El padre Ricardo estaba finalizando el oficio religioso del Domingo. A la pequeña iglesia del pueblo habían llegado unos cuantos lugareños.
Quedó en silencio, mirando a las personas congregadas, en absoluto silencio, su mirada parecía un calmante en la atmósfera. Todo su cuerpo se había transformado en una especie de estatua. Su visión se paseaba lentamente sobre los feligreses allí presentes, contemplando sus rostros.
Los minutos pasaban, algunos asistente empezaron a cambiar débilmente de postura sobre sus asientos, empezó a surgir un juego basado en mirarse las caras, había personas que susurraban algo a quien estaba sentado al lado, poniendo cara de extrañeza.
Alguien empezó a levantarse y salir del templo con temple de preocupación,y cara de escándalo, después otra persona se animó y también salió al exterior. Empezaron a producirse comportamientos de imitación entre los congregados, la gente empezaba a abandonar el lugar sagrado… Por sus miradas parecían estar ofendidos o indignados.
Después de varios minutos en completa quietud y silencio del Padre Ricardo, en la basílica quedaron cuatro personas en actitud de escuchar al Sacerdote.
Alguien preguntó: “Padre, ¿que ha sucedido?” El Sacerdote se sentó junto a quienes se habían quedado a escuchar y dijo: “ He seguido hablando de otra manera, a través de la ausencia de palabra, de movimiento, de sonido. Y los que estaban condicionados por la palabra, por la voz y el gesto se han sentido incómodos y han tan tenido que salir, para poder volver a su mundo. Las mayorías funcionan así.
Una de las asistentes se acercó más al grupo y dijo: “ Padre, yo lo que también he visto con todo esto, es que no debemos dejar que el mensajero nos distraiga del mensaje y que el mensaje no nos distraiga del mensajero, o por lo menos ver si nos ocurre esta distracción”.
“Estoy totalmente de acuerdo contigo, de hecho hay gente que desea seguir hipnotizada”. Dijo el Sacerdote mirando a la joven que acababa de hablar.