Juana la Loca era ya Historia, Juanita la Larga había sido ya escrita, Juanita Reina estaba en su pleno apogeo y todavía no había nacido Juanita Banana. Era el año de las Juanolas. Mi padre, acérrimo seguidor de la tos de los fumadores, intentaba por medio de las Juanolas combatir aquella avalancha que atacaba nuestro hogar de Alcalde Sáinz de Baranda número 56. Sus esfuerzos quedaban mermados por la cantidad, cada vez más elevadas, de cigarrillos de fabricación casera que seguían reproduciéndose a escalas cada vez más en progresión geométrica o no aritmética. A cada ataque de tos, mi padre recurría, optimista hasta el grado sumo, a meterse un buen puñado de Juanolas.
Como yo ardía en deseos de saber qué era aquello que tenía nombre de chavala acatarrada, de vez en cuando también me echaba al coleto un buen puñado de aquellas famosas Juanolas y sus cajas, redondas, nos servían de paso, para realizar algún juego de magia casera: algo así como intentar llevar a cabo la cuadratura del círculo. Las Juanolas del 60 eran de regaliz pues entonces no habían sacado al mercado los muy diversos sabores que existen en la actualidad posmodernista; pero siempre tenía que sujetarme al rito de pillar desprevenido a mi padre quien, en medio del ataque de tos, y después de echarse un buen puñado de Juanolas entre pecho y espalda, las dejaba olvidadas pero al alcance de mis posibilidades de no ser descubierto.
Mi padre, de vez en cuando, las contaba para ver cuál era el ritmo de consumo de las Juanolas y hacer sus cálculos para no desequilibrar el presupuesto de mamá. Sin embargo, a mi padre, olvidadizo hasta el extremo de utilizar hasta dos o tres cajas de Juanolas al mismo tiempo, no le daba tiempo a poder contar las Juanolas que iban a parar a mis dominios. Era la lucha por la superviviencia. Ya tendría yo tiempo suficiente, años más tarde, para conocer a las Pilares, a la Cármenes, a las Mercedes, a las Marías, a las Maytes y a las Beatrices (como émulo de los grandes de los Siglos de Oro literarios panhispánicos y renacentistas) y entre pedazo de pan y pedazo de bacalao salado, que encontraba en la despensa cuando mi padre dormía profundamente las siestas, degustaba yo unas cuantas Juanolas con la suficiente habilidad de no abusar demasiado de ellas para que el cuenteo paterno no sospechara la ausencia de algunas que otras.
Las Juanolas del 60 (quizás hasta en el portal número 60, junto al Bar El Puente de la misma Alcalde Sáinz de Baranda) alguna Juana se asomaba a la ventana por verme pasar camino de donde el el Abilio y el Emilio para comprar algún lote de Juanolas porque las reservas menguaban cada vez a ritmo creciente y, como yo seguía creciendo, la cantidad del consumo de Juanolas iba en progresión directa con la cantidad necesaria de Juanolas que debía yo consumir para ser un vigardo futbolista que ya entonces despuntaba en los campos de Moratalaz. Pues bien; esta historia es cierta y, esperando la llegada de Juana -alguna de las que debí de conocer en mis primeros escarceros por las batallas contra el Emilín de las que salía él con muchas pero de escasa calidad y yo con con bastantes pero de calidad suprema- era necesario seguir durante el 60 ensayando con las Juanolas. En definitiva. ¿Verdadero o falso? Tan verdadero como que su sabor era a regaliz y que era la antesala de los largos cordones que, luego, cuando conseguíamos algunos céntimos sobrantes de nuestras compras de cromos de futbolistas, ya sí que eran chuches de categoría clase media “in Spain” de toda la barriada.
Mi abuela materna: ¡¡¡Jajajajaja!!!
No te rías tanto, abuelita, que me han dicho que es peor.