Luz, color y flores. Luz para pensar. Color para comprender. Flores para sentir. Es la Finca Don Alejandro. Aquí estoy con Esther, Alejandro y El Grupo. Los pájaros trinan bajo el cielo y en la cúpula de los árboles renace la vida. Un sentido particular compuesto de compañía. En esta región de Puéllaro, en Pichincha, exactamente en Perucho, se ha detenido el tiempo. Me vienen a la memoria el presente, el pasado y el futuro a través del coloquio. Porque es hora de saber que mientras el pan exista y se horne de forma lenta pero firme, será pan de vida alrededor del cual gira un tesoro escondido. Un tesoro escondido de palabras y un paseo bajo la luna con los rumores del agua. La vida se derrama mientras tomo el café colombiano con Alejandro. Aquí, en Perucho, no existe una frontera más que la de la Verdad de Jesucristo. Y la Verdad de Jesucristo estriba en observar el paisaje.
Luz, color y flores. Hasta los gatos y la perrita “Granola” cobran más vida. Miro al horizonte y veo estos montes donde mis antepasados españoles forjaron una cultura de simbiosis. Aquí, los cuerpos y las almas son simbiosis de Paz. Es la mano amiga de quien da vida que se siente; esa clase de vida que nos va nombrando en cada uno de nosotros. Por eso, precisamente por eso, tomar el café caliente junto al horno artesanal del pan me trae recuerdos de princesas que fueron y que probablemente todavía lo son.
Es precisamente una de ellas, mi Princesa, la que contiene el tesoro escondido de este lugar: la eterna primavera de quienes no tenemos edad. Los otros, los que simplemente se limitan al mirar el reloj, dejan que el tiempo les vaya envejeciendo posiblemente para olvidar ciertos dolores. Pero para superar ciertos dolores hay que dejar que el tiempo carezca de edad. Un reloj sin tiempo. Parece una paradoja pero es una certidumbre de la Gran Verdad de Dios. Aquí sí. Aquí podemos, en medio de esta tierra fértil, estar ubicados por ejemplo en la civilización helénica, vivir los momentos de la Edad de Piedra o saltar hacia el futuro de los próximos siglos.
Por los extensos jardines de la Finca Dan Alejandro hasta podemos, a través del coloquio interpersonal de le Eterna Existencia ver a Alejandro Magno y su Sombra. Quizás haya sido, el día de hoy, una especie de Sombra con luz, color y flores. Yo paseo por las historias de quienes vivieron para convertir la presencia de cada momento en una ecuación llamada Sensación. Y es cuando se me viene a la memoria la Paz.
Probablemente la Vida Eterna sea sólo esto. Estar entretenido en el valle contemplando, en sueño, a la Gran Ciudad de mis historias juveniles, rodeado de luz, color y flores; naciendo la Sombra de nuestro Destino blanco de albas, azules de cielos y dorados de soles mientras llegan las platas de lunas. La reverberación solemne de la pintura floral del Renacimiento. ¿Qué es esto que siento en lo recóndito de mi alma?. Aquel momento en que fui y hoy vuelvo a ser. Paseo por los pasillos entre libros y la vieja máquina de escribir “Underwood” hace que estas palabras que escribo en mi moderna “Acer” sean las expresiones de Fe. Amanece. Mañana de silencio a las cinco de la madrugada. Y Jesucristo presente en la luz, en el color y en las flores: el tesoro escondido de mi bellísima y joven Princesa: un bombón llamado “Magnum”. Y así es. Así es, en verdad, ella.
Luz, color y flores. Luz para pensar. Color para comprender. Flores para sentir. Es la Finca Don Alejandro. Aquí estoy con Esther, Alejandro y El Grupo. Los pájaros trinan bajo el cielo y en la cúpula de los árboles renace la vida. Un sentido particular compuesto de compañía. En esta región de Puéllaro, en Pichincha, exactamente en Perucho, se ha detenido el tiempo. Me vienen a la memoria el presente, el pasado y el futuro a través del coloquio. Porque es hora de saber que mientras el pan exista y se horne de forma lenta pero firme, será pan de vida alrededor del cual gira un tesoro escondido. Un tesoro escondido de palabras y un paseo bajo la luna con los rumores del agua. La vida se derrama mientras tomo el café colombiano con Alejandro. Aquí, en Perucho, no existe una frontera más que la de la Verdad de Jesucristo. Y la Verdad de Jesucristo estriba en observar el paisaje.
Luz, color y flores. Hasta los gatos y la perrita “Granola” cobran más vida. Miro al horizonte y veo estos montes donde mis antepasados españoles forjaron una cultura de simbiosis. Aquí, los cuerpos y las almas son simbiosis de Paz. Es la mano amiga de quien da vida que se siente; esa clase de vida que nos va nombrando en cada uno de nosotros. Por eso, precisamente por eso, tomar el café caliente junto al horno artesanal del pan me trae recuerdos de princesas que fueron y que probablemente todavía lo son.
Es precisamente una de ellas, mi Princesa, la que contiene el tesoro escondido de este lugar: la eterna primavera de quienes no tenemos edad. Los otros, los que simplemente se limitan al mirar el reloj, dejan que el tiempo les vaya envejeciendo posiblemente para olvidar ciertos dolores. Pero para superar ciertos dolores hay que dejar que el tiempo carezca de edad. Un reloj sin tiempo. Parece una paradoja pero es una certidumbre de la Gran Verdad de Dios. Aquí sí. Aquí podemos, en medio de esta tierra fértil, estar ubicados por ejemplo en la civilización helénica, vivir los momentos de la Edad de Piedra o saltar hacia el futuro de los próximos siglos.
Por los extensos jardines de la Finca Dan Alejandro hasta podemos, a través del coloquio interpersonal de le Eterna Existencia ver a Alejandro Magno y su Sombra. Quizás haya sido, el día de hoy, una especie de Sombra con luz, color y flores. Yo paseo por las historias de quienes vivieron para convertir la presencia de cada momento en una ecuación llamada Sensación. Y es cuando se me viene a la memoria la Paz.
Probablemente la Vida Eterna sea sólo esto. Estar entretenido en el valle contemplando, en sueño, a la Gran Ciudad de mis historias juveniles, rodeado de luz, color y flores; naciendo la Sombra de nuestro Destino blanco de albas, azules de cielos y dorados de soles mientras llegan las platas de lunas. La reverberación solemne de la pintura floral del Renacimiento. ¿Qué es esto que siento en lo recóndito de mi alma?. Aquel momento en que fui y hoy vuelvo a ser. Paseo por los pasillos entre libros y la vieja máquina de escribir “Underwood” hace que estas palabras que escribo en mi moderna “Acer” sean las expresiones de Fe. Amanece. Mañana de silencio a las cinco de la madrugada. Y Jesucristo presente en la luz, en el color y en las flores: el tesoro escondido de mi bellísima y joven Princesa: un bombón llamado “Magnum”. Y así es. Así es, en verdad, ella.