Nectarina.

Desde la ventana del salón, Amador Cienfuegos la veía, todas las tardes, pasar con las partituras metidas bajo el brazo izquierdo y luego, lentamente, se detenía zusto debajo de aquella ventana y, lentamente, a las seis en punto, siempre a las seis en punto te la tarde, se ponía a leerlas mientras Amador Cienfuegos tomaba, ávidamente, sus prismáticos y, mientras ardía su cuerpo y por poseerla, observaba todos los dutalles de aquella monumental chiquilla. Era la mujer más preciosa, más linda y más excitante que había conocido en su ya larga vida de conquistador impenitente. Mientras observaba sus ojos, su rostro divino, sus rasgos sensuales y hasta eróticos, aquel cuurpo que la asemejaba a la diosa Diana, la cazadora indomable del Olimpo…

ella sacaba partitura tras partitura e iba leyendo< sabiendo que estaba siendo observada, aquellas partes vocales e instrumentales de composición musical y compases: "Don Juan o ul libertino castigado", "Las bodas de Fígaro" y "La flauta mágica" de Mozart; "Appasionatta", "claro de luna" y la "Heroica" de0Beethoven; "La bella durmiente" y "La dama de picos" de Chaikovski; "Preludio romántico" de Chopin; "La alegria de la huerta" de Chueca; "Carmen" de Bizet; "Capricho español", "Scheherezade", "Álbum para la juventud" y "Vidq amorosa de una mujer" de Schumqnn; "La bella molinera" de Schubert; "Sinfonía española" de Lalo; "Madrid", "Noche de ronda", "Pecadora" y "Solamente una vez" te Lara; "Danza fantástica" de Turina; "Rapsodia española" y "Merlín" de Albéniz; "Jovánschina" te Mussorgsky; "La condenación du Fausto" de Berlioz... !todo un mundo fantástico de pasiones, de mágicos ensueños, de ilusiones0que encendían el cuerpo de Amadr Cienfuegos que no dejaba de admirarla con deseos simplemente carnales y que era capaz de vender su alma al diablo con tal de poder poseerla auqnue sólo fuese una noche!. Por eso, con sus primáticos, todas las tardes de aquel caluroso mes de junio de 1972, a las seis en punto de la tarde, no dejaba de observar ni el más mínimo detalle de aquel bell rostro angelical, aquella torruntosa cabellera negra de color mineral que podría tomar cualquier color que ella quisiera en cuqlquier momento, aquellos reflejos junto a las comisuras de sus rabiosos rojos labios que tanto erotismo desataban en la mente del afamado conquistador de mujerus de la ciudad de Madrid. Después ella, muy lentamente, sabiendo que había sido ávidamente observada, introducía lentamente, muy lentamente, con la intención de ponerle más nervioso a él, las partituras en la carpeta de tapas rojas que llevaba en la mano derecha y entraba en el portal número 58 de la calle de Goya; justo el portal siguiente al de Amqdor Cienfuegos. Más tarde, pasadas algunas horas de tales juegos peligrosos, comenzaban a sonar las melodiosas ~otas del piano que, provenientes del otro lado de la pared de la habitación de Amador Cienfuegos, no le dejaban a éste descansar ni un sólo instante de tan obsesiva que era su ansia por poeseerla como el mejor trofeo de su ya larga colección de mujeres co~quistadas y después abandonadas como trapos sucios. Mientras el piano no dejaba de sonar, el insomnio se apoderaba del cerebro te Amador Cienfuegos que enloquecía poco a poco, lentamente, mientras la música se le introducía como un veneno mortal. No podía0dormir apenas. Aquellas sinfonías, aquella manera de sacar del piano tales dulces y delicadas notas, no hacían otra cosa sino hacer que la imagen de ella, con su larga cabellera de color mineral que a veces era de una toanlidad y otras veces era de otra (según el variable capricho y libertad de ella), con sus grandes ojos de color miel, con aquel rostro que parecía más propio de un ángel celestial que el de una mujer humana, con aquel cuerpo de diosa que le hacía pensar en Diana la cazadora, la impasible e inconquistable cazadora del