Nuevos tiempos. Nuevos estudios. En el pupitre de madera han dibujado un corazón grande con un apellido dentro. A su alrededor hay un numeroso grupo de pequeños corazones femeninos. Había llegado el momento de conocerlas. El momento de poder liberarlas o morir en el intento. Era la Pléyade de Cima: un grupo de chavalas guapas de cuya información no debía conocerse nada ni publicarse nada hasta que llegara un momento determinado de la vida. Ese momento ha llegado hoy. Estamos en la Cima de Madrid, en la Calle Mayor. Hace muy poco tiempo el cineasta Juan Antonio Bardem ha realizado la película “Calle Mayor” basada en la novela de Carlos Arniches titulada “La señorita de Trevélez”. Estaban todas destruídas. El famoso León de Oro las había devorado la moral… pero ya llegaban los tigres de Monpracén capitaneados por Sandokán; el heroico personaje de las novelas de Emilio Salgari.
Así que El León de Oro junto con su despreciable compañero de fechorías, un tal Domínguez ligón “dominguero” nada más, comenzó a temblar de pavor después de ver que venía en serio la cosa. Que sus pesadas bromas ya no tenían gracia… cuando las había dejado a todas destruídas… y es que El León de Oro sabía mucho de Arniches pero nada de Salgari.
Eran las siete hijas de Zeus convertidas en estrellas para ser salvadas de la persecución de Orión. El León de Oro tampoco sabía nada de Mitología, y menos todavía su compinche Domínguez que era sólo, repito, un pequeño ligón “dominguero” nada más. Yo comencé entonces a pensar en Ronsard y sus “Odas”, “Himnos” y “Los amores”. Era la hora de comenzar con los verdaderos amores para destruir a los donjuanes que las habían dejado destruído el corazón. Y comenzaron a surgir los amores. Dibujaron el corazón grande con un apellido dentro y pusieron sus corazones pequeñitos alrerdedor de él. Y yo seguía pensando, siempre vigilado por la temerosa mirada del León de Oro y los temblores de su compinche Domínguez, en Du Bellay (ellos tenían todavía menos idea de quién era Du Bellay) escribiendo “la añoranza misteriosa comienza a aparecer en la belleza de todas ellas”. Alrededor del corazón grande comenzaban a latir ya, poco a poco, los corazones pequeñitos de las chicas de la Cima. Buscando un poco de compañía y, sobre todo, la libertad que les había arrebatado el Don Juan de Oro y su miserable compañero Mejías Domíngez. La señorita Dora se me convertía en Dorotea, aquella hermosa mujer de Lope de Vega en la que Du Bellay se inspiró para hacer un homenaje a Fernando de Rojas. Una Celestina se movía entre aquellos entresijos. Pero yo no decía nada mientras seguían aumentando los corazones pequeñitos de las chicas alrededor del corazón grande y varonil con un apellido dentro. Quien fuese la bruja Celestina no me importaba en absoluto mientras iba realizando mi labor en silencio y bajando de cháchara con ellas, por aquello de Lope de Vega, hasta llegar a la famosa Cuesta de la Vega que bajaba en solitario para seguir pensando…
Fue entonces cuando, un día, comencé a escribir las dos primeras canciones de mi vida pensando en aquella Pléyade de chicas destrozadas por los donjuanes depredadores, machistas que las tenían sometidas a sus antojos y de la scuales se burlaron hasta dejarlas con la autoestima por el suelo. Eran mis dos primeras Canciones para la Libertad: “Un día cualquiuera del duro invierno, verás la lluvia caer, oirás tu nombre llamar… pensarás qué triste es ver desierta la ciudad, que pena da saber tu nombre nadie llamará” pero también escribí la segunda: “Existe una calle, es tan larga que parece que jamás va a terminar. Solitaria. Nunca hay nadie. Esa calle silenciosa siempres está. Sólo una figura por las noches allí viene a pasear. Miro al cielo. Ya no llueve. Hoy yo he visto esa figura entre las nubes. Juraría que la he visto sollozar. Lentamente doy la vuelta y me dirijo a la ciudad”.
