Cuatro Cuentos de 100 Palabras Justas.

EL JOROBADO

En la Casa de la Cultura de Quito, las expectativas eran muy altas. El conferencista, un gringo llegado desde Nueva Jersey, se quitaba, del jersey, las cenizas del cigarrillo mientras Yenny le miraba completamente extasiada. ¡Allí estaba su amor!. ¡El gran Robert Green con sus pantalones verdes!.

Fue entonces cuando ella se fijó en aquel bulto que sobresalía del cuerpo de su admirado Robert. ¡Adiós a las ilusiones!. El mito se venía abajo. Recordó la Avenida 12 de Octubre. Pensó en Cristóbal Colón y los chasquis dando la noticia.

Robert Green seguía ajustándose el jersey…

Pero ¡ay aquella gran joroba!.

MIRANDO A DIOS

El Panecillo. La multitud quiteña ascendía por la montaña con la esperanza como bandera. Desde El Panecillo, Jesucristo renacido les miraba con piedad.

– ¡No puede ser!. ¡No puede ser que nos perdone tantos pecados!.

– Hay que tener más fe, hija mía.

Rocío apartó rápidamente las manos del cura Antonio que éste había colocado en su cintura mientras la miraba con lujuria.

– ¡Escuchem don Antonio!. ¡Por los clavos de Cristo que soy capaz de cruzarle la cara delante de todos!.

– Rocío… ¿que te van a escuchar?.

– ¡Que se enteren!. ¡Mire!. ¡Mire hacia arriba!.

El cura Antonio cayó de rodillas.

– ¡Perdón, Jesús!.

LA MIRADA DE JUDAS

María y Miguel enlazaban sus manos, tumbados en el césped del Parque de El Ejido.

– ¡Por Santa Justa que no te he engañado, María!.

– ¡Por Santa Justa que no me trago ese cuento!.

– Te lo puedo demostrar…

Y Miguel se regocijaba pensando que sí, que ella no se había enterado de nada. Así que la miró de frente al rostro.

– ¡No, Judas, no!.

– Pero… escucha… ¿somos o no somos felices aquí tumbados en este hermoso Parque de El Ejido de nuestro amado Quito?.

– ¿Sabes una cosa, Miguel?. Cuando seas un hombre vuelves a mirarme a la cara. !Amo a José!.

LA CAROLINA

En el Hostal La Carolina de Quito entraron los dos besándose al llegar, juntos, a Recepción.

– ¿Tienen una suite matrimonial?.

Pepito levantó la cabeza.

– ¿Están ustedes casados, don Emiliano?.

– Bueno… esto… ya sabe…

– Unión libre… ¿verdad?.

A Joaquina se le escaparon las lágrimas.

– Escuchen… ¿por qué no se van al Hotel Colón?. ¡Allí lo admiten todo!.

La Carolina seguía pasando frío en la Avenida del Amazonas cuando les vio pasar.

– ¡Pasen buena noche, tortolitos!.

A Joaquina el asco le entró hasta el estómago mientras miraba de frente a La Carolina.

– ¿Tienes algo que reprocharme?.

Joaquina miró al suelo.

– Salud, querida…

(Homenaje a la ciudad de Quito-Ecuador).

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