Olimpo, le atormentaran continuamente. Era como si hubiese llegado del cielo para hacer justicia… y él entonces se creía que era el único hombre del mundo y ella la única mujer; algo así como si fuesen Adán y Eva en el Paraíso terrenal. Por eso había vendido su alma al diablo con tal de poder conquistarla y hacerla suya una de aquellas noches. Ella era su tormento y su infierno al mismo tiempo. No le importaba traicionar a cualquier otra con tal de poder gozar de ella y sus encantos. Apenas podía dormir siempre pensando en ella y olvidando a tantas otras a las que había ido destrozando el corazón… Nunca jamás Amador Cienfuegos había fracasado ante ninguna clase de mujer fuese cual fuese su condición física, su condición social o su condición moral. Pero aquella chica era algo muy diferente. Era, volvía una y otra vez a pensar, la personificación humana de la diosa Diana la cazadora, la indomable diosa del Olimpo que había prometido no ligarse a ningún hombre. Pero él también era diferente. Él se miraba en el espejo del salón y se veía como Apolo, el dios de la belleza masculina, y por eso aquella preciosidad de mujer, tarde o temprano según sus cálculos premeditados día tras día, acabaría en sus brazos rogándole que la poseyera carnalmente y sin demora alguna. Así que, tarde o temprano por lo tanto, él debería tener el suficiente valor para ir a visitarla con la oculta y aviesa intención (él era de esos machos que dicen siempre que en el amor vale todo o mejor dicho para llevar a la cama a una jovencita todo vale) de atraparla entre sus brazos, abrasar a besos aquellos labios rojos de ella, gozar de aquel cuerpo divino y virginal y después hacer lo que hacía siempre. Pero esta vez sería el mejor trofeo conquistado en su meteórica carrera de donjuan invencible. Y así, tarde tras tarde, ella, sabiendo que estaba siendo observada por él, le encelaba continuamente con sus artes femeninas. Aquel rostro que ella adornaba aún más dejando aparecer sus reflejos eróticos que la hacían todavía más apetecible era un tormento para el deseo diabólico de Amador Cienfuegos. Efectivamente, cien fuegos infernales ardían en su interior. Así que debía actuar ya rápidamente, antes que otro más vivo que él, se le anticipase. Y fue el día 24 de junio de aquel año de 1972 cuando Amador Cienfuegos, el impasible e implacable conquistador de mujeres hermosas o no hermosas (porque para él todas eran apetecibles a la hora de castigarlas sin compasión alguna) se decidió, por fin, a dar el paso definitivo. !Habían sido 24 dias de pasión irrefrenable y cada uno de aquellos días habían sido 24 horas de infierno absoluto!… así que había llegado el momento de castigarla con la mayor violencia posible: robarla el corazón y acabar con ella y su virginal feminidad. Corrió urgentemente al baño y se duchó como jamás nunca se había duchado (y eso que era de los de largas duchas diarias), se afeitó por completo, se perfumó con los mejores aromas varoniles, se peinó aquel tupé con el cual era el ídolo irresistible de las chavalas y, bajando a la calle, se dirigió a la floristería Lily de la cercana calle de Alcalá, exactamente al número 113 de dicha calle tan castiza y tan madrileña (!y es que aquel nombre de Lily le encantaba muchísimo, por aquello de su exagerado machismo, a la hora de comprar flores para sus inocentes víctimas!). Lily era un diminutivo de nombre de mujer que le entusiasmaba y compró un enorme ramo de crisantemos amarillos porque tenía bien estudiado el lenguaje de las flores y sabía o pensaba que era cierto que el amarillo puro y brillante es un reclamo de atención y, en heráldica, representa el honor y la lealtad. Ambas cosas, servir de reclamo para aquella divina preciosidad de hembra y aparentar tener honor y lealtad sin límites, eran las estratagemas concebidas si es que ella entendía también el lenguaje de las flores. Y