El rey entra en acción (por Olavi Skoda y José Orero).

OLAVI SKODA:

A los trece años el “rey” comenzó a hacerme compañía. El día y el momento no lo recuerdo pero sí el tremendo sentimiento de fiesta que lo acompañó. Me sentía bien, seguro y muy valiente. Lo que nunca había tenido me dio el rey. Crecí en su compañía y pasé a ser hombre congeniando rápidamente. Me entregué a él sin condiciones, él decidía sobre mí en todo. Cantando, achispado, con valentía, iba yo con mi rey, el alchol pero cuesta abajo.

Ahora que has visto cómo era mi vida antes de la llegada del rey ¿no crees que se estaba preparando su llegada?. Le fue muy fácil entrar en mi vida y sentarse en el trono. Con algunos se tiene que conformar, al principio, con ser gobernador; pero al cabo de los años llega también al trono. Yo le dejé entrar directamente, sin antesalas.

Pero volvamos a la rutina y veamos la otra cara del rey.

Esto sucedió en esos mismos trece años, algunos meses después de ser entronado el rey.

Los policías, los pobres, no se enteraban de nada. Una vez, cuando la vieja todavía no sabía el lugar que el rey ocupaba en mi vida, me cogieron. Pero lo estropearon más. Me tuvieron detenido unas horas y hasta el momento en el que el rey me daba valor fue muy divertido, pero luego cuando comenzaron a pasar los efectos del alcohol, la policía cometió el error de llamar a la vieja para que me viniera a recoger. Para entonces el rey y sus efectos habían desaparecido, me sentía huérfano, sólo e inútil.

Cuando la vieja estaba de pie frente a mí, con los ojos llenos de lágrimas y su cara de buenecilla en una sala maloliente, yo no podía levantar la vista. Me sentía tremendamente sucio. La policía y mi vieja hablaban entre ellos, pero todo lo oía muy lejano, estaba ausente. Salí con la vieja de la comisaría y me parecía que todos se fijaban en nosotros. Ella intentaba decirme algo pero yo no la oía, iba mirando la puntera de mis zapatos.

De repente me entró pánico y eché a correr. No intentaba huir de mi vieja, sino por lo sucio que me sentía. Su presencia me hacía sentir así. Corrí y corrí… y las lágrimas me brotaban. Esa presión interior que desde hacía ya algún tiempo sentía se desbordó locamente.

Corrí hasta un hotel cercano y me escondí detrás de un gran contenedor de basura. Me acurruqué con la cabeza metida entre las piernas, pretendiendo, de alguna forma, desaparecer. Oía a mi madre gritar desde el campo de enfrente : “Olavi, Olavi, ¿dónde estás? Ven, que no estoy enfadada”.

!Ay cómo me fastidiaba oír esto!. Como que “No estoy enfadada”, era justo lo contrario de lo que necesitaba oír; era lo que me merecía , que se enfadara. Pero no, éste fue uno de los grandes problemas durante mi vida. Los conflictos no se sabían resolver, sino que se empaquetaban y así, sin más, sin resolver, se iban acumulando. Al final todo acabó regresando a casa por la noche. Mi madre no se dio por enterada cuando llegué, sino que me dejó ir a la cama tranquilamente. Por la mañana el ambiente era tenso pero no se mencionó ni una sola palabra sobre el tema. Se cometió el grave error de creer que las cosas se arreglaban silenciándolas.

Os cuento otra experiencia similar:

Quiero aclarar estos transfondos complicados para que puedas comprender por qué yo, fui lo que fui. Quizás así, tú también, puedas comprender por qué eres lo que eres.

Cuando cumplí los trece años tuve una nueva experiencia que quizá no todos puedan comprender. No siempre podíamos conseguir alcohol y esto era un problema para nosotros pues habíamos aprendido que estando borrachos nos encontrábamos bien. Claro, los que queríamos al rey buscábamos sucedáneos como jarabe para el asma, pastillas de Valium, etc. Una vez me desperté en casa los bolsillos llenos de hojas de arce y creíamos que yo había estado juntando dinero por las calles. El jarabe de asma producía esta especie de alucinaciones.

