Como cada tarde al finalizar la jornada usaba el atajo que atravesaba por en medio del campus y se incorporaba a una calzada sorteando las colas de autopista a la entrada de su ciudad. Cada día pasaba por allí, había pasado cientos, por no decirlo, mil veces. Pero esa jornada, se detuvo justo al finalizar el campus. Junto a unas casitas unifamiliares que eran de profesores y cátedros. Todavía quedaba allí un promontorio sobre el que se divisaba al fondo un estrecho valle por el que discurría una concurrida autopista y al otro extremo del mismo, el límite de la gran ciudad.
Con el motor en marcha de su todoterreno blanco recordó un Fiat “Supermirafiori” de color blanco de veinte años atrás. En esa ocasión, él ni siquiera era el conductor. Era por unas fechas así, en primavera, y con su pareja de aquél entonces disfrutaba del despertar de la vida.
La pareja se está magreando apasionadamente dentro del “Supermirafiori” de color blanco. Las ventanillas están entreabiertas. Ni siquiera hay construcciones alrededor. El coche está aparcado en montículo al final de la vía que atraviesa el campus. Se divisa la autopista y la ciudad que por la hora empieza a encender sus luces. Él parapetado con barbas y abundante cabellera se le ve joven y ella a pesar de casi una década de maternidad está prieta y en forma. Ella parece que no lo ha hecho nunca a pesar del tiempo que ha hurtadillas se ven.
Todo empezó cuando él puso una de tantas notas de “se dan clases particulares”. El ímpetu, la juventud y la poesía hicieron el resto. Ahora la poesía sobraba, el sexo era el lenguaje. Ella cada día por la mañana, puntual a su cita, hace una llamada al alma gemela atrapada en una casa que le vio nacer y que si no se espabila le verá morir.
Ahora se entregan el uno al otro en la estrechez del “Supermirafiori”. La blusa de ella esta desabotonada, la camisa de él fuera del pantalón y la bragueta de sus pantalones, bajada. Las lenguas de ambos están en plena batalla y caracoleo de intercambio de jugos. La mano de ella se ha introducido por la bragueta y la mano derecha de él ya está acariciando el preciado tesoro. ¡Cuanta suerte debía de tener en aquél tiempo! El calor y el ardor que desprenden esas tetas empitonadas es algo que sólo se siente en esa época y en ocasiones muy contadas o muy especiales.
La mano de él baja hasta la entrepierna de su pantalón de loneta negro. Se nota la humedad. En un primer momento como es habitual desde que tienen estos encuentros, ella no ofrece resistencia. Hábilmente coge su cremallera y la baja. Nada más notarlo, ella se incorpora y dice:
—¡No! ¡Hoy tenemos que ir rápido! Tengo prisa
—Como quieras pero mira como me has puesto —dice él señalando el abultado paquete de la entrepierna.
Ella va directa a su bragueta y acaba por bajarla. Acerca su cara y en un instante para sorpresa de él se la está comiendo. La sensación de locura que siente le impiden articular otro sonido que gestos placenteros. La sensación de dejadez y mezcla de “irse” del cuerpo le impiden pensar si debe avisar que está a punto de correrse. Pero es igual, ella sigue y sigue hasta el final. Para su sorpresa se lo traga todo y en un gesto:
— ¡Puaj! ¡Qué amargo que está!
Casi sin palabra él:
—Aah, creía que estaba salado.
—Eres el primero a quien hago esto —afirma categórica ella.
—¿Ni siquiera a tu marido?
—¡Huy, a este menos! ¡Me faltaría el respeto!
Él se queda pensativo de saberse que es el primero a quien ella le hace una cosa así. Pero ella se queda también así cuando él se confiesa:
—Tú también eres la primera que me hace esto.
—¡El tiempo se echa encima! Hoy es miércoles y Joan estará viendo el partido. Tengo que llegar no vaya que sospeche. Ya sabes que los miércoles y los viernes debo ser puntual.
—¡Pero el miércoles pasado fuimos al cine! —replicó él
—Ya sé. Pero no voy a estar siempre inventando cuentos.
Pone en marcha el motor y enciende las luces. Se incorpora a la calzada done finaliza la historia de amor.
Al llegar a casa ella no ha reparado que va despeinada, lleva la blusa fuera del pantalón de loneta y además se nota claramente que por lo menos se ha estado revolcando en un pajar. Joan no advierte nada de eso
—¡Nena vamos ganando! ¿Cómo está la cena? ¿Sabes que el viernes he quedado a cenar con los de mi empresa?
A la mañana siguiente ella como de costumbre realiza una llamada. Al otro lado él descuelga y al notar la voz cálida y amorosa de ella, se le ocurre hacer una broma.
—¿Cómo acabó el partido anoche?
Ella cuelga.
Notó una ligera brisa fresca ya de última hora de la tarde. A su espalda la puesta de sol que enrojecía esas últimas horas. Con los ojos húmedos volvió a su todoterreno. Ya en su asiento volvió a mirar el periódico del día que estaba plegado por la página de necrológicas. Había una esquela y una foto de ella. Puso la radio y un sonaban las voces exaltadas de comentaristas deportivos. Era miércoles y puede que fuese una final de copa.
Interesante. El final tiene originalidad porque está interpretado en un momento cotidiano que contiene la vida generalizada y que nos sorprende a pesar de ello. El contenido es una versión más de sexo condicional. Está bien estructurado el esquema linguístico y es fácil de leer. Se refiere a un momento pero puede ser mucho más. Una buena perspectiva de narrador.
Agridulce relato de nostalgias, de amores que se esfumaron en el tiempo. Una conclusión final: las ventajas que da el no ser forofo del fútbol.
Buen relato mezcla de humor, sexo y recuerdos de épocas mejores.