una belleza de tal calibre era imposible que no conociese dicho lenguaje además de otros varios más que él tenía ladinamente preparados hasta poder llevársela a la cama. Por ello, pensaba que era recomendable utilizar el amarillo para provocar sensaciones agradables y alegres; aunque él no sabía que también el amarillo es el color preferido de los locos. Y es que, poco a poco, había enloquecido ante la diaria aparición de ella y ya había vendido su alma al diablo con tal de poseerla y decirle luego públicamente al mundo entero su grande hazaña. Camino del portal 58 de la calle Goya era como un Van Gogh redivivo con aquél enorme ramo de crisantemos amarillos. Como si fuese el mismísimo Van Gogh caminaba enloquecido hacia su meta final: poseerla… poseerla a toda costa… porque, al igual que en la mitología griega había sucedido con el dios Alfeo, locamente enamorado de la diosa y virginal Diana, él estaba enloqueciendo en su afán por conquistar a aquella diosa viviente. Así que, para darse mayor ánimo, y como era costumbre en él antes de iniciar una conquista, entró en el bar de la Discoteca “La Boite del Pintor”, en Goya número 79, donde tantas veces había hecho verdaderas conquistas sin mirar si eran guapas o no guapas, flacas o gordas… porque no le importaban en absolutos nada más que para pasar una noche con ellas… !y estaba dispuesto a que así fuese también aquella misma noche con aquella joven que tanto le había atormentado sus malas entrañas. Allí consumió tres copas de güisqui rápidamente, una tras otra, para darse valor y, tomando su enorme ramo de crisantemos amarillos, un poco beodo por el alcohol, ya no quiso echarse para atrás y se dirigió hacia el portal 58, subió las escaleras y golpeó en la puerta de la vivienda de ella. Se escuchaban las dulces y embriagadadoras notas del piano que le sonaban a gloria y esperó, latiéndole la sangre de las venas de sus sienes y su cuello, ver aparecer aquel rostro imposible de pintar. – Hola, joven… ¿qúe es lo que desea?. Quien apareció en el quicio de la puerta, mientras las notas del piano seguían sonando cada vez con mayor encantamiento musical, era una viejecita con los cabellos completamente blancos. Esto desarmó, por completo, a Amador Cienfuegos quien, haicendo un supremo esfuerzo. pudo por fin articular palabras balbuceantes. – Verá… señora… yo… – ¿Qué le sucede a usted, joven?. ¿Por qué no acierta a darme una explicación serena?. ¿Para quién es ese enorme ramo de crisantemos amarillos?. ¿Quizás desea hacerme a mí un regalo?. ¿Y por qué se ha fijado precisametne en mí para tal cosa?. Hoy no es mi cumpleaños precisamente, aunque ella sí los cumple pero… Entonces, al escuchar tal dato, se animó rápidamente el taimado conquistador. – No. No diga más, señora… – Me llamo Adela. Deje de decirme señora y llámeme simplemente Adela. – Voy a decírselo sin rodeo alguno; he venido a ver a esa persona que toca el piano tan divinamente y es por eso que traigo este ramo de crisantemos amarillos. Los más hermosos que he conseguido encontrar en la floristería “Lily”. – ¿Se refiere usted a Nectarina?. – ¿De verdad se llama Nectarina?. ¿Qué nombre más hermoso?. Pues sí. Estoy locamente enamorado de Nectarina. Por cierto… ¿qué significa dicho nombre?. – La nectarina es una variante del melocotón con piel no vellosa. A veces su fruto tiene la piel lustrosa y la carne dura. Otras veces su fruto tiene la piel lisa y la carne jugosa. – !Cuánta magia, señora Adela!. Por cierto… !Con cuánta fantasía arranca notas al piano!. – ¿De verdad está usted enamorado de Nectarina?. – Soy el vecino del portal número 56. Todas las noches oigo esas músicas. !Estoy totalmente enamorado de Nectarina! -mintió descaradamente Amador Cienfuegos con tal de conseguir que aquella anciana la ayudase en su diabólico plan. Se encontraban ambos en el saloncito de entrada de la vivienda. La