, que más habrá detrás? Quizá sea esa la razón. Despues, despues del salto. Despues del gran salto que viene. ¿Qué habrá, que será, cuando caiga de pronto en el agua, y me zambulla, que sentiré despues?¿Qué será de mis brazos, de mis piernas, de mis órganos y de mi cuerpo todo? Tiene que haber una razón para todo. Algo. Cualquier cosa. Y de repente, deseo que todo tenga un gran sentido, que todo cambie, pero que yo siga igual, tal como soy y como pienso; deseo que haya algo detrás de ese camino que se pierde en el horizonte, donde mis ojos no ven nada, y deseo sentirme fluir, como por un río, embelesado por fragancias que inundan mis párpados y embellecen mis ojos, y sentir que no hay nada por lo que preocuparse, ni nada por lo que preguntar. Pero sé que nada de eso es verdad. Y una última gota moja mi cara. Y ahora sé que es la última, antes de que me levante, y cierre los ojos cuando agarre los manillares de la puerta, y dando gran aliento abra el camino hacia el altar.
Aparezco y me quedo quieto por un momento, sonriendo. Y todos miran hacia atrás, y me miran de arriba abajo. Y se levantan. Y uno por uno se acerca. Todos me rodean, de repente, y no sé que decir. No se que esperar, que hacer. Todos me sonríen, pero lo noto, noto la fuerza interior que les hace querer llorar de repente y a grandes gotas. Y allá a donde miro, un rostro cenizo se tranforma en sonrisa mojada. Y algunos se miran entre ellos. Y no saben qué hacer. ¿Y ahora qué? Y aunque todos permanecen quietos, algunos se mueven por atrás. Se mueven y cada vez más cerca, y los que están delante de repente dejan pasar a la chica solitaria. Y ella, que me mira a los ojos y más allá de ellos, sonríe, y es la única que sonríe de verdad. Y se acerca, y me acaricia la cara un momento, y me abraza.
Me gustaría hablar. Hablar deprisa, incluso gritar. Pero estoy como mudo, sin palabras en la lengua y la garganta cerrada. Me gustaría morirme de decir palabras de amor a todos los que me rodean, de inventar un universo de agradecimientos y alegrías para cada uno de ellos. De decirles a todos que la historia pasó, y que todo fue de gran agrado. Me gustaría hablar, pero solo puedo moverme, apenas, y antes de caminar hacia el final de pasillo, los abrazos a todos con todas mis ganas.
El señor calvo me espera. Saca sus manos del bolsillo que envuelve su barriga, y me invita a acercarme a él. Me agarra por un brazo y me levanta, suavemente, hasta que me tiene completamente en sus brazos, y antes de mecerme ni nada, se mueve y me deja acostado. Ahora estoy dentro de una caja, de madera, que huele bien, y una alhomada bajo mi cabeza.
Y ahora, cómodo aquí acostado, veo todas las caras mirándome, y yo les devuelvo mi mirada ausente, que ya no sonríe ni nada, por que no tiene ganas. Y el tacto de las sábanas me hace entrar en el calor de lo que viene ahora. Y cada vez que muevo mis ojos para posarlo en una cara diferente, veo rasgos más extraños, más inútiles y difusos, más borrosos, y más oscuros. Y en un parpadeo último, vuelvo a abrir los ojos y no veo nada. No me asusto, ya no tengo miedo. Y me toco el cuerpo con las manos extendidas, y me siento como de goma, como de golosina, cada vez más suave y frágil, como tocar una gota, y una nube, y nada…
Ya no tengo miedo. Todo está oscuro. Ya sólo escucho, y unas palabras del señor mago me llegan apenas a los oídos, cuando casi ya no oigo nada.
Y el señor, que es hombre sin sexo, casi un ángel acomplejado, se acerca; escucho que camina hacia mi, y se pone de pie en el altar. Y de repente, escucho como agarra la lengua de serpiente, y abre una hoja, ya preparada. Lo escucho muy fuerte, cada vez más. Oigo los ojos del señor buscando unas palabras en la página, y mira arriba y abajo, y de repente se para. Y ahora es su lengua la que se moja, y abre su pequeña boca, y su voz empieza a decir palabras…
Dominus pascit me: nihil mihi deest
…hurgando entre los párrafos, palabras…
In pascuis virentibus cubare me facit.
Ad aquas, ubi quiescam, conducit me;
…palabras…palabras que para mí no significan nada.
Reficit animan mea,
Deducit me per semitas rectas
… y palabras, cada vez más altas, más sonoras, más fuertes. Y toda cosa que cae por su peso en la sala se arremolina ante mis oidos y gritan un huracán de palabras, cada vez más grande y glorioso, cada vez más huracanado. Y todas se juntan y se unen y gritan al unísono, y yo ya no tengo miedo. Y saltan de tono, como un gato corriendo hacia las notas más agudas de un piano, cada vez más alto, más grande, más rudioso, una nota más rota, más chirriante y rajada.
Y de repente más, más, y nada más, y nada más, y nada más… Y la muerte.
Un comentario sobre “La boda”
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La boda
Bueno. Bien. Estoy aquí, y no pasa nada. O eso dice el espejo.Estoy bien, tranquilo. Quizá no tanto.Está bien, estoy algo nervioso, para que negarlo. Negarlo sería una estupidez, así que mejor lo confesaré: tengo miedo. Mucho miedo, quizá como jamás en mi vida.Miedo ¿Miedo de qué? Miedo de cruzar esa puerta y mirar lo que hay detrás. Sé lo que hay, pero no quiero que pase lo que tenga que pasar dentro de unos momentos. Ojalá me quedara aquí para siempre. Para siempre. Podría sentarme, aquí, delante de mis ojos, eternamente. ¿A quién le importa? No, no quiero que pase nada. De todo menos nada. Y si preguntan por mi, y si quieren saber que pasó, que digan que me quedé aquí, sentado, y que mi vida siguió adelante. Que no pasó nada irreal, ni extraordinario, nada fuera de lo normal. Las horas siguieron contando en el reloj, y no esperé por nada.
3 comentarios sobre “La boda”
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Está muy bien,. Ismael. Excelentes adverbios y adjetivos mezclados en una historia dramática. La certeza de todo escritor es querer siempre amar más allá de las realidades (a la niña-mujer solitaria que es la más bella de la fiesta).
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Está muy bien,. Ismael. Excelentes adverbios y adjetivos mezclados en una historia dramática. La certeza de todo escritor es querer siempre amar más allá de las realidades (a la niña-mujer solitaria que es la más bella de la fiesta).
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Al principio creí que el personaje iba hacia el altar a casarse, pero a medida que leía, se me erizaba la piel…sabía que era una muerte.
Bien Ismael, muy bien . Y eso que estás estudiando y apenas tienes tiempo….Excelente.
Un abrazo
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