Mil ochocientos millones doscientas treinta y cuatro mil quinientas sesenta y siete razones encuentro esta mañana para vivir y experimentar. Eso supone un total de setenta y cinco millones nueve mil setecientas noventa horas que traspasados a años son un total de ocho mil quinientas sesenta y dos años. Marean las cifras tan elevadas que podemos tener como posibilidad de existencia en la memoria de los demás… bueno, pues eso es como un grano de arena en la playa de la Manga del Mar Menor, allá en Murcia, comparado con la Eternidad; porque le Eternidad supone un infinito número mayor que esas mil ochocientos millones doscientas treinta y cuatro mil quinientas sesenta y siete razones que encuentro esta mañana para vivir y experimentar. Cada sesundo es un pensamiento.
La cifra marea si dichos motivos los multiplicamos por sesenta. ¿Sabéis cuántos motivos tienen los seres humanos sin distinción de género, etnia, condición social o circunstancias de edades?. Nada más y nada menos que ciento ocho mil catorce millones setenta y cuatro mil vente motivos en realidad cada día. La transformación multiplicadora hace que pensemos en la Eternidad como meta final de quienes creemos en tantísimo millones de motivos para vivir el día de hoy. Son las nueve y media de la mañana. Me levanté a la cinco y media; luego ya llevo vividos solamente noventa y seis motivos. ¡Imaginaos la cantidad de vida que me queda por experimentar en el día de de hoy!. Buen día a todos mis amigos y amigas lectores que crean en esta significación numérica de la Eternidad que, traspasada al mundo de Dios, no tiene jamás un límite. Lo he visto grabado en algo tan sencillo como una sencilla taza de café.