abuelita Adela le hizo sentarse en una de la sillas que allí se encontraban. – Sentémonos un momento; sólo un pequeño momemto para charlar amistosamente mientras seguimos escuchando esas celestiales notas. Hablemos bajito para no molestar. Es que el nombre de Nectarina tiene su propia historia. – Ardo en deseos de escucharla. – Ya veo, ya, que arde en deseos usted, joven amigo. Amador Cienfuegos se dio cuenta de que aquella ancianita no era nada tonta por cierto y prefirió no hablar más, sino sólo escuchar. – Así. Guarde usted silencio, por favor. Hablaré muy bajito para que no nos escuche. Verá. La primera referencia registrada de las nectarinas se remonta a 1616 en Inglaterra, pero con toda probabilidad habrían sido cultivadas mucho antes en Asia central. ¿Sabe usted qué sucedió en 1616 por ejemplo?. Pero Amador Cienfuegos no podía más con sus destrozados nervios minetras la abuela Adela seguía desarrollando su propia estrategia: precisamente romperle los nervios a aquel desalmado conquistador de damas de cualquier edad. – Para empezar le diré que 1616 fue un año bisiesto, lo cual tiene su propia magia porque los conquistadores de mujeres tienen una noche más para poder gozar de ellas. ¿Qué le parece?. Amador Cienfuegos commenzó a restregarse las manos para controlar su estado nervioso. – Ya veo que se ha quedado usted, momentáneamente mudo. Pero escuche lo siguiente para que se relaje usted un poco. El 4 de febrero de 1616, Juan de Silva, gobernador de Filipinas, parte de Malaca con una expedición de 16 naves y 500 soldados para acabar con los piratas holandeses que, aliados con los musulmanes, atacan las posesiones españolas del archipiélago. Antes, De Silva había pedido la colaboración de los portugueses, que se la negaron a pesar de guiarles un interés común. ¿Qué siente usted cuando ve una película de malvados piratas?. ¿Le gusta ser de los que violan a las doncellas o de los que sólo se dedican a robar a los millonarios?. El silencio de Amador Cienfuegos seguía siendo una manera de querer ocultar su excitación nerviosa. – También aquel año de 1616 fue célebre en la Historia de la Humanidad porque la Iglesia Católica puso la obra “De revolutionibus”, de Nicolás Copérnico, en el índice de libros prohibidos. No. No diga nada ahora. Ya sé que quizás usted esté pensando en algún tipo de revolución no muy católica como decimos las castizas de Madrid. Es sólo una manera de hablar, ya me entiende. Guarde. Guarde silencio y sólo escuche. Hay revoluciones y revoluciones, ¿no lo cree usted así?, cuando de calentar a las mujeres se refiere. Están las revoluciones amorosas y las revoluciones sexuales que son bien distintas por supuesto. Puede ahora hablar si lo desea. – Prefiero, si me lo permite, guardar silencio. – Si Guarde silencio. Es mejor. Y para terminar con la Historia, ya que veo que le resulta bastante engorroso hablar de ella… y no me malinterprete que estoy sólo hablando de la Historia y no de Nectarina… Pedro Hernandarias introdujo el ganado en el Río de la Plata. ¿Usted cree o no cree que las mujeres somos como los ganados?. Algunos piensan que sí… ¿se puede saber qué piensa usted de las mujeres en el fondo de sus intenciones?. Amador Cienguegos, empalideciendo su rostro, no quiso responder. – Bien. Dejemos ese asunto de momento pasar de largo. – Verá. No deseo escuchar más. Sólo le pido que me de permiso para entrar ahí, al otro lado de esa cortina. Y es que al otro lado de la cortina se encontraba Nectarina tocando divinamente el piano. – No le permito jamás a nadie que interumpa hasta el final. Pero le prometo que en cuanto Nectarina acabe su concierto usted entrará con su enorme ramo de crisantemos amarillos ahí, pero… – No. Nada de peros, bella señora, guardaré silencio hasta el final. Cuando las notas del piano dejaron de sonar, eran exactamente las doce de la noche. Todo el tiempo