De político a profesor
El destino docente del ex-presidente es un inquietante ascenso inmerecido.
Como profesor titular quisiera dirigir unas palabras al futuro ‘colega y profesor asociado’ Aznar. El profesorado, a veces con el ánimo de simplificar los temas para el alumnado, cometemos dos errores nefastos que conviene prevenir. El primer fallo radica en renunciar a la complejidad de la realidad o de las áreas de conocimiento: Evítense las simplificaciones peligrosas como sólo hay una forma de combatir la violencia, quien no está conmigo hace apología del terrorismo, ETA = HB = PNV = IU = PSOE,… porque al final la sociedad puede confundir Al Qaeda = Política del PP. El segundo desacierto gravísimo reside en considerar al estudiantado o a la ciudadanía como individuos no integrales: Recuérdese que las normas escolares, las reglas sociales o las leyes (incluidas las Constituciones) deben ser como las ropas, destinadas a que la gente se sienta cómoda dentro de ellas, no a uniformar ni a encorsetar las libertades humanas.
William George Ward estableció una escala con cuatro estrictas categorías para los docentes: “El profesor mediocre, dice. El buen profesor, explica. El profesor superior, demuestra. El gran profesor, inspira”. No mencionó a los supuestos enseñantes, que sólo son conferenciantes contratados para dar relumbrón y que incumplen la descripción de Henry Brooks Adams: “Un profesor trabaja para la eternidad: nadie puede decir dónde acaba su influencia”.
Sin duda es buena noticia, para muchos, el alejamiento de Aznar de la política, aunque sea hacia esa pseudo-enseñanza de dos semanas al año. Pero indudablemente sería mucho más efectivo el traslado genérico de educadores, y de quienes conocen de cerca la injusta realidad social, hacia puestos públicos con capacidad de decisión para fortalecer la solidaridad cívica y garantizar una vida de calidad para todas las personas.