La noche del Tesauro (21): Novela.

Al llegar al domicilio de Katy, ésta se despidió de Paúl (ambos viajaban en el asiento trasero del automóvil) con un cálido y emotivo beso en la mejilla izquierda de él. Después abrió la portezuela, salió del coche, se despidió de Arthur con un ligero apretón de manos y exclamó dirigiéndose a Paúl.

– !Muchas gracias por todo, Paúl!.
– !Ni se te ocurra volver otra vez por allí!. !Búscate otro trabajo pero no vuelvas nunca más al Bar Brentvood!.
– !No lo haré!. !Te lo prometo!. !A partir de ahora me dedicaré a estudiar Historia Universal!. !Ese es mi gran sueño dorado!. !Sé que tengo que buscar un nuevo trabajo pero tengo un excelente currículum y no habrá problemas en que estudie y trabaje a la vez!. !Nunca te olvidaré, Paúl!.

Y dándose la vuelta, subió los tres escalones de la puerta de su vivienda, abrió la puerta con una llave que llevaba en el bolsillo izquierdo de su pantalón vaquero y se perdió para siempre en el interior de su habitación pensando que nunca más le volvería a ver.

– Quizás. Quizás tenga la suerte de volver a encontrármelo -pensó para sí misma…

Una vez solos los dos hombres, Paúl salió de la parte trasera y se sentó en el lugar del copiloto. Entonces fue cuando Arthur comenzó a hablar.

– ¿Qué sabes del Salón Tesauro?.
– Solamente que un anciano estrambótico al que llaman Manésh me entregó una Invitación para acudir allí dentro de un mes. Creo que realizan actos culturales como charlas, teatro, tertulias, debates, mesas redondas… en fin… eso parece que es…
– ¿Y vas a acudir a esa cita?.
– Por supuesto que sí. Pero no va a ser dentro de un mes sino esta misma noche.
– ¿No quieres mejor que yo te lleve a tu domicilio?. Te veo cansado.
– No estoy cansado lo más mínimo. Resido en el The King’s Cottage.
– ¿De verdad no quieres que te lleve al hotel?.
– No. Sólo deseo ir al Tesauro esta noche y así será.
– ¿Sabes tú cómo ir al Tesauro?.
– Tardaré todo lo que Dios quiera pero debo llegar allí a tiempo.
– A tiempo ¿de qué?.
– No voy a contestar a esa pregunta.
– Cuenta… cuenta… confía en mí. Sé que estás buscando a una jovencita.
– No. No voy a darte ningún dato más.
– !Está bien!. !Iremos los dos al Tesauro!. !Debe ser todo un bombón!.
– Efectivamente lo es.
– ¿Y cómo se llama?.
– Escucha Arthur. Si sabes cómo llegar hasta allí y quieres hacerme ese favor no preguntes nada más.
– !Es que yo te puedo ser muy útil!.
– ¿No dices que estás llevando a cabo una investigación?. Pues dedícate tú a lo tuyo que yo me dedicaré a lo mío. ¿De acuerdo?.
– No te preocupes por mi. Estoy casado.
– ¿Cuántos hijos tienes?.
– Tres. Dos mujeres y un hombre.
– Pues por eso mismo… Por eso mismo no debes mezclarte en mis asuntos. ¿Qué pintas tú en todo este embrollo?.
– Solamente que estoy combatiendo al crimen. Hace ya bastante tiempo que se están produciendo asesinatos continuos en esta ciudad. Y creo, si no me equivoco, que tienen alguna relación con el Tesauro.
– ¿Y si estás equivocado?.
– Sabes ya que soy el mejor detective privado de todo el país. No estoy equivocado. Por ejemplo, ¿quiere saber quién era ese gigante al que has matado de un botellazo?.
– No tengo ni idea ni me importa en absoluto saber quién es.
– No era un ser humano, Paúl. Era un humanoide fabricado por algún loco en las islas Filipinas. Tenía una falsa identificación como Furibundo Fernández pero en el mundo de los servicios secretos sabemos que, por eso, en el mundo del hampa se le conocía como “El Fufe” por lo de Furibundo Fernández; pero su loco inventor lo llamaba “Fuego Feroz”. Está enamoradísimo de él. ¿Viste sus ojos según estaba violentando a Katy?.
– No. Yo estaba de espaldas a él.
– Pues echaban llamas de odio. De ahí que su loco inventor lo bautizase como “Fuego Feroz”. !No veas cómo se va a sentir cuándo sepa que alguien lo ha matado!. Ese loco es capaz de querer matar a la humanidad entera… !por eso necesito que me ayudes!.
– Sólo dos cosas, Arthur, para terminar esta conversación. La primera es que me importa un pepino que se ponga como se ponga el loco creador de ese mamarracho humanoide. Y la segunda es que me dejes actuar con total libertad. Sólo así podré ayudarte…
– Está bien. Acepto. Pero si alguna vez tienes problemas y no sabes cómo solucionarlos no dudes en llamarme por teléfono. Es un móvil que llevo siempre conmigo.
– Sólo una pregunta, Arthur… ¿que tenía que ver ese humanoide con mi chica?.
– Eso intento avteriguarlo…

Ante el silencio de Paúl, que había dado ya por terminada la conversación, Arthur volvió a poner en marcha su automóvil en dirección a la Moon Street.

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