Kikko Max es un típico lapón alto y desgarbado, más bien una especie de quijote finlandés caminando como jinete solitario. Su cuello, más blanco que el marfil, le da un aspecto de filósofo existencialista que expresa a través de unos ojos saltones que parecen decir existo. Las orejas, biplanas, hacen aumentar su figura de metafísico en crisis. Kikko Max busca respuestas a través de sus dedos largos, como de pianista, cuando escribe sobre añoranzas de su Hailuoto natal. Tiene la frente despejada y una cabeza tan redonda que es como si el mundo se hubiera apoderado de ella. En su mochila lleva varios tomos de Sillanpaa que, cuando se cansa de búsquedas utópicas, lee con total devoción. Sus labios, como dos líneas rasgadas en su rostro pálido, se mueven mientras lee el “Esplandor y misión de la vida” que puebla su memoria de sueños dorados.
!Cuánto desearía ser trigueño como los navajos!. Y es que Kikko Max nació, por destino de Dios, para terminar su camino entre los cafetales de los navajos atapascos y el tabaco puro. Es por eso que, a veces, su mirada se transforma en una nigromántica expresividad. De hombros caídos, Kikko Max camina siempre cabizbajo, como buscando en las tierras esos recuerdos de infancia que le tienen aprisionada su memoria. Una barba espesa y larga le da aires de intuitivo y es que Kikko Max intuye que ha nacido demasiado pronto para conquistar a las princesas amazónicas. Es es el gran misterio de Kikko. Esa es la incógnita de su pensamiento. Hablar con Kikko Max supone entrar en un mundo de trashumancias en que las ideas vienen y van mientras bebe cerveza en las tabernas del mundo. Sus caderas se mueven como dos balancines descompensados. Parece que, al caminar, va a caerse de un momento a otro, pero él, saliendo de los imposibles, se aferra a la existencia con una fe profunda que hace que su nariz, larga y rectilínea, esté siempre dispuesta a olfatear los sueños. Kikko Max tiene 90 años.