Muchas horas sentado en el mismo banco, aguantando el chaparrón de la lluvia de palabras formuladas como religión. Miro el reloj. La tarde está pasando entre el gris aburrimiento de mis pensamientos y esta especie de granizada que me está cayendo encima aunque es pleno verano. Yo no estoy aquí, sentado el el banco del parque, aguantando el letal aburrimiento de la cháchara monocorde y religiosa. Yo no estoy aquí. Yo estoy en otro punto muy distante, más allá de este sol que se está ocultando y las sombras de esta arboleda perdida entre el insomnio que penetra en mi cerebro y las ganas de gritar un estallido de libertades. Sólo oigo pero no escucho. Sólo oigo palabras religiosas pero no escucho más que el murmullo del agua de la fuente ornamental que derrama su líquido elemento como una comunicación para con las próximas estrellas.
Muchas horas sentado en el mismo banco del parque, soñando con otra distancia mucho más lejana. Yo no estoy aquí. Yo sólo oigo palabras religiosas pero no escribo ninguna de ellas en mi memoria. Una cosa que sí observo es a los niños que juegan y me formulo un dictamen particular: “No. No estoy aquí ni deseo seguir oyendo palabras religiosas”.
Los niños nunca sabrán que estoy suponiendo que retrocedo a la infancia de mis siete años de edad pues aquí, sentado tantas horas en el mismo banco del parque, estoy reflexionando una lógica implacable: no estoy aquí porque mi espíritu se encuentra ya escribiendo mentalmente algún poema bajo las estrellas. Sólo oigo, pero no escucho, palabras religiosas…
Me queda el recurso de concentrarme en el suelo de mi infantil pensamiento de una noche de verano, tan distinta a esta que es una abstracción del tiempo. Muchas horas sentado en el mismo banco del parque; pero una distancia sideral entre lo que habla ella y lo que siento yo. Tengo ganas de hacer algún dibujo que me libere de esta pesadilla… pero nadie conoce lo que dibuja mi mente y no tengo, aquí, ahora, ni tan siquiera ua pequeña silueta de papel donde escribir la palabra !socorro!. Sólo escucho al agua de la fuente ornamental desgranando pensamientos y a los niños jugando alrededor de ella mientras paso horas enteras sentado en el mismoo banco del parque, aguantando el chaparrón de la lluvia de palabras religiosas… pero yo no estoy aquí sino a miles de kilómetros de distancia, en una galaxia llamada Sueño. ¿Qué culpa tengo yo de haber nacido bohemio de las constelaciones del otro lado del mar?.
Final de la pesadilla. Me voy, nuevamente, con las manos dentro de los bolsillos vacíos de mi pantalón y me adentro en la jungla de mis pensamientos…. mientras en la venta de los gatos mi alma subraya una frase: “¿cómo me va a conocer si sólo tengo bolsillos vacios pero llenos de un Sueño tan diferente a la lluvia de sus palabras religiosas?.