El hombre que salió detrás de Katy y Paúl los alcanzó antes de que diesen vuelta por la esquina de la calle. Se dirigió directamente a Paúl, sin dejar de admirar la belleza de la portorriqueña.
– Buena compañía, joven.
– ¿Le importa a usted?.
– No. No es eso. Mire, quiero presentarme, aquí está mi tarjeta de identificación.
El hombre de edad madura sacó del interior de su chaqueta una tarjeta. Era algo más grande que las clásicas. Se la entregó a Paúl y éste la comenzó a observar.
Efectivamente, era una tarjeta identificativa: Arthur Andersen. Detective Privado. Oficial de la Federación Internacional Antidrogas (FIA) y Socio de Honor de la Unión Mundial Contra el Crimen (UMUCOC). Licencia Estatal número 12.
– ¿Qué significa esto?. ¿Por qué nos está siguiendo? -dijo, tranquilamente, Paúl mientras Katy guardaba un hermético silencio.
– Escucha. Tenemos que hallar a alguien que está en algún sitio escondido. Puedes envolverte en un asunto muy grave. Pero te he observado lo suficiente para saber que tú puedes ayudarnos mucho en esta labor. Es muy complicado y riesgoso pero en ti confiamos nuestras posibilidades.
– ¿Se puede saber de qué me conoce a mí?.
– Lo importante no es eso. Lo importante es que creo que estás capacitado para esta labor. Es pura intuición.
– No necesito la ayuda de ningún detective privado para encontrar lo que estoy buscando.
– De todas formas guárdate mi tarjeta por si la necesitas.
– ¿Usted sabe lo que yo estoy buscando?.
– Creo que lo mismo que yo.
– ¿Y si está usted equivocado?.
– Me conocen como el mejor detective privado de todo el país. Te puedo asegurar que no me estoy equivocando.
Paúl volvió a mirar la tarjeta. Había, con letra pequeña y al pie de la misma, un número telefónico: 1212 1212. La hechó un breve vistazo más y se la guardó en el bolsillo interior de su chaqueta de cuero negro.
– Está bien. Si le necesito ya le llamaré.
– Bien. Ahora debemos salir los tres de este laberinto…
– Yo lo tengo claro. Voy a llevar a esta preciosidad hasta su casa.
Katy refunfuñó.
– Nada de eso. Yo quiero ir contigo hasta el final.
– No puede ser Katy. Tú me dijiste que era la zona más peligrosa de toda la ciudad y no voy a consentir que vuelvas a poner en peligro tu vida por mi culpa.
– Hagamos los siguiente -intervino Arthur.
– ¿Qué propone usted? -interrogó Katy.
– Dentro de pocos minutos, debido a lo ocurrido, toda esta barriada va a llenarse de coches de policía y agentes de seguridad. Es necesario irnos cuanto antes de aquí. Yo tengo mi automóvil aparcado en la siguiente manzana. !Vámonos los tres!.
– De acuerdo, Artur. Pero vamos primero al domicilio de Katy y que se quede a salvo allí.
– Perfecto. Ese asunto es cosa de hombres y perdone, señorita, si me cree demasiado machista por decir esto.
Katy estaba enfadada cuando los tres subieron al automóvil.
– Yo quiero ir con vosotros…
– No puede ser -volvió a responder Paúl- como ha dicho Arthur, esto es sólo cosas de hombres.
Katy no tuvo más remedio que aceptar.
– ¿Dónde vives? -le preguntó Arthur cuando ya sonaban en la lejanía las sirenas de los coches de policías. – !Rápido!. !No seas tan lenta!. !Díme dónde vives!.
– En la Diamond Place -tuvo que resignarse definitivamente Katy.
– Está bien. Es muy cerca de aquí. Sólo tardaremos cinco minutos. Por cierto, Paúl, iré directamente al grano. Ya sabes que yo me llamo Arthur Andersen y estoy a tu servicio. ¿Cómo te llamas tú realmente?.
– Siempre mi nombre ha sido el de Paúl. Paúl Uribe Del Real.
– ¿Uribe Del Real?
– Sí. Soy hijo de españoles y tengo esa nacionalidad auque estoy residiendo aquí.
– !!Vámonos ya!! -se impacientó Katy viendo aparecer al primer coche de la policía que llegaba en completo silencio.
Arthur Andersen encendió el motor y en unas décimas de segundo salió de estampida. El coche rechinó sobre el mojado asfalto y se perdió entre las calles.