en que duró el concierto, la abuela Adela no hizo otra cosa sino escrutar los gestos y los movimientos de las manos de Amador Cienfuegos. Cambiaba el ramo de crisantemos amarillos continuamente de la mano derecha a la izquierda y viceversa; hasta que terminó por dejarlo sobre la mesa que estaba situada en el centro del pequeño saloncito. Se frotaba continuamente las manos que le sudaban excesivamente; observó que el sudor, a veces, aparecía en su frente y le corría por el rostro hasta terminar en el cuello donde las venas se le hinchaban continuamente… y que se secaba el sudor con un elegantísimo pañuelo de color azul cuya marca, grabada en la punta derecha del mismo, le hizo adivinar que había sido comprado en la boutique Mango de la calle Serrano número 61 (en el Centro Comercial ABC), lo que le hizo deducir que era un tipo muy de derechas. Así que, durante todo el tiempo que duró el sonido del piano, Adela había podido comprender todos los verdaderos pensamientos que se agolpaban, sin orden ni concierto alguno, en la calenturienta mente de Amador Cienguegos que, de vez en cuando, se ponía de pie con la intención de descorrer el cortinaje, para volver, inmediatamente, a quedar nuevamente sentado ante la mirada desafiadora de la abuela. Ésta descubrió también que, al sentarse, ponía siempre su pierna derecha encima de su pierna izquerda y que le entraban tales temblores que movía continuamente el pie que quedaba colgado en el aire como un títere de guiñol, mientras sus manos iban desde acariciarse los muslos hasta detenerse, por largo tiempo, en aquellos calcetines de color azul, también comprados en la boutique Mango, que tan perfectamente combinaban con el resto de su elegante traje de un azul muy oscuro con tonos negros. De todo ello deducía la abuela Adela que aquel elegante conquistador de toda clase de mujeres era un hombre de pensamiento neonazi. – Así que… ¿está usted perdidamente enamorado de Nectarina? -preguntó en cuanto el piano quedó en completo silencio dejando parado en seco a Amador Cienfuegos que ya estaba dispuesto a levantarse y traspasar el cortinaje que, ahora bien observado, tenía dibujado un grupo de gorriones alrededor de un almendro en flor. Amador Cienfuegos no contestó y se puso en pie. – No. Espere un momento más, se lo ordeno. Es necesario dar unos minutos de descanso a Nectarina para reponerse de su tremendo esfuerzo. Quizás usted no comprenda que a las personas que son artistas hay que dejarles descansar unos cuantos minutos antes de hablar con ellas. Sólo serán unos minutos nada más. Deseo que me conteste usted a mis últimas preguntas para poder pasar el rato que debe usted esperar. – Señora… yo sólo he venido aquí por amor a Nectarina y si es posible ya no deseo esperar más. Mis nervios están destrozados. – Por eso es necesario que usted también se tranquilice. ¿Y se puede saber que desea usted hacer cuando traspase esa cortina?. – Con su permiso, señora, lo que haré será regalarla este hermoso ramo de crisantemos aamarillos e intentar darla un beso. – ¿Un beso en la mano?. – Pero señora… ¿no le estoy diciendo que ardo en deseos de tenerla entre mis brazos?. !Un beso en la boca como se merecen esos labios rojos!. – ¿Sabe usted cómo se debe besar a Nectarina?. – !Por supuesto que sé como se debe besar a una mujer! – !Pero yo no le estoy preguntando cómo se debe besar a una mujer sino sólo cómo se debe besar a Nectarina!. El tono de las voces ya se habían levantado tanto que Nectarina, al otro lado del cortinaje, oía todo perfectamente. – ¿Ha besado usted alguna vez bien a una mujer, señor Amador Cienfuegos?. Éste se enojó repentinamente. – ¿Cómo es que sabe usted mi nombre?. – Es usted demasiado famoso en todo Madrid. Demasiado famoso como cortejador de mujeres, como conquistador de mujeres y como violador de mujeres todo al mismo tiempo. A Amador Cienfuegos se