¿Qué son las fantasías?, me pregunto. Y comienzo a responderme que las fantasías son los sueños más profundos de todo ser humano. Son los sueños más profundos con los que elaboramos el juego de superar los momentos bajos de la vida y elevarlos a las cimas de lo pletórico, de todo aquello que deseamos ser o alcanzar con el trasvase de los sueños a la vida real.
Las fantasías nos hacen crecer porque proporcionan colchones con los que soportar el vaivén de las subidas y las bajadas vitalistas. Fantasías para creer en algo más que todo lo que nos llega de la cotidianeidad prosaica. Fantasías para elevarnos con más fuerza en este afán por creer en algo más que el simple comer o el simple respirar. Fantasías para sentir, para querer, para amar… fantasías para conciliar las causas impuestas con los efectos deseados por nosotros mismos y así superar esa carga agónica de vernos presionados por realidades fantasmales de las que no hemos decidido libremente participar.
Fantasías para recuperar las metas que no se lograron alcanzar. Fantasías como profundos sueños que se convierten en objetivos llenos de perseverancia y constante esfuerzo por lograrlos. Sin las fantasías el ser humano estaría verdaderamente muerto… pero gracias a ellas, a esas profundas fantasías que nos inundan como archipiélagos floridos, podemos insistir en el caminar hacia metas recónditas. Y es cierto, como alguien dijo hace unos días en el Vorem, que los sueños a veces se cumplen… y se cumplen porque las profundas fantasías son los que los inspiran.