Aquel viernes no era, desde un principio, igual que los demás. Para empezar, Laura no había citado a Luis en la misma cafetería de siempre. Esta vez era un nuevo local para él, una cafetería situada en los extrarradios de la ciudad que Luis no conocía de nada. A mucha distancia de la cafetería del barrio central donde todos los viernes Laura le citaba para comenzar el fin de semana juntos. Una cafetería muy lejana de aquella donde todos los viernes reiniciaban su romance idílico. No. Aquella cafetería de este viernes era totalmente extraña para él. Sin embargo, ella, Laura, estaba allí completamente serena, segura de sí misma, completamente a gusto. Así que él dedujo que no era la primera vez que Laura tomaba café y fumaba un cigarrillo allí, ante una de aquellas mesas de madera de color caoba. Era una manera de comenzar el fin de semana enteramente nuevo para Luis.
Él (Luis) observaba a ella (Laura) fumar lentamente mientras daba pequeños sorbos al café muy caliente. Un café muy caliente que a ella le gustaba siempre paladear despacio cuando tenía algo muy importante que decir. Y aquel viernes inédito, donde todas las reglas mancomunadas de ambos estaban cambiadas, habían sido rotas por ella. Debía ser una señal inequívoca de que algo no iba por el camino correcto.
Ella (Laura) miraba a él (Luis) de manera oblicua -no tan de frente ni directamente como siempre- posados más sus ojos en la humeante taza de café y en el cigarrillo que fumaba muy pausadamente. Parecía como queriendo ocultar parte sustancial de su presencia dejando las huellas de su carmín en el filtro del cigarrillo y en los bordes de la taza humeante de café. Él (Luis) no fumaba. No había fumado nunca. Y tampoco gustaba de tomar café. En vez de ello estaba bebiendo un combinado de ginebra con cocacola. Así que tampoco coincidian las huellas de carmín con su voluntad de besarla en la boca. Aquellas huellas de carmín estaban dejando demasiada marca en el filtro del cigarrillo. Era señal de que ella (Laura) estaba ahora algo nerviosa y había perdido parte de su serena presencia. Ahora la mirada de Luis se quedó suspendida en las huellas de carmin del borde de la taza de Laura…
– Luis… es necesario hablar muy en serio… lo nuestro está empezando a fallar…
– Pero ¿qué dices Laura?. La semana pasada estabas completamente feliz y nuestras relaciones pasan por el mejor momento de nuestras vidas. Yo sé que lo nuestro funciona perfectamente bien. Lo que me deja algo sorprendido es este cambio de escenario. Esta cafetería…
– Este cambio de escenario significa precisamente eso, Luis. Significa que lo nuestro ha cambiado. Ya no soy la de ayer.
– ¿Qué te sucede, Laura?. ¿Qué es lo que repente te molesta de mí?.
– No es de repente, Luis. Es desde hace meses.
– Pues nunca me lo habías dado a entender…
– Estaba intentando hacerlo. No estoy pidiendo que me comprendas sino que me escuches… más hace mucho que tú ya no me escuchas lo suficiente.
– Pero… !si la semana pasada me dijiste que todos nuestros proyectos los entendías y que todo funcionaba tan bien que estabas ya dispuesta a venir a vivir conmigo!.
– Intentaba engañarme a mí misma. Ahora sé que es mejor ser sincera con mi persona para no herir a los demás ni para herirme.
Ella (Laura) dio un fuerte golpe de labios al cigarrillo. Apretó firmemente la boca. La huella de carmín enrojeció el filtro y dejó una marca profunda. Después tomó la taza y comenzó a acariciar el borde de la misma, donde estaban impresas las huellas de su carmín, con los dedos de ambas manos. Las huellas quedaron como un rastro de amapolas encendidas…
Él (Luis) quedó absorto mirando aquellas huellas. Dió un trago a su cubalibre. Tomó las manos de ella. Fuerte. Como dando a entender que su corazón golpeaba duramente en el interior de su pecho. Laura soltó las manos. Se liberó de las manos de Luis. No quería seguir con aquel juego.
– No, Carlos. Se acabó. He determinado en estos mismos momentos que lo nuestro ha terminado ya.
– Pero… ¿en qué estoy fallando?. Necesito una explicación para poder comprenderlo.
– No fallas tú. La que he fallado soy yo.
– ¿Es que hay otro?.
– ¿Es que es necesario que haya otro hombre en mi vida para decir que lo nuestro se acabó?.
– Pues si no es eso… no lo entiendo…
– Lo importante es que ahora, por primera vez en mi vida, te estoy hablando sin reservas.
– Pero yo soy feliz a tu lado.
– Yo a tu lado no.
