Me encontraba en el pequeño balcón de la casa de piedra, mirando en dirección al sureño medio día, según el Sol. Se decía que la casa podría tener más de trescientos años de antigüedad.
El calor pegaba fuerte. Pero valía la pena. Allá arriba no había humedad, se notaba y se agradecía en voz baja y sin euforias ni fuertes desmadres.
Al paso de unos cinco minutos, veo al gato de la casa, por allí lo llamaban Félix. Estaba saliendo del pequeño pueblo que carecía de servicios mínimos, ni siquiera tendido eléctrico y con dos o tres personas empadronadas.
Iba el animal, ni despacio ni deprisa, a su paso, algunos humanos van al paso que les marcan. Félix descalzo, sin botas para gato. De hecho, en los últimos meses nadie le había propuesto interpretar ninguna obra para el teatro ni nada de eso. Además Félix era un gato muy normal y sencillo, no le gustaban ni los aviones ni los aeropuertos. Y mucho menos, las sesiones de maquillaje.
El animalito caminaba poco a poco, cada treinta y cinco centímetros, más o menos, paraba, bajaba el morro y olisqueaba el mundo terrenal, las hierbas, olisqueaba la tierra sobre el planeta, las vegetaciones y hierbajos.
Félix estaba alejándose cada vez más. Caminaba reposadamente, como si conociera el lugar de sobras. O como si lo estuviera explorando.
Se estaba marchando, me daba una cierta pena… ¡La criatura iba a buscar lagartijas! ¡Seguro! Aunque no contesta a esas preguntas, tampoco contesta a las otras.
Justo al llegar a la curva de siempre, se detuvo, giró un poco la cabeza hacia atrás y miró otra vez al pueblo, yo lo estaba viendo a pocos metros, desde el balcón. Parecía que me estaba mirando, pero no estoy seguro.
Pocos segundos después retomó la marcha. Desapareció. Se fue, giró en la curva, caminando por el margen del camino, para no ser molestado.
Iba en busca de lagartijas, seguro que sí, aunque nunca se sabrá.
Y desapareció entre la espesura del campo, entre malezas y arbustos. Desapareció entre la grandiosidad de los montes.
Nunca más volví a ver a Félix, de todos modos a los dos días también debía regresar a mi residencia habitual. Pero en esos días que estuve por allí no volví a verlo.
¡Félix había ido a buscar Lagartijas! Recordé que él era independentista y libre. De la familia de los felinos.
Se marchó sin decir nada a nadie. Esto es así, hay que aceptarlo, de hecho alguien nos advirtió que si ese animal avisaba antes de irse, seria un síntoma de que sufre algún problema.
Era un felino independiente, que hacía lo que le daba la gana. En eso era un especialista, y en más cosas también… Por ejemplo subirse a los árboles.
Fascinante relato sobre Félix, si en mayúsculas, porque lo he leudo como la añoranza de un humano por ser, solo algunas veces Félix, tampoco es casual el nombre,hablabas de ser feliz?.Saludos.
..Independentista y libre..muchos somos de la familia de los felinos entonces y que suerte.Me encanta,sencillamente me encanta