Hace cuatrocientos años que nació, de las burbujas emergentes del cerebro de don Miguel de Cervantes, un joven mucho más joven que los demás de su época. Gustavo flaubert se encontró con sus aventuras y se las aprendió de memoria antes de saber leer. a todo eso alcanzaba el impacto del Quijote.
Hay algo de crucial en él, que no murió en la cama como dice la historia, sino que permanece vivio. Es su alma veinteañera, alma de loco enamorado persiguiendo sueños, realidades, santidad, amor, justicia… como todos los jovenes del mundo que han visto en su burlesca actitud un pensamiento de disidente que se enzarzilla con el de Sancho panza para formar la más imperecedera pareja de sim`´aticos payasos de la literatura mundial.
Dice el escritor rumano Norman Manea que por eso no es de extrañar que durante los últimos cuatrocientos años hayan engendrado un sinfin de parientes y sucesores, incluidas innumerables parejas bufonescas de amo y criado y que incluso el circo se centre en ese emparejamiento del Payaso Blanco y el augusto Bobo.
Ambos, Quijote y Panza, siguen siendo el paradigma de la adaptación epocal de todos los revolucionarios juveniles que se justifican por un reñir con todo: el sueño de mejorar el mundo destruyendo fantasmas. Pero lo más inquietante de este joven de cuatrocientos años es que lleva aún latentes todos sus ideales porque, con él, quizás no esté todo tan perdido como algunos dicen.