Pocos metros depués, apareció repentinamente un lobo silvestre, que venía directo hacia donde se encontraba El Extranjero. Llegaba con las fauces abiertas pero el Extranjero no tuvo ninguna clase de miedo, sacó un pedazo de pan de su mochila y,acariciando la cabeza del lobo, le dio de comer. El lobo comió tranquilamente y se sentó junto a él.
– !Vamos!. !Tú si puedes venir conmigo, porque eres de los que piden disculpas cuando matan sólo para comer!.
El lobo lamió las manos del Extranjero y le acompañó hasta la misma cima de la montaña. Allí se sentaron ambos sobre la roca que servía de cúspide a la misma.
– Hola, Extranjero…
El Extranjero respondió.
– ¿Quién eres?.
– ¿Para qué y por qué viniste hasta la cima de la montaña?.
– Para saber exactamente la Verdad.
– Pues la Verdad soy yo.
– ¿Y quién eres tú?.
– Yo soy igual que tú. Yo soy totalmente igual que tú. Yo soy como tú, un Extranjero en su propia patria. Yo soy Jesucristo.
Y Jesucristo, ante el silencio del Extranjero, siguió hablando: “Yo te ordeno que, como dice mi Padre Dios y a través de la Gracia del Espíritu Santo, que bajes a la Gran Ciudad, que vivas en la Gran Ciudad y que digas a toda tu gente lo siguiente: Al extranjero no engañaréis ni angustiaréis, porque extranjeros fuisteis todos vosotros en la tierra; cuando el extranjero morare con vosotros en vuestra tierra no le oprimeréis; como a un natural de vosotros tendréis en vuesta tierra y lo amaréis como a vosotros mismos, porque extranjeros fuisteis todos vosotros en la tierra; no torceréis el derecho del extranjero; maldito todo aquel que pervertiere el derecho del extranjero; y no angustiaréis al extranjero pues todos sabéis cómo es su alma porque, por tercera y última vez os lo repito, todos vosotros fuísteis extranjeros en la tierra”.
El Extranjero sabía por qué y para qué había subido a la cima de la montaña y aprendió que todo aquello que había enseñado a las gentes era lo mismo que Jesucristo hablaba a las gentes.
El sol calentaba tanto que era necesario estar muy bien preparado físicamente para poder soportarlo. El Extranjero se sintió a sí mismo mejor y más joven que nunca.
– Ahora baja a la Gran Ciudad, vive en la Gran Ciudad y dile a toda tu gente por qué y para qué subiste a la cima de la montaña.
El Extranjero acarició al lobo silvestre que se marchó hacia los bosques y se perdió entre la maleza. Él ya tenía su verdadera familia. Y bajó a la Gran Ciudad y vivió en la Gran Ciudad y habló a su gente lo que Jesucristo le había ordenado. Algunos le escucharon. Otros no. No le importaba en absoluto porque él, el Extranjero, era Jesucristo o una metáfora de Jesucristo… y por eso se convirtió en poeta y comenzó a escribir sobre la Verdad que tanto y con tanto afán había buscado.
FIN