Otra vez, después de tomar algunas pastillas mezclamos la cerveza. Perdí la cuenta de las pastillas que había tomado y acabé inconsciente. Cuando recobré la consciencia en el hospital sabía lo que ocurría, estaba rodeado de tubos y máquinas pero, en medio de esta confusión sentí que alguien estaba a mi lado, era mi vieja. Yo no sabía lo que me había sucedido, pero la misma sensación de suciedad se volvió a repetir. !Vergüenza, qué vergüenza sentía!. Una vergüenza que me rompía. Aparentaba estar inconsciente. Oía a los médicos hablar con mi madre diciendo que saldría adelante. En silencio deseaba que eso no sucediera.

En el hospital no supieron dar con mi “enfermedad” pero sí impidieron que la muerte llegara antes de tiempo. Pretendía llevarme a los trece años pero la ciencia lo impidió. Todavía quedaba mucho camino por andar.

Los problemas de mi primera estancia en el hospital se solucionaron como siempre, “callando”.

JOSÉ ORERO:

Sólo conocí a este rey, verdaderamente, una sola vez en mi vida. Las demás sólo eran meras aproximaciones sin importancia alguna que no hacían ningún efecto en mí. Pero el día que conoci al rey del alcohol no fue para olvidar nada. No fue para combatir ninguna ansiedad. No fue para combatir ningún complejo ni tampoco fue para olvidar a ninguna mujer. El día que, verdaderamente, conocí lo que era el rey del alcohol sólo fue una ocasión en la Casa de Campo de Madrid, en una fiesta popular del Partido Comunista de España y Comisiones Obreras. Se celebraba el Día del Trabajador. Y sólo empecé a beber por simpe diversión, sin ningún sentido concreto y sin ninguna decisión premeditada. El detonante final fue una enorme garráfa de alcohol de un grupo del Polisario Palestino. Sólo recuerdo que empiné la garrafa e inmediatamente me vine al suelo, de espaldas, quedando totalmente inconsciente. Fue la vez que más cerca estuve de la Muerte.

En el hospital conocí la verdadera negrura de la Muerte mientras a mis oídos llegaban, lejanos, muy lejanos, algunas voces de amigos, la penumbra era total y yo estaba caminando hacia la Muerte. Pero entonces vi una luz, una pequeña luz que me enviaba mi princesa desde la otra parte del Mundo ayudada por el Señor Sabio que me observaba desde los cielos. Los médicos certificaron coma etílico y, al despertar, mis brazos estaban llenos de cables intravenosos. Por supuesto que apareció también mi madre y que tampoco me dijo nada. El Señor Sabio, desde las estrellas, el que tantas veces me había ayudado en mi vida para salir indemne de mil y un peligros, también me sacó de aquél. Nunca jamás volví a repetir aquella experiencia.

Una vez conocida la penumbra de la Muerte, si tienes suficiente valor y agallas, jamás vuelves a pensar en ella y jamás vuelves a acercarte a ella. Aquella luz al final del túnel existió, y existieron las voces lejanas de los amigos y la de mi madre llamándome de nuevo a la Vida… pero sobre todo estuvo la voz de mi princesa haciéndome saber que no era mi final. Que aquella luz eran sus ojos mirándome a través del Espíritu y que el dios alcohol había sido derrodato por el Señor Sabio que me observaba desde las estrellas. Al otro día, cuando amanecí en el hospital, supe que ese Señor Sabio había estado gobernando mi vida desde el mismo momento de mi nacimiento. Y yo ahora reconozco que en infinidad de veces (propias de escribir un libro sobre todo ello al cual, si Dios quiere, titularé algún dia “Dios está presente”) ese Dios Supremo me salvó “in extremis” de múltiples situaciones en las que la Muerte rondó muy cerca de mí. Pero aquella del rey alcohol jamás la podré olvidar para, precisamente, jamás volver a experimentarla. Aquela noche el Verdadero Rey derrotó al falso rey.

¿Qué fue en realidad lo que me apartó de la Muerte y me sacó de sus garras?. Sólo tengo una cosa cierta que decir: fue, al mismo tiempo, Jesucristo y los ojos de mi princesa.

Un comentario sobre “El rey entra en acción (por Olavi Skoda y José Orero).”

  1. Como me alegro amigo mio que pudieras superar ese trance tan extremo, bienvenidas sean todas tus creencias si sirven para alegrarte la vida y llenarla de sentido, yo como sabes tambien he visto cara a cara a la muerte,pero mi caso es diferente, te deseo todo lo mejor a ti y a Liliana, un beso amistoso

Deja una respuesta