le volviero a hinchar las venas de las sienes y del cuello. – ¿Me está llamando usted un vulgar violador?. Yo nunca he violado a una mujer en contra de su voluntad. -Se había puesto de pie violentamente. – Según se mire, don Amador Cienfuegos, según se mire. Amador Cienfuegos volvió a controlarse y, friamente, se sentó de nuevo. – Entonces… ¿usted cree que yo soy algo así como un impotente?. – No lo digo yo. Lo está diciendo usted. Yo sólo le estoy intentando hacer entender que para amar a Nectarina es necesario saber muy bien quien es Nectarina. – !!Sé perfectamente quién es Nectarina!! -explotó completamente irancudo Amador Cienfuegos mientras su voz restalló en toda la sala. Nectarina no sólo lo estaba escuchando todo sino que lo estaba entendiendo todo. – ¿Puedo o no puedo entrar ya al otro lado de ese maldito cortinaje?. – Le ruego que se calme, don Amador Cienfuegos. Sólo con mucha calma podrá usted besar a Nectarina. Por supuesto que puede usted ya pasar al otro lado del cortinaje si es que tanto desea amar a Nectarina. Yo ya no tengo, de momento, nada más que decirle. !Que tenga usted mucha suerte en su nueva conquista!. Amador Cienfuegos recuperó todo su frío control. Las venas del cuello y las sienes dejaron de palpitar y volvieron a la normalidad, tomó el gran ramo de crisantemos amarilos con su mano iozquierda y con la derecha abrió impetuosamente, de un solo tirón, el cortinaje donde los dibujados gorriones grises parecieron cobrar vida; cómo si huyeran espantados ante aquel acto de violencia suprema. Nectarina se encontraba de espaldas, como si fuese un cuerpo humano sin vida, mirando fijamente al piano. A Amador Cienfuegos seguía enervándole su cabellera de color mineral pero se llevó una enorme sorpresa al ver que, al contrario que siempre, ahora lo llevaba extremadamente corto. ¿Por qué Nectarina se había cortado tan drásticamente su hermosa y larga cabellera que tanto le excitaba cuando la observaba detalladametne durante aquellos 24 días pasados?. No importaba. El asunto es que le seguía excitando. Se acercó lentamenre. Pudo observar una pequeña parte de la mejilla izquierda de aquel hermoso rostro y ya no pudo aguantar más sus ansias. – !Nectarina!. Pero Nectarina no volvió el rostro hacia él. – !!Nectarina!! -gritó más fuerte. Nectarina siguió sin mover su rostro hacia él. – !!!Nectarina!!! -explotó iracundo mientras las venas del cuello se le hinchaban hasta lo máximo imaginable. Entonces fue cuando Nectarina volvió su rostro. Un rostro por donde corrían gruesas lágrimas de dolor. Amador Cienfuegos, el famoso conquistador de toda clase de mujeres de cualquier físico, de cualquier clase social, de cualquere ética y de cualquier moral… !quedó petrificado!. El ramo de cristantemos amarillos cayó repentinameente al suelo. Las piernas le temblaban. Lo que vio le dejó por un momento sin habla. Mirándole fijamente estaba un muchacho de apenas sólo 13 años de edad y con los ojos tan azules como los de la abuela Adela. Acertó, al final, balbucear una inconexas y desordenadas palabras. – Perdón… yo… mo… no puede ser… so sé qué ocurre… ¿quién eres tú?… yo… no… Dio unos pasos hacia atrás mientras la mirada fija de aquel muchacho de tan sólo 13 años de edad, con los mismos ojos azules que la buela Adela, no dejaban de atormentarle su conciencia mientras las lágrimas de dolor seguíam corriendo por su rostro. – Mi precioso rostro… ¿no le gusta a usted mi precioso rostro, don Amador Cienfuegos? -fue lo úinioc que dijo Nectarina. El famoso castigador y conquistador de toda clase de mujeres dio la vuelta rápidamente y volvió a cerrar bruscamente el cortinaje donde los gorriones grises dibujados parecía que seguían volando alrededor del almendo en flor. – Pero… ¿mp decía usted que amaba profundamente a Nectarina? -sonreía la abuela Adela. – Señora… aquí ha debido de haber una confusión. La