El ADN de los escritores y las escritoras cruzan entre sí sus genéticas mentales en esta labor diaria de escribir verdades sinceras. Es muy desconcertante para quienes no comprenden nuestro oficio; porque escribir en serio pero sin bromas es el oficio más duro que conozco para decir verdades que surgen de un profundo pensamiento.
Ángela Becerra ha escrito: “La muerte es la puerta más hermética, siniestra y desconocida de nuestro único futuro seguro”. Yo, sin embargo, no estoy de acuerdo y por eso no hablo de la muerte como un futuro sino de la vida como tal; porque para mí la vida lo es todo, absolutamente todo. También Ángeles Becerra expone: “como no sabemos buscamos”. Sí. Yo no sé pero busco y encuentro a Dios siempre en esa búsqueda. Y Dios no es la muerte jamás.
“Vivir es desplazarse entre las distancias de los otros y la personalidad de nuestra conciencia” (frase de Ángela Becerra)… ¿y qué es la conciencia sino saber que hay un Reino de Sueños creado por Dios y que dicho Reino no es ninguna bruma siniestra ni tampoco una broma perecedera?. Por último Ángela Becerra dice “al final sólo nos quedamos nosotros”. En esto sí estoy de acuerdo. No es igual decir “sólo nos de acuerdo con en esta tu última frase pero matizando subjetivamente; porque cuando un ser humano, hombre o mujer, tiene la fe profunda del Cristianismo, jamás se queda solo o sola. Por eso yo digo: “Al final solo nos quedamos nosotros con la Eternidad”, que es como, hablando en serio pero sin bromas, vivimos quines sabemos.
Sabemos que existimos, Ángela, pero existimos no para la muerte, porque quienes sabemos de la vida nunca jamás vivimos en la siniestra sombra de los cementerios… esa queda sólo para quienes no saben nada más que morir.
De Ángela Becerra me leí una novela que me pareció muy bonita: me hizo soñar con Chopin y con el amor. Pero la segunda vez que leí un libro suyo: ¡puaj!, dicen de ella que escribe con “idealismo mágico”. Yo te puedo resumir lo que a mi me parece: me parece García Márquez multiplicado por cuatro; tan multiplicado que al final cae ñoño. Quizá es eso, o que ya me aburren las historias eternas del amor con las que sueña su autora.