El León de Oro y su deespreciable compinche Domínguez comenzaron a temblar de miedo. Sabía que alguian había llegado para poder liberarlas a todas ellas. Vieron que los pequeños corazones femeninos seguían aumentando alrededor de aquel corazón grande que tenía un apellido varonil. Iba en serio la cosa, recogieron sus mochilas llenas de burlas sin gracia y se fueron definitivamente de allí habiéndolas dejado castigadas por sus chulerías donjuanescas. Los dos cobardes con el rabo entre las patas. Ahora era necesario poder conseguir que volviesen a ser ellas mismas otra vez. Las mismas chavalas guapas que tanto me gustaban a mí a pesar de que la Celestina seguía oculta en el aula.
Por eso no. Por eso no acudí al guateque. Algunas pensaron que yo tambíén las despreciaba y no se daban cuenta de que estaba realizando mi propia estrategia precisamente para volver a hacer que recuperasen su autoestima. Pero al principio no lo entendían. No entendían por qué yo había decidido no ir al guateque. “Si no va él nosotras tampoco” dijeron las que dibujaban sus pequeños corazones femeninos alrededor del corazón grande con un apellido varonil dentro ante la desesperación de Pisonero. ¿Quién era el verdadero y quién era el faso de los dos?. Sí. El mismo apellido pero dos hombres bien diferente. El I era donjuanesco, burlador de mujeres, castigador de chavalas de las que se burlaba, junto con su despreciable compañero Domínguez, dejándolas totalmente destruídas. Pero las de los corazones femeninos pequeñito sí creían en mí. No comprendían mi estrategia pero, por alguna razón misteriosa, me miraban de frente a los ojos y tenían confianza en mí.
Dos apellidos iguales pero dos hombres bien diferentes. El mismo apellido pero yo no era como él y ya había jurado desde muy pequeño jamás ser como él. ¿Pero no ves que sólo son unas chiquillas con ganas de sentir un poco de amor? le dije a su conciencia. Pero ya habían huído los dos con el rabo entre las patas. Ahora tenía la obligación de liberarlas a todas sin importarme para nada quien era la Celestina que, astutamente, había situado El León de Oro para impedir la obra de la liberación general. Los pequeños corazones femeninos que se dibujaron alrededor del corazón grande con el apellido varonil comenzaban a latir. Nadie comprendía la estrategia que yo estaba utilizando. “¿Qué más quieres?” me dijo un compañero de mesa. Le miré y no le respondí. Yo solo queria hacer mi labor en silencio y además tenía otra batalla más grande esperándome en la Plaza de Canalejas y para ello me estaba preparando la señorita Dora de la cual yo aprendía aceleradamente el mundo de las mujeres. Sólo le miré y él, que no comprendía nada de lo que estaba pasando, guardó silencio para siempre. Jamás me volvió a molestar con la misma pregunta.
Mis silencios no eran silencios. Las estaba liberando a través de las sonrisas bohemias. Por eso ni ellas mismas comprendíán por qué no terminaba por enamorarme de alguna de ellas. Y es que yo las quería a todas por igual. Al final lo conseguí. Y cuando conseguí destruir la labor del I y hacerlas a todas sonreír de nuevo… silenciosamente, tan silenciosamente como había llagado, abandoné la Cima y seguí el camino de mi Destino.
Él era más guapo que yo. Yo lo sabía y lo sabían también todas las chicas… excepto unas pocas, las que dibujaron sus pequeños corazones femeninos alrededor de mi gran corazón, que opinaban lo contrario y que, además, eran las que más me gustaban a mí porque eran las más guapas de la Academia.
Nuevos tiempos. Nuevos estudios. !Existen las chicas!. Y es que, muchas veces en la historia humana, resulta que el II derrota ampliamente al I en cuestiones de verdadero amor. El III, enviado astutamente por el acobardado I para destruir mi labor llegó demasiado tarde. !Ya estaban todas liberadas aunque no hubiesen comprendido por qué no me enamoré de ninguna de ellas ya que a todas las quería por igual!. Miré a los cielos y pregunté a Dios. “¿Qué hago ahora?, ¿Debo volver?”. Escuché su respuesta a través del pasaje bíblico de Mateo 7:15-20 “Guardaos de los falsos profetas que vienen vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos e higos de los abrojos?. Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. Nunca puede un buen árbol dar malos frutos ni un mal árbol darlos buenos”. Sabía que ya no era necesario volver. Y el III tuvo que abandonar rápidamente e irse a otra Academia. El IV ni tan siquiera lo intentó.