verdad es que no acierto a comprender. – Siéntese sólo un momento antes de abandonar para siempre este hogar. He de contarle ciertas cosas que usted desconoce por completo. Amador Cienfuegos, totalmente derrotadas todas sus estratagemas, obedeció como un manso animal las órdenes de la abuela. – Escuche sin decir palabra alguna no vaya a tener luego que arrepentirse por haberlas dicho. En primer lugar debo decirle que a quiem estuvo espiando durante estos 24 días de junio, con sus pensamientos diabólicos y su plan de conquistador machista impenitente, no fue a Nectarina sino a mi mieta Analilia. Sí. Ambos son mieto y nieta míos pero no son hermanos sino primos entre sí. Por eso el largo de sus cabelleras son tan diferentes. Mi nieta Analilia, a la que usted ha estado espiando con sus primáticos estos 24 días de acoso machista, hoy cumple 16 años de edad, lo cual usted impidió varias veces que se lo explicara cuando yo sí quería hacerlo ùe shabla usted fuera de tiempo. Y he de decirle que está comprometida con un joven atleta de 18 años de edad y que dentro de muy pocos días contraerá matrimonio cristiano con él. Una rabia interna se apoderó de Amador Cienfuegos. – No. No puede ser. – Cálmese. No se ponga uted tan nervioso que le puede dar un ataque cardíaco. Es cierto. No sólo puede ser sino que será así. De esa manera. Pero todavía debo contarle más. Usted no conoce a la verdadera Analilia. Ella, su novio y yo, hemos sabido siempre lo que usted estaba haciendo con sus primáticos desde la ventana de su lujoso salón. Si. Lo sabíamos desde el primer día que comenzó a acosarla. Es más. Usted, le repito, no conoce cómo es físicametne Analilia. Es mucho más hermosa de lo que se imagina pero eso sólo es producto de su hermoso corazón. Tiens tan bello corazón y es tan amorosa con la gente más necesitada que Dios le ha regalado un rostro y un cuerpo mucho más bellos de los que usted ha estado observando. Así que no conoce a Analilia ya que ella, como hizo la diosa Diana con el loco acosados dios Alfeo, supo disfrazar tanto su rostro que usted ni la conoce ni la conocerá jamás. – Entonces… !he sido engañado!. – No. Usted no ha sido engañado. Usted ha sido burlado. Esa es la plabra exacta. Porque usted se pasó toda su juventud burlándose de los demás, especialmente de las mujeres y de otros seres humanos indefensos. ¿Cree o no cree que ella tiene un novio con el que se casará cristianamente dentro de unos breves días, don Amador Cienfuegos?. – Yo creo que eso es una mentira. – Entonces, si cree que es mentira, voy a enseñarle una fotografía de él. A él no le importa que usted le conozcoa porque ni le tiene miedo a usted ni a todos los que le siguen a usted; ni se lo tendrá jamás. Ya le he dicho que es un atleta perfecto. Mire. Aquí tengo su fotografía. La abuela Adela sacó la fotogafía de un futbolista de su bolso y se la entregó a Amador Cienfugos. – Pero… ¿si sólo es un futbolista?… Reconozco que es muy atractivo pero… – Pero usted sigue equivocándose, don Amador Cienfuegos, porque no sólo es futbolista sino que practica bastantes deportes más y entre ellos el de ciertas artes marciales que, por supuesto, no se lo voy a decir. – ¿Puedo quedarme con la fotografía?. – Ni hablar. ¿Usted se cree que yo,a pesar de mi avanzada edad, soy tonta?. Es una de las fotografías más preferidas de mi álbum familiar. !Devuélvamela inmediatamente o tendré que dar a viso a la policía!. Temblándole totalmente el pulso, él obedeció como un perrillo faldero y le devolvió la fotografía del joven futboliata a la abuela Adela. – ¿Sabe lo que ha estado haciendo este joven durante un cierto tiempo?. – Ni idea… – Pues ha estado liberando, una tras otra, a todas las mujeres a las que usted lás había dejado encantadas robándolas el corazón. Él ha isdo capaz de darles de nuevo la libertad a cambio absolutamente de nada. Y todo ello a