Un día estaba yo en casa, y mis abuelos habían venido de visita. El abuelo estaba en la cocina, y yo ahí con él, no había nadie más, no recuerdo que hablábamos, no recuerdo el contexto, pero la mente tuvo una ocurrencia, y solté una pregunta a mi abuelo:
“Abuelo, ¿tú que piensas de la homosexualidad?”
Mi abuelo era un hombre desconfiado, suspicaz, normalmente socarrón, y cerrado para ciertas cosas, (nunca supe si lo quería o no lo quería).
Demasiado sobre protector, muy amigo de seguridad, de sus intereses y sus cosas. Su respuesta no podía estar condicionada por algo que hubiese podido leer, al menos eso sigo pensando hoy día, aunque no tengo manera de averiguarlo. Sabía que mi abuelo no leía libros, ni iba a ninguna iglesia a que pensaran por él o a que le leyeran en voz alta. Ni pertenecía a ningún grupo o de ninguna clases. Mi abuelo no tenía estudios ni formación, toda su vida trabajando y ahorrando dinero que guardaba. Mi abuelo no tenía inquietudes espirituales ni por asomo, era un hombre que vivía para bastante para sí. Entendía de política a nivel de usuario, aunque no militaba en ningún partido, ni era anarquista Leía el periódico. No entendía o no aceptaba ciertas manifestaciones de la sociedad.
Mi abuelo era un hombre rebuscado, a veces muy resuelto y muy manitas; con muchísima frecuencia muy complicado, a veces con el síndrome de niño caprichoso. De complicada convivencia (según explicaba la abuela, “el abuelo es un tormento”). Era un hombre muy poco tolerante y muy severo, también era muy testarudo. A veces insoportable. Era un polvorín a punto de estallar con el que había que tener cuidado.
Pero aquella tarde, mi abuelo durante unos segundos fue alguien completamente diferente, fue un sabio. Una especie de Jesús. Una especie de Buda. Un Caldeo. Un hombre común (en comunión) y centrado, con todos sus chakras equilibrados. Un hombre neutral y abierto, que se moja sin mojarse. Pero aquel estado de consciència fue durante unos segundos nada más. Pero el suficiente tiempo para yo poder o tratar de escuchar desde el fondo, y no desde el oído. Luego mi abuelo volvería a ser el mismo hombre de siempre. Con sus miedos y manías, sus prejuicios y su incomprensión o “Comprensión”.
Mi abuelo me cogió del brazo, puso cara de “que no nos oiga nadie”, se me acercó al oído, bajó la voz como si la sociedad estuviese únicamente educada para escuchar determinadas cosas, y no escuchar otras, como si para las estructuras sociales casi todo tuviese que ser apócrifo, como el libro de la Sabiduría en el Antiguo Testamento; iba a susurrarme algo. Me miró fijamente a los ojos y respondió a mi pregunta:
“Si todas las cartas fuesen iguales, no se podría jugar.”
Esa respuesta caló hondo en mí. Poco a poco me he ido desengañando, en positivo y negativo, intentando ver las cosas como son, intentando ver su etimología, viendo las cosas como son y no como quieren que las vea o (que las veamos). Y como dijo alguien, intentando ver el “espectáculo desde afuera”, tenga el vestido que tenga, tenga la prótesis que tenga. Con aceptación, respeto y neutralidad. Aunque cierto es, que a veces no me dejan, no me lo permiten. (No nos dejan, no nos los permiten).
Grekosay, agradezco tu comentario.
Gracias
Siguiendo un dicho griego: Esperar lo inesperado. En muchas ocasiones dependemos de ese concepto generalizado, o casi impuesto sobre una opinión. Lo realmente sabio es la sencillez con la que se revela una verdad, y en estecaso el uso que podemos drle ara hacerla extensa a la vida. Un tesoro. Muchas gracias por este texto. Un saludo.