– !Díme en qué debo de cambiar y cambio inmediatamente!.
– Yo no me enamoro de un hombre que cambia según mi antojo. Me enamoro de un hombre por él mismo. Sin necesidad de que yo quiera ni desee cambiarle.
Luis quedó contemplando los rojos de amapolas encendidas de las huellas de carmín que Laura iba dejando en los bordes de la taza de café. Entonces fue cuando quiso besarla en la boca.
– !No!.
– ¿Por qué?. Sólo intento demostrarte que estoy más enamorado de ti que nunca.
– No, Luis. No me vas a besar nunca más. Lo he decidido ya. Ya no deseo que me beses más. Es mejor así. Yo no soy la mujer que tú crees que soy. No me escuchaste lo suficiente. Tú te mereces otra mujer mejor que yo que te haga feliz cuando estés con ella.
– Pero yo soy feliz contigo vuelvo a repetirte.
– Yo cada vez soy más infeliz a tu lado. Más desdichada. Más lejana. Más aburrida. Esto es mejor que se acabe ahora mismo.
– Intentemos de nuevo…
– ¿Para qué?. ¿Para hacerte más daño después?. Tenía intención de acabar con nuestra relación desde hace ya varios meses pero era cobarde. Ahora he decidido ser valiente y decirte las cosas como en realidad son. No más fingimientos. Y sí, hay otro hombre…
Ya no dijo más. Se levantó mostrando toda la belleza de sus piernas. Las piernas de Laura eran de una belleza singular. No en balde el oficio de Laura era el de modelo televisivo. Pero ahora se encaminaban hacia la puerta de la calle y se despedía definitivamente de él. Aquella insólita cita en la cafetería del extrarradio de la ciudad comenzaba a tener su verdadero sentido.
Luis hundió la cabeza entre los brazos. Tomó la taza de café que Laura había dejado a medio tomar y se quedó ensimismado contemplando las huellas de amapolas encendidas del carmín de ella. Luis levantó el rostro. Laura ya había desparecido de la escena. Tomó el cigarrillo que ella había dejado medio aplastado en el cenciero, contempló las huellas de carmín del filtro y quedó en silencio.
– Perdon, caballero, ¿desea algo más?.
– Sí. Sírvame una copa de coñac caliente y dígame cuánto le debo por todo.
– Enseguida le traigo el coñac, pero por la cuenta no se preocupe. Laura me ha dicho que la cargue en su cuenta.
– ¿Es que conoce usted a Laura?.
– !Cómo no!. Aquí viene, desde hace ya meses, todos los jueves con su novio Julián.
– ¿Entonces es cierto que hay otro hombre en su vida?.
– No le entiendo, Julián es asiduo a esta cafetería. Es él el que cita a Laura todos los jueves aquí. Lo que me ha extrañado es ver a Laura un viernes en este local y acompañada de otro joven distinto a Julián.
– No importa ya nada. Yo era el verdadero novio de Laura.
– Ya entiendo. Jugó con usted. No se preocupe. Hay muchas mujeres en el mundo.
– Ahora mismo no me interesa para nada el mundo ni las mujeres, Y quiero decirle que Laura puede pagar la cuenta anterior pero esta copa de coñac me la pago yo mismo. Nunca más. Nunca más dejaré que nadie me pague mi propia copa de coñac ni nada de lo que se me antoje beber.
El camarero se fue a servir la copa de coñac a la barra de la cafetería.
Luis quedó nuevamente ensimismado, mirando fijamente las huellas de carmín que ella (Laura) había dejado impresas con su rojo amapola en los bordes de su tazá de café caliente y en el filtro del cigarrillo blanco. Tomó la taza y se bebió de un trago el café que quedaba pendiente de tomar mientras saboraba las huellas rojo amapola. Tomó lo que quedaba del cigarrillo todavía encendido. Apretó sus labios sobre las huellas de carmín que se encontraban impresas en el filtro y fumó por primera vez en su vida. El humo le atascó la garganta. Tosió estruondosamente. Tosió por primera vez en su vida por culpa del tabaco.
Cuando llegó el camarero con el coñac se bebió el contenido de la copa de un sólo trago.
– Dígame cuanto le debo.
– Uno con ochenta.
– Por cierto ¿sabe usted si hay por aquí algún campo de amapolas?.
– Exactamente por aquí no. Pero si sale en dirección este a dos kilómetros de distancia, justo donde vive Julián, hay un campo de encendidas amapolas.
El camarero observó las huellas de carmín del borde de la taza de Laura…
– Lo siento, señor…
– No. Nada de sentimiento vano. Lo que sucede es que he llegado demasiado tarde a esta cafetería. Demasiado tarde…