El andén de la estación de trenes estaba desierto. Allí solamente estaba ella, andando de un lado para otro esperando. Iba envuelta en un abrigo gris y por debajo asomaba una falda recta, también gris. El eco de sus tacones resonaba en la estación vacía.
Ella miraba de vez en cuando a su alrededor, expectante, pero con disimulo. De pronto, se oyó el eco de un tren. El tren apareció y se detuvo justo a su lado. Volvió a mirar por última vez y de pronto de sus ojos surgió una sola lágrima, que cayó por su mejilla y fue a dar a la solapa de su abrigo. Entonces, como si hubiera tomado una decisión, se giró y subió al tren. Al cabo de unos minutos el tren arrancó y desapareció en el horizonte.
La estación se quedó completamente vacía. Sólo yo, que había observado a aquella mujer quedé allí, preguntándome a quien había estado esperando. Hasta que apareció un hombre con una gabardina y un sombrero en la mano que cuando vio la estación desierta se llevó las manos a la cabeza y se quedó parado en mitad del andén mirando el vacío.
¡Muy bueno! No sé qué tienen las estaciones de los trenes… pero siempre son grandes ambientes para grandes relatos como éste. Un abrazo cordial. En cuanto al relato en sí mismo le has dado, a pesar de ser tan breve, toda una gran extensidad de emoción y de interés. Hasta el final sorprende por su emotividad. ¡Muy bueno!
Podría ser la descripción escrita de un trailer de una Película. Grande Océano