Detestaba las intrigas de su socio. Detestaba su biblioteca, que tenía que visitar puntualmente, religiosamente, para recomponer el desastroso estado de las cuentas y organizarle el papeleo de contratos y legalidades. Detestaba su silencio, el secreto que lo enriquecía a la sombra de días y noches transcurridos en el buró, sacando cuentas; sí, muchas multiplicaciones para su socio; para él, pocos dividendos, jornadas que mal compensaba la mísera llegada de su salario fijo y único. Y lo que más detestaba era que la intriga se cebara en los lomos de los libros, en las portadas y en la página de presentación. Al mirarlos él, no podía informarse de su contenido de un vistazo, como le gustaba. Colocados en la ringlera de los estantes, con cuidado, carecían del completamiento de sus títulos: Curso Básico de…
Manual de…. Brillo de… Reglamento para… Si quería saber de qué trataban, tenían que levantarse y hojearlos. Y ello implicaba cierta pérdida de tiempo. De hecho, a veces era sorprendido en la acción y cuando el socio, el dueño, le exigía volver a sus labores, “por las que se te paga”, entonces se atrevía a preguntar por qué los libros no tenían sus títulos completos “El tiempo y los insectos han devorado el completamiento de los títulos” —explicaba su socio.
Pero él sabía que era la intriga la culpable.
Adriel Gómez
Junio 2009.
Me gusto, es una buena presentación de intriga en el ambiente, por primera vez lo veo abstracto como algo un poco más tangente, al menos se ve. Cierto?. Saludos Adrielg.