Setamor (Novela) Capítulo 9.

Eran las doce menos cuarto cuando la prometida del joven licenciado se encaminó hacia la máquina de café de la oficina. Las bromas habían cesado. Aunque la noticia estaba levantando oleadas de opiniones en la calle y en la prensa, todos tenían miedo ante la posibilidad de ser despedidos. Los tiempos eran de crisis y cualquier motivo podría ser decisivo para quedarse en el paro.

Cuando la prometida del joven licenciado sacaba el vaso de café, una compañera se acercó a ella.


– Menos mal que todo vuelve a su cauce, ¿verdad?.

La prometida se dio cuenta, entonces, de su presencia.

– Perdona, estaba abstraída. ¿Cómo dices?.

– Que los huracanes terminan por desvanecerse.

– Si, es cierto, pero… ¿por qué me indicas eso?.

– Porque sé que lo estás pasando muy mal. En realidad lo que ocurre es que todos lo estamos pasando muy mal en esta vida. ¿No crees que la vida está desequilibrada?. Al menos deberíamos saber utilizarla mucho mejor.

– La verdad es que yo he intentado utilizarla lo mejor posible.

– Pero podrías hacerlo mucho más. Tienes más posibilidades que infinidad de mujeres inferiores a ti. Si te quedas contemplando un sólo cuadro de la exposición no tienes tiempo de saborear la belleza del resto.

La compañera apartó hacia un lado los cabellos que rozaban la mejilla de la prometida del joven licenciado. A ésta le produjo una sensación agradable. Le hizo gracia aquella sensación. En muchas ocasiones había descubierto cómo la compañera procuraba acercarse, físicamente, lo más posible a ella aunque ella lo evitaba. Algunas veces había rozado el hombro con su espalda, al incorporarse tras recoger algún expediente del cajón de los archivos. Otras veces hacía como que perdía el equilibrio y se sujetaba a su cintura. Aquellos juegos nunca habían representado nada para la prometida del joven licenciado, pero en aquella ocasión, en el breve tiempo en que los dedos de la otra rozaron su rostro, la sensación había sido muy agradable.

– Me gustaría que pudiésemos hablar una tarde de algo más mágico que de expedientes, cartas, archivos…

– Yo no tengo ningún compromiso para esta tarde. Si quieres te invito a una cerveza y nos vamos a un pub.

– Fenómeno. Me acerco con el coche a tu barrio y nos vamos al local que prefieras.

– De acuerdo. A las siete pasa por mi casa.

A las siete y media el local, donde se oía una suave música ambiental, se encontraba bastante repleto de clientes. Las dos hermosas mujeres entraron y muchas miradas se fijaron en ellas.

– Vamos a buscar una mesa escondida. ¡Nos están devorando con la vista!. Yendo contigo esto debe ser normal, ¿no es así?.

– Mira hacia allá, en aquella esquina del fondo no hay nadie todavía; podemos acercarnos…

– ¡Me revienta tantas miradas! -continuó la compañera mientras caminaban hacia la mesa que había señalado la prometida del joven licenciado- ¡Son bastante estúpidas!.

Se sentaron, frente a frente, en dos sillas de aquella mesa y comenzaron a charlar animadamente. Habían pedido un par de cervezas acompañadas de alguna especie de jamón que iban cortando con pequeños cuchillos. La compañera se mostraba alegre y simpática. Después, avanzada ya la charla, pidieron dos güisquis.

– La soledad es la más tremenda de las injusticias -aclaró, en un momento determinado de la conversación, la compañera.

– ¿Es que te sientes sola?.

– Trágicamente sola. Para mí la soledad es una palabra compuesta de siete heridas al viento. En mi edad, aún temprana, el sol brilla de distinta forma que en el resto de vosotras. Para mí la soledad es una palabra con tres quejidos al aire…

La expresión facial de la compañera era tremendamente sombría.

– No te pongas trsite… hace un rato estabas muy contenta y yo me sentía feliz riendo con tus ocurrencias.

– No puedo evitarlo. Me esfuerzo por aparentar felicidad, pero vivo en una contínua penumbra.

La prometida del joven licenciado apartó unas lágrimas del rostro de la compañera. Esta reaccionó tomandos sus manos pero ella se las retiró rápidamente.

En esos momentos aparecieron dos varones que se acercaban a la mesa. Sin pedir permiso alguno se sentaron junto a ellas.

– ¡Hola preciosas, sois lo más bonito que ha cruzado esa puerta desde que se inauguró este pub!.

– ¡Y eso que fue cuando la mili se hacía con lanza! -apuntilló el segundo varón.

A la compañera le entraron ganas de vomitar.

El primero de los varones continuó.

– Nos gustaría conoceros. Somos pilotos de aviación y grandes admiradores de la belleza natural. ¿Os podemos invitar a un café?.

– ¡¡No!! -respondió bruscamente la compañera.

– Tu amiga parece bastante desagradable, pero estamos seguros de sólo es un escudo. Seguro… seguro.. que es la más simpática de las dos.

Entonces la prometida del joven licenciado tomó la palabra.

– Marchaos, por favor. Si hubiésemos querido entablar conversación con vosotros os daríais cuenta. Pero preferimos estar solas.

– Quien… ¿tú con esos ojos y esa cara que parecen lo más hermoso que Dios creó?.

– ¡No dices más que estupideces! -exclamó duramente la compañera.

Entonces el segundo de los dos varones, más cercano a ella, la pellizcó en sus labios con los dedos.

– ¡¡Mira, cerdo machista!!. ¡¡No te atrevas otra vez o te lo clavo!! -y agarró el cuchillo con el que había cortado el jamón.

