Hace casi seis años (exactamente el 3 de noviembre de 2004) Carlos Montuenga escribió en el Vorem una reflexión sobre si interesa o no interesa ya la filosofía y exponía, al final de su texto, si no nos habíamos acostumbrado tanto al camino trillado que ya hemos perdido la curiosidad por asomarnos a nuestra intimidad, para sentir que vivimos anhelos. Y Grekosay añadía en su comentario a aquel texto (en el mismo día) algo sobre si la necesidad de sentir la filosofía podría suponer lo mismo que tener un asidero para no caer en el inmenso vacío de una Verdad inmutable.
Por mi parte, creo que la realidad de la filosofía, en la actualidad, está contenida en nuestra conciencia, porque hoy somos capaces de poner en entredicho verdades inmutables y convertirlas en suposiciones relativas. En medio de un inmenso consumismo materialista seguimos amando un poco, bastante o mucho (según cada ser humano) la intimidad de nuestro propio ser; quizás como recurso defensivo ante ese consumismo en que nos han envuelto a través de la despolitización de los ciudadanos hasta convertirnos en hábitos de quemeimportismo y alienarnos con los espejismos de la vida…
Edmund Husserl, en 1929, inició una crítica de la lógica contemporánea y he aquí que ahora, habiéndose prolongado esa crítica a lo largo de todo el siglo XX, el conocimiento humano se hizo mucho más semiótico (por la abundante comunicación individual y colectiva que se ha desarrollado) que la propia capacidad intelectiva de sentirnos con vida suficiente. Se hecha en falta una filosofía ética válida para el siglo XXI.
Una filosofía actitudinal que buscaba concienciar para llenar el actual vacío del espíritu humano no era la aplicación del racionalismo (que, como bien dice Carlos Montuenga y refleja en su comentario Grekosay, ha defraudado tras su inicial resplandor). Hay que encontrar una nueva explicación idealística que, desgraciadamente, no cuaja en algo práctico y vivible para muchos humanos en la actualidad.
Tras 1960 se desarrolló una “filosofía técnica” que quedó siempre encerrada en las aulas universitarias y en las revistas especializadas y que supuso un nivel de complejidad muy elevado para su comprensión.
Es por eso que muchos pensadores sociales han determinado ya que la filosofía ha muerto después se sus últimos estentores: la filosofía analítica de las últimas décadas, la filosofía hermenéutica de Gadamer (quien influido por Husserl y Heidegger combinó la dialéctica de Hegel y la tradición hermenéutica de Dilthey diciendo todo aquello de que el conocimiento se origina a través de la experiencia de la verdad ejecutada en el horizonte del lenguaje y que el humano comparte a través del habla entendible y es imposible evitar la interpretación de la vida), la filosofía de la crítica de la sociedad, de Habermas, que señaló que radicalizar el positivismo, la ciencia y la investigación moderna como objetivos prioritarios y esenciales nos había llevado a la alienación por el manejo y los intereses de los poderes del Estado que siempre logran despolitizar el pensamiento ciudadano para introducirlo en el consumismo materialista y despojarle de conciencia) y la filosofía postestructuralista (desde Foucault hasta Derrida pasando por Deleuze) que aborda el lenguaje de los textos (orales o escritos) como algo relativamente inasible ya que se demuestra que un texto no es un logocentrismo con una sola interpretación, sino que tiene muchas y distintas lecturas e interpretacioes… hasta hacer que la existencia del pensamiento se haga inevitablemente incoherente.
En definitiva, la propuesta de que hemos llegado al final de la filosofía nos hace plantearnos si estamos ya en el último callejón sin salida para la Humanidad. Otros, más optimistas, dicen que no, que se está elaborando una nueva vía que aclare el panorama vital del siglo XXI.
Podría ser incluso que, debido a la desespiritualización humana en que vivimos actualmente, tenga que ser necesario volver de nuevo a empezar, volver a arrancar de las sustancias pitagóricas y los planteamientos socráticos de la Antigua Grecia para elaborar y levantar la creación de una nueva Civilización Humana. En fin. Ya todo puede pasar… pero es urgente que se aclare el caos existencial de hoy en día y que pueda haber una propuesta de estabilización para que volvamos a sentir la importancia de nuestras existencias.
Yo tengo bien claro que la filosofía vital que necesita el presente siglo XXI es el verdadero Cristianismo que predicó Jesucristo. Esa es, para mí (y respeto toda clase de opiniones abriendo el debate) la verdadera Filosofía del Futuro abierto, positivo y vital.