En la discoteca de Claudio Coello hablábamos sobre las mitologías diarias y descubríamos emociones tan nuevas como el hipotético iguanacantor de moda. En los portalones de Recoletos todavía respira, cuando paso por allí, inolvidable compañero, la simbiosis que posibilitó nuestros cantos desde el otro costado de los sueños… en las tardes ajenas por completo al gris trajín de la rutina bancaria. Gracias doy a todas las espigas humanas que con sus hornos solidarios -!qué grandes manifestaciones! -fueron nuestro pan común. Con pintas de solsticios y de equinoccios, con los trópicos de Cáncer y Capricornio en mis miradas, este tu cómplice de vientos pone su huella a nombre de los soles de espuma y de piedra que alumbraban los Colegios Mayores de la Universidad y el Paseo del Prado. No en vano te conozco por tu verdadero nombre (!AMIGO!) y doy gracias porque además de vivir por la música, asumes lo de menos: morir de ella. Aún guardo con sentida emoción el disco de Ana Belén y Víctor Manuel que me regalaste un día frente a la Cervecería de la Cruz Blanca. Un abrazo y hasta siempre, Carlos.