1968. Año quizás mágico para millones de jóvenes y jovencitas. Luis, Carlos y yo estamos en la discoteca-bolera Estela de la calle madrileña de Arlabán. En el carrusel de los sueños de cada uno de nosotros llegamos hasta donde podemos llegar. Como siempre que estamos en una disco, hablamos poco, vemos mucho cuando las luces nos lo permiten y bailamos casi nada. Pero en ese casi nada está siempre latiendo el corazón de cada uno de nosotros. Aquella noche de Estela, aproximadamente en 1968 aunque pudiera ser también 1969 (da lo mismo en realidad) estábamos dispuestos a ligar con ella, situada al otro frente de la sala. La pista, casi vacía, nos hablaba su lenguaje de silencios. El silencio fue, primero, para Luis (que volvió a nuestro lugar con la moral hundida).
El silencio fue, después, para Carlos (que volvió a nuestro lugar con la moral hundida). Yo miraba el fracaso obtenido con la morenaza por mis dos grandes amigos y no estaba dispuesto a fracasar también pues alguien debía levantar la moral de los tres. Pero me animaron a intentarlo aun cuando les señalé que también me diría a mí que no. Era la misma cantinela de casi siempre. Los dos me señalaron que de amigos era compartir los triunfos y los fracasos… así que, viendo que ya era la hora de cierre de la discoteca-bolera Estela, hice de tripas corazón y me acerqué a ella. Me dio también un rotundo no pero, al menos, me lo dio con una sonrisa. Ella había dicho que no a todos pero pude mirarla a los ojos sin ponerme colorado ante su sonriente negativa; así que como se acercaba la Navidad volví a nuestro lugar de los sueños silenciosos y les dije que era mejor olvidarla y marcharnos a seguir disfrutando de la buena noche madrileña. Por eso fue la última sonrisa de aquel sueño que comenzaba, otra vez más, con poder bailar con ella. Y mis sentimientos comenzaron a bailar. Estela. La estela de aquella noche me acompañó por algún tiempo más bien muy corto pues la vida continuaba. Hablar poco, ver mucho cuando las luces nos lo permitía y bailar de vez en cuando para no morir en el intento. Otra vez la morena dentro de mi ensoñación hasta que se hizo realidad.