Últimas palabras de grandes hombres (por Alejandro Seibel)

Nada merece más confianza que el testimonio de los moribundos. Aún los mentirosos confiesan en esos momentos la verdad. Una mirada a un moribundo en su lecho de muerte revela frecuentemente más acerca de él que todos sus grandes dichos y hechos, porque en los momentos en que el hombre se encara con la muerte es frecuente que se despoje de su máscara y se muestre veraz. Muchos han debido reconocer entonces que su metas han estado cimentadas sobre arena y que, en la persecución de vanas ilusiones, sufrieron un terrible engaño.

Aldous Huxley escribe, en el prólogo de su libro “Hermoso Nuevo Mundo”, que todas las cosas deberían ser juzgadas como si fuesen vistas desde el lecho de muerte. La Biblia dice: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días (a considerar que debemos morir) que traigamos al corazón sabiduría” (Salmos 90:12).

Voltaire, el afamado satírico, tuvo un terrible fin. Su enfermera dijo: “Por todo el oro de Europa no quisiera presenciar otra vez la muerte de un incrédulo”. Clamó toda una noche pidiendo perdón.

David Hume, el ateo, gritó: “¡Estoy entre las llamas!”. El espectáculo de su desesperada agonía fue horrible.

Heinrich Heine, el gran satírico que se arrepintió después, escribió hacia el fin de su vida estos versos:”El viejo tema de mi canción se ha desmoronado al encontrarse frente a la roca que es Cristo. Aquella canción que, inspirada por el espíritu maligno, era llevada a orgías de maldad. Aquella canción de melodía tumultuosa, que cantaba la duda, la burla y la apostasía. Señor, Señor, yo me postro ante ti. Perdón, perdón por mis canciones”.

El médico de cabecera de Napoleón escribió: “El Emperador muere solo y abandonado, y su agonía es espantosa”.

César Borgia, el hombre de Estado: “En el curso de mi vida me he preocupado de proveer para todas las eventualidades menos para la muerte. Ahora debo morir sin haberme preparado”.

Talleyrand: “Estoy sufriendo el tormento de los perdidos”.

Carlos IX de Francia: “Estoy perdido y lo reconozco claramente”.

Mazarino: “Alma, ¿qué será de ti?”.

Hobbes, filósofo inglés: “Me encuentro ante un horrendo salto en las tinieblas”.

Sir Thomas Scott, presidente de la Cámara de los Lores de Gran Bretaña: “Pensé hasta este momento que no había ni Dios ni infierno. Ahora estoy cierto y siento que ambos existen y que yo estoy destinado a la perdición por el justo juicio del Todopoderoso”.

Goethe: “¡Más luz!”.

Nietzsche murió demente.

Lenin perdió la razón antes de morir e imploraba el perdón de sus pecados dirigiéndose a las mesas y a las sillas. Nuestra juventud revolucionaria asegurará con vehemencia que este hecho es inexacto, ya que sería muy penoso tener que reconocer este evidente derrumbamiento del ídolo de tantos millones”.

Sinowjew, el presidente del Comunismo Internacional que fue fusilado por Stalin: “Oye Israel: el Señor, nuestro Dios, es el Dios único”.

Churchill: “¡Cuán loco he sido!”.

Jagoda, jefe de la policía secreta rusa: “Tiene que haber un Dios y éste me castiga por mis pecados”.

Jaroslawski, precisamente del Movimiento Ateo Internacional: “¡Quemad, por favor, todos mis libros! ¡Mirad al Santo que me espera hace ya mucho tiempo, que ya está aquí”.

Jesucristo: “¡Consumado es!”.

Si a hombres como Voltaire, David Hume y otros se les hubiera declarado, en vida, que sin Jesús estaban condenados a eterna perdición, seguramente se habrían reído o burlado.

Sin embargo, tuvieron que reconocer al fin que esa es la verdad y que la Biblia tiene razón cuando declara: “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos, 9:27). ¿Se ha preguntado usted alguna vez cómo será su muerte?¿Será también para usted demasiado tarde? ¿Cuáles serán sus últimas palabras?

Estimado lector: Lo quiera creer o no, tenemos que advertirle que sin Jesucristo y el perdón de sus pecados por medio de su sangre está usted perdido. Frente a un Dios santo, se encuentra en un estado de completa y eterna perdición. Si cree que con la muerte todo se acaba, se encuentra entre aquellas personas que viven en el más terrible engaño. El único que le puede salvar es JESUCRISTO.

¿O es que realmente cree que los hombres citados anteriormente representaron comedias piadosas cuando les llegó su última hora? Sin tener paz con Dios, la muerte es una horrenda realidad de la que el mundo huye, pretendiendo ignorarla y excluirla de la conciencia. Pero ¿cree usted que una actitud semejante a la del avestruz, que en vista del peligro entierra la cabeza en la arena, es una solución cuerda al problema?

Un comunista chino que había hecho ejecutar a muchos cristianos se acercó una vez a uno de ellos y le dijo: “He visto morir a muchos de vosotros, y la de los cristianos es una muerte diferente. ¿Cuál es vuestro secreto?”. ¿Quiere usted también saberlo? Si desea de corazón acudir a Jesucristo y alcanzar la verdadera paz con Dios, puede dirigirse a Él con esta oración: “Señor Jesús, te ruego que perdones toda mi culpa y mi pecado, mi rebeldía y mi vida pasada sin haberte tenido en cuenta. Te doy gracias porque has muerto por mí y con tu preciosa sangre has pagado el precio de mi pecado. Ahora te ruego que entres en mi vida. Te abro la puerta de mi corazón y te suplico que de ahora en adelante seas mi Señor. Te doy las gracias porque tú escuchas mi oración y me aceptas”.

Lo importante no son las palabras que se utilicen, sino la actitud del corazón.

Jesús dice: “Al que a mí viene, no le echo fuera”. Sólo Jesús ha despojado a la muerte de su poder.

Es posible que usted, con una sonrisa de suficiencia, pase ahora por estas líneas y las destierre inmediatamente de su memoria; pero ni aún así se liberará de la muerte.Y entonces ¿qué pasará? “Hazme saber, Señor, mi fin, y cuánta sea la medida de mis días; sepa yo cuán frágil soy. He aquí, diste a mis días término corto, y mi edad es como nada delante de ti; ciertamente es completa vanidad todo hombre que vive…Ciertamente en vano se afana” (Salmos 39:4-6). Por eso dice el profeta Amós: “Prepárate para venir al encuentro de tu Dios”

Autor: Alejando Seibel.
Apartado de Correo Número 353
Roquetas de Mar (Almería)
ESPAÑA.

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