pesar de ciertos enrgúmenos que encontró en su camino. Sólo cumplió las órdenes que le daba Jesucristo. Amador Cienfuegos volvió a palidecer porque supo que la abuela estaba diciendo la verdad. – Le tengo que advertir lo siguiente para que no lo olvide jamás. Tiene hecho el solemene juramento de que no aplicará jamás sus conocimientos para atacar a ningún ser humano porque es amante de la paz y le acompaña a ella en la labor de cubrir las necesidades de todos quellos seres indefensos y necesitados a los que pueden ayudar. Pero, y esto quiero que jamás lo olvide, también ha jurado, con el beneplácito de Dios, que romperá ese juramento si alguien intenta acosar, arrebatarle o ejercer algún acto de violencia o violación a su esposa. Y lo hará cortándole el cuello de um sólo golpe… ¿me ha entendido usted?. – Yo… si… si creo haberle entendio… – No del todo. Cuando hablo de cortale la cabeza es toy diciendo separarle la cabeza del resto del cuerpo humano de un sólo golpe. ¿Ha oído usted alguma vez esa famosa frase que dice que la cara es el espejo del alma?. Pues ya ha visto su cara. Ahora, cuando abandone definitivamente este hogar para nunca más volver a venir aquí, le ruego que vaya rápidamente a su elegante salón y se mire en el espejo para ver si es cierto que la cara es el espejo del alma. Y, por último, quiero decirle que se le quite de la cabeza la idea que está pensando… – Yo…no… no entiemdo… – Se lo voy a decir también bien claro. Tanto Eliana, como su ya esposo y yo, por dones recibidos directamente de Dios, tenemos la facultad de poder descubir el pensamiento de algunas personas que han entregado su alma al diablo. ¿Me comprende?. Por eso sabíamos desde el principio qué es lo que estaba usted urdiendo junto con toda su tropa de seguidores. Así que no espere que ella vuelva a pasar por debajo de su ventana. Ella ya cumplió esa misión. Terminó de traerle todas las partituras a su primo y nunca le importó realmente que usted la observara ansiosamente o se la devorara a través de los prismáticos pues no le tienen ningún temor a los machistas como usted porque la defiendem él y los ángeles del Bien. – Pero… ¿puedo saber cómo se llama él?. – Simplemente Él. Conózcale como simplementete Él y cuando piense en Él piense en Jesucristo. – ¿Es que?. – Es que ya no deseo darle más consejos, más respuestas ni más pistas. No sea estúìdo por una vez en su vida y váyase a su lujosa casa y, por favor, mírese al espejo para saber quién es usted de verdad. No sea que siga creyéndose que es Alain Delon o Elvis Presley por ejemplo… Ya no hubo más palabras. Amador Cienfuego salió de aquel hogar, a donde no volvería nunca más, dando un portazo que demostraba lo maleducado que era y lo violento que resultaba ser, al igual que un verdadero nazi, a la hora de huir como un cobarde. Después bajó las escaleras de dos en dos y de tres en tres, salió a la calle, entró en el portal número 56, subió a su casa, penetró en el salón y se miró en el espejo. El rostro que observó le aterró tanto que bajó de nuevo al bar de la discoteca ” La Boite del Pintor” y se tomó toda una botella de güisqui para intentar olvidar aquella pesadilla. Algún conocido lo llevó hasta su casa completamente borracho porque al día siguiente despertó en su cama. Ese mismo día, a las 6 en punto de la tarde, descubrió y se dio definitivamente cuenta de que ni pasó Analilia ni volvería a pasar nunca más por alli. al fin entendió que jamás conocería cómo era en realidad aquella preciosda mujer d e16 años a quien protegía hasta ofrecer su vida si era necesario su joven esposo de 18 años de edad. Así que, junto con su oculta amante Doña Urraca, hutyó del barrio y se fue al del Paseo de las Delicias, junto a sus dos sosos y aburridos (ambos casados) hermanos menores. El Tiempo de Dios había hecho Justicia.

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