Los dos varones se levantaron automáticamente. En el rostro de la compañera se reflejaba un odio mortal. A los dos les temblaban los músculos de la cara.

– Marchaos -señaló con aplomo la prometida del joven licenciado.

Si convincente era el odio de la compañera, tanto o más lo era la serenidad de la prometida del joven licenciado. Los dos varones se alejaron de la mesa con precipitada rapidez.

– No pude evitarlo… -dijo la compañera.

Y comenzó a sollozar con la cabeza sobre uno de los hombros de la prometida.

– ¿Hubieras sido capaz?.

– ¡Hasta la empuñadura!.

La prometida del joven licenciado comprobó que, a pesar de la música ambiental, las personas sentadas en las mesas más cercanas habían escuchado la trifulca verbal y las miraban. Entonces llamó al camarero, pagó la consumición y ambas mujeres abandonaron el local.

– Por favor… -rogó la compañera una vez en la calle- Acompáñame a mi apartamento. Necesito estar contigo a solas. Me molesta toda la gente.

El güisqui hacía estragos en el cerebro de la prometida del joven licenciado.

– Está bien pero… cálmate un poco. Ya ha pasado todo.

El apartamento estaba elegantemente decorado. En un tresillo se sentaron las dos. La compañera comenzó pidiendo perdón.

– Perdóname…

– ¿Por qué?.

– Porque yo fui quien te dejó los dos champiñones en la mesa de la oficina.

La prometida del joven licenciado no dijo nada. Apretándola un poco hacia sí la compañera continuó.

– No tenía ningún derecho a hacerlo pero… me dio rabia el comportamiento de tu novio. Tú eres la escultura más bella que he conocido. Y tengo celos de que otros abracen tu cintura.

– Ya no tiene importancia. Al principio me dolió la broma… pero ya no tiene importancia. ¿Por qué lo hiciste?.

– ¡Porque tenía rabia y odio a la vez!. Tenía rabia porque no te mereces este sufrimiento y mucho odio porque eres muy hermosa. La vida te sonríe siempre y, por eso, aproveché este mal momento que atraviesas para herirte en lo más profundo de tu ser. Ahora pienso que fue un revanchismo estúpido y sin sentido. Ahora, que te he conocido mejor, reconozco y confieso lo equivocado que ha sido mi proceder; pero es que… -la compañera intentó besar en la boca a la prometida del joven licenciado.

– ¡¡No!!. ¡¡Ni lo intentes!! – y la prometida del joven licenciado se separó todo lo que pudo de la otra.

– Es que tengo celos por culpa de todos esos que, haciendo como que trabajan, no pierden de vista tus curvas cuando pasas por los diversos Negociados. Tengo celos por culpa de todos ellos y, de buena gana, los aplastaría como si de gusanos se tratase.

– ¿Te gusto tanto?.

– No existe medida para decírtelo. Y… ¿sabes una cosa?… a tu novio lo que le ocurre es que se trata de un marica.

– Te equivocas rotundamente. Le gustan las mujeres guapas más de lo que tú te puedes imaginar.

– La vida es injusta… estoy segura de que tu novio es marica y… sin embargo… mi trauma es no poseerte.

– Te repito por última vez que estás equivocada con respecto al joven licenciado pero no tengo tiem ni ganas para explicártelo. Necesito irme ya a casa porque me esperan para cenar.

– ¡Vuelve, por favor, vuelve muchas veces más! -insistió vehementemente la compañera mientras la prometida del joven licenciado se levantaba- Yo necesito alguien que comprenda mi soledad. Te amo porque eres la hembra que siempre he deseado poseer.

Cuando la prometida del joven licenciado ya abandonaba el apartamento, la compñaera explotó.

– ¡¡Si te veo con otro hombre me suicido!!.

– Pues ya puedes ir eligiendo el mejor método para hacerlo.

Al llegar al hogar, los padres se encontraban con sus otros dos hijos. Esperaban la llegada de la prometida del joven licenciado. Había, en casa, un invitado. El famoso director de cine que tantas veces la había intentado convencer para convertirla en actriz famosa, cenaba aquella noche en casa.

– Buenas noches a todos.

– Buenas noches, hija -respondió el padre de ella.

Durante la cena se planteó el tema. El padre de ella habló directamente.

– Verás, hija, este señor, al que tanto le apreciamos en casa, tiene un interesante proyecto. ¡Escúchale para ver si te interesa!. La única que va a decidir, al final, vas a ser tú.

El director de cine expuso la cuestión.

– ¡Ahora es el momento!. Abandona todo ese insulso mundo de la oficina. El asunto de la seta te va a estar atormentando diariamente. No va a ser fácil olvidarlo. Si quieres, desde mañana, comienzas una nueva vida. Yo te voy a convertir en otra mujer. Tienes belleza, talento y cualidades suficientes para conseguir el triunfo.

La prometida del joven licenciado dudó. Por su mente circularon las últimas escenas vividas junto a la compañera de oficina pero, sobre todo, en sus retinas había quedado grabado el innarrable brillo de los ojos de la muchacha del teatro y la conversación mantenida, la tarde anterior con ella en la buhardilla, circulaba por su cerebro. Dijo que necesitaba tiempo para pensarlo pero, antes de que el director de cine abandonara la casa, se decidió.

– De acuerdo. Quiero conventirme en actriz.

Al día siguiente la prometida del joven licenciado no apareció por la empresa. Llamó por teléfono y pidió el cese de su servicios.

Deja una respuesta