Como cada lunes y cada jueves, con las 17:24 en punto y estoy en mi querido bar “La Toscana” tomándome el café más rico del mundo antes de ir a trabajar. Y digo mi querido bar porque aquí me siento como en casa; escucho la misma emisora de radio, se está calentito y siempre converso con la chica de la barra, tan simpática y agradable que parece que nos conociéramos de toda la vida y tan solo la conozco de hace dos semanas, ya que la chica es nueva.
Me siento en la mesa de siempre pero hoy no decido sentarme en el sitio que frecuento, que es el que está de espaldas a la barra y, en consecuencia, a los clientes. Hoy decido sentarme justo en la silla de enfrente y con un objetivo: observar al chico de las gafas de pasta que tengo delante.
Me llamó la atención desde el primer día, lo vi diferente, extraño pero a la vez cercano, con una sutil mirada y un pensamiento rondándole por la cabeza, ajeno a todo lo que ocurre a su alrededor.
Entre tanto me tomo un sorbo de café, tan calentito que el propio cuerpo lo pide y sobre todo después de haber estado con un catarro cuatro días metida en casa y tan dulce que sin querer me hace adicta. Termino el sorbo de café y mientras despego los labios del filo de la taza levanto la mirada y de repente sus ojos se cruzan con los míos. No sé qué hacer, podría sonreírle, guiñarle un ojo, sacarle la lengua…mil cosas pasan por mi cabeza y ninguna de ellas hago caso, al final opto por sonreír y seguir con mi café.
Veremos qué pasa el próximo día…