Dentro de poco entramos en la temporada, mientras miramos al cielo y observamos que las frondosas arboledas se llenan de pájaros que cantan más de la cuenta, de la recogida de las picotas… así que voy a picotear recuerdos de última actualidad siempre entendiendo que la actualidad es lo que actualmente me ronda por la cabeza que la tengo para algo más que llevarla sobre los hombros. De esta manera, dejando de pensar en las musarañas por una vez en mi vida, voy a dar unos cuantos picotazos ya que son muy beneficiosos para la salud ya que reducen las ansias, el estrés y hasta el colesterol.
Primer Picotazo (10’48 de la mañana del día de hoy): En la Avenida de Pico de Artilleros, en la barriada de Moratalaz (mora más o mora menos) de Madrid, el santanderino Arana, asomado a su balcón, se siente nostálgico al pensar en la famosa época épica y opaca (pues de ambas cosas hubo) de los Piñol; Miera, Santamaría, Pallas; Yosu, Pellejero; Crispi, Odriozola, Sampedro, Kazsas y García; más Berasaluce; Ramos, Pardo, Wilson, Coque, Arbé, Zaballa, Achiaga, Lerma, Gutiérrez, Duró y la posterior llegada de Odriozola y él mismo: el gran Arana de la época de cuando funcionaba el Tren de Arganda; al cual los niños terribles de la Alcalde Sáinz de Baranda apedreaban mientras otros intentábamos completar aquellas primeras colecciones de futbolistas a color que hasta la cara se nos ponía colorada por la vergüenza que nos daba comprar los sobres para que no nos viesen las chavalillas del barrio porque… ¿cómo les podríamos poder explicarles a ella que estábamos con el “coco” comido por las chapas sin que nos dijesen fanáticos y cosas de ese mismo estilo?. Había que ser como estiletes para cortar los nervios y pasar desapercibidos ante los ojos de ellas que estaban entretenidas con aquello de saltar a la comba o jugar a las mamás. ¡Madre mía, qué vergüenza nos daba a los tres pequeños comprar a escondidas para que no nos viesen las guapas chavalas de la barriada que hasta nos íbamos los más lejos posible cantando en voz alta !tierra trágame! que habíamos aprendido de los tebeos de Pulgarcito!.
Segundo Picotazo (11,18 de la mañana de hoy): En el Pico de Aneto ha nevado como casi siempre y para pasar por el Puerto de Envalira es necesario poner cadenas en las ruedas de los automóviles. El tiempo está que hace tanto frío que tenemos que ir al cole con bufanda echa a ganchillo por la abuela Rufina y, de nuevo los tres pequeños con una vergüenza enorme, nos quitábamos las bufandas en la primera esquina, cuando ya nuestra mamá no nos veía o más bien hacía que no nos veía, para demostrarles a las chavalas guapas de la barriada que éramos capaces de coger la gripe pero que, como futuros espartanos que íbamos a ser con el paso del tiempo, no temíamos a lo que nos dijese el ridículo de Cortés pues el tal Cortés, como recibía corte tras corte por parte de ellas, nos dijo algo ofensivo y yo le miré de arriba a abajo y les dije a los otros dos: “No le hagáis caso y sigamos impertérritos jugando a las bolas porque no son precisamente bolas lo que tiene este tal Cortés que hasta la mocarra se le cae pro las narices” en aquel invierno tan crudo (y me acuerdo de eso de que se le caía la mocarra con todo detalle) en que nevaba, como casi siempre, en el Pico de Aneto y los coches se bamboleaban (¡aquellos fantásticos Seat 600 que parecían débiles por fuera pero que tragaban millas tras millas sin decir ni pío principalmente porque no hablaban como sí lo hacen los coches de hoy día!).
Tercer Picotazo (11,27 de la mañana de hoy).- Irse de picos pardos no nos gustaba a ninguno de los tres en aquella época en que el otro no hacía otra cosa. Así que había que esperar todavía a un pico de años y es que cumplíamos años tras años en silencio y con el pico cerrado porque había muchos adanes por allí intentando ligar con la evitas en formación; pero la abuelita Rufina nos decía: “mantened el pico cerrado y no picoteéis demasiado pronto las picotas porque es necesario que maduren”. Y era verdad que los que picoteaban a destiempo tenían que ir rápidamente al descampado del Estadio del Manzanares a realizar allí sus necesidades por el dolor estomacal que les entraba y nosotros los picábamos canturreando “chaval toma Vitacal, aprieta el trasero y dale al pedal”. ¡Y qué risas nos entraba a los tres pequeños, siempre liderados silenciosamente por mí que para eso estaba yo pues no faltaría más, cuando les veíamos con las caras crispadas intentando evacuar en el descampado y por eso nos envidiaban tanto ya que las chavalas guapas se iban del pico y comentaban por el barrio que nos destornillábamos de risa de todos ellos mientras estábamos esperando a que las picotas estuviesen en sazón y no tan verdes ni tan agrias!.
Cuarto Picotazo (11,34 de la mañana de hoy).- El pico descansaba junto a la pala en el gallinero de la casa del tío Ángel. Yo miraba el pico y mi tío intentaba hacerme picar o, por lo menos, usar la pala. Pero yo estaba de huelga de brazos caídos por haber soltado al perrito que llevé a casa y pensaba, siempre en silencio, ¡Váyase usted a picar la tierra de los olivos de mi padre que vaya poca vergüenza apoderarse de ellos cuando no le pertenecen!. Mi tío Ángel se rascaba la boina mientras yo seguía en silencio… pero la procesión iba por dentro y el tío Ángel no se daba cuenta de que me tomaba las barras de chocolate que me compraba la tía Amparo de una sola tacada (como si fuese el billarista Gálvez pero en plan casero pues acompañaba a la onza de chocolate con un buen vaso de gaseosa La Casera) mientras coleccionaba… ¡otra vez los cromos!… a Arteche, Uribe, Escudero y algún que otro “vieja gloria” del fútbol. Y es que yo era entonces tan patriota que hacía patria con cualquier cosa que encontraba mientras caminaba montado en el burro de mi tío Ángel (no me refiero a mi tío Ángel que había que echarle de comer aparte porque siempre le dolían las muelas, sino al burro al que yo llevaba, como hidalgo caballero quijotesco, a la fuente a beber agua).
Quinto Picotazo (once cuarenta y cuatro de la mañana de hoy).- Con el pico de la muleta (un viejo jersey de lana ya descolorido por el uso diario) yo toreaba a mi setter “Chester… el cual caía en la trampa sólo dos veces porque siempre a la tercera se aburría de no pillarme para nada y se tumbaba en medio del salón y ya no quería que le siguiese toreando. Así que yo recogía el montón de picotas que había traído mi madre del DÍA de abajo (no me refiero al día anterior sino al mercado del DÍA de la Calle Juan Duque 16) y me las iba zampando de una en una, de dos en dos y a veces hasta de tres en tres; o sea, de la misma manera que ligaba “visualmente” con las chavalas guapas que tenían la desgracia de cruzarse en mi camino. Pero bueno… yo no era tan malo como el “otro”… y las dejaba vivas… menos a las picotas que se me amontonaban en la boca y pedían el paso las unas a las otras (no sé si también ocurría los mismo con las chavalas guapas que me conocían) para poder hacer la digestión fácil y sin empacharme demasiado.