En aquel lugar, a tanta altura del suelo que se veía, desde los ventanales, una panorámica completa de la ciudad, se encontraba un total de cinco personas ávidamente leyendo textos diversos. En la pared de enfrente, entre otras varias piezas pictóricas, destacaba La danza de Henri Matisse que, casualmente, también presentaba a cinco personas… solo que éstas desnudas y bailando cogidas de las manos. Aquel cuadro sobrecogió su ánimo por la gran fuerza plástica de las figuras y la expresión tan profundamente entusiástica de los músculos en plena tensión. Estaba alli prestado, momentáneamente, por el Museo The Hermitage de San Petersburgo. Una vez relajada su tensión lo primero que se preguntó a sí mismo fue por sus señas de identidad. Meditó un largo tiempo. ¿Quién era, en realidad, él?, ¿cuál era verdaderamente su búsqueda?, ¿Qué profunda motivación le había guiado hasta allí?, ¿Dónde debería ubicar sus parámetros personales?… y entonces comenzó a meditar en Juan Goytisolo y su Señas de identidad. Se lanzó, acelerado y nervioso, hacia el banco de datos del computador y encontró la referencia de aquella novela. Ávida y rápìdamente, sin importarle la inquietud de los cinco lectores que comenzaron a sentirse inquietos ante su nervioso ir y venir, se sentó ante una mesa solitaria y comenzó a buscar algún signo primordial. Lo halló en la página 45: (“familia, clase social, comunidad, tierra: su vida no pedía ser esta vez más que camino de ruptura y desapego… sin patria, sin hogar, sin amigos, puro presente incierto, sin señas de identidad”). Se sintió como un personaje joyciano buscando la experimentación de la utopía…