Fernando “El Moro” está triste y melancólico porque ninguna de Las Dos Hermanas le hace caso. Fernando “El Moro” se creía que era como El Mío Cid y se acaba de dar cuenta de que ninguna de Las Dos Hermanas se creen su historia de que es un pobre empleado de Banca. A Fernando “El Moro” la vida se le ha vuelto espinosa. Puede ser verdad que sea un pobre empleado de Banca pero con eso no se puede ligar a ninguna de Las Dos Hermanas. Así que lánguido, nostálgico y ojeroso, enciende la radio para relajarse un poco. Se encuentra nervioso. Muy nervioso. Suena la voz de su deseada Ana Belén.
– Acompaño a mi sombra por la avenida, mis pasos se pierden entre tanta gente, busco una puerta, una salida donde convivan pasado y presente… De pronto me paro, alguien me observa, levanto la vista y me encuentro con ella y ahí está, ahí está, ahí está viendo pasar el tiempo la Puerta de Alcalá. Una mañana fría llegó Carlos III con aire insigne se quitó el sombrero muy lentamente bajó de su caballo con voz profunda le dijo a su lacayo: ahí está la Puerta de Alcalá ahí está, ahí está viendo pasar el tiempo la Puerta de Alcalá. Lanceros con casaca, monarcas de otras tierras, fanfarrones que llegan inventando la guerra, milicias que resisten bajo el “no pasarán” y el sueño eterno como viene se va y ahí está, ahí está viendo pasar el tiempo la Puerta de Alcalá. Todos los tiranos se abrazan como hermanos, exhibiendo a las gentes sus calvas indecentes, manadas de mangantes, doscientos estudiantes inician la revuelta son los años sesenta ahí está, ahí está viendo pasar el tiempo la Puerta de Alcalá. Un travestí perdido, un guardia pendenciero, pelos colorados, chinchetas en los cueros, rockeros insurgentes, modernos complacientes, poetas y colgados, aires de libertad ahí está, ahí está viendo pasar el tiempo la Puerta de Alcalá. La miro de frente y me pierdo en sus ojos, sus arcos me vigilan, su sombra me acompaña, no intento esconderme, nadie la engaña, toda la vida pasa por su mirada. Miralá, míralá, miralá, míralá, la Puerta de Alcalá. Miralá, míralá, miralá, míralá, la Puerta de Alcalá.
Completamente nervioso, Fernando “El Moro” cambia de emisora moviendo el dial. Surge de nuevo la voz de Ana Belén, su deseada Ana Belén.
– No me persiga, con la condena eterna del fuego, olvídese que el fin del juego está tan claro como usted cree. No me prometa, la puerta abierta del paraíso, si a cambio firmo mi compromiso de ser la piedra de su cincel. Porque a pesar de la zeta, de su cruzada, de su careta, de su jugada siempre velada, de su condena sobre el infiel. Porque a pesar de la usanza tan arbitraria de su balanza, de su sectaria vida diaria,de su sonrisa , de su cartel: Los tiempos cambian y usted lo malo es que no lo ve ya no hay quien pueda parar la rueda. Los tiempos cambian y usted lo malo es que no lo ve ya no hay quien pueda parar la rueda. No me prohíba, desde lo alto de su tribuna, los tiempos cambian como la luna y usted no sabe lo que yo sé. No me sugiera, que si me callo será distinto alzar la voz es más que un instinto, es la palabra a flor de piel. Porque a pesar del jerarca, de su alfabeto, del patriarca, de su decreto torpe y secreto, de cruz y raya, de su cartel, porque a pesar del farsante, de gesto duro pero insultante, de su futuro más bien oscuro, de su figura en el redondel: Los tiempos cambian y usted, lo malo es que no lo ve, ya no hay quien pueda, parar la rueda… los tiempos cambian… Los tiempos cambian y usted, lo malo es que no lo ve, ya no hay quien pueda, parar la rueda… los tiempos cambian…
Fernando “El Moro” se ve pillado entre la falsedad y entre la mentira, entre lo que decía y lo que era, entre el insulto y la verdad. Se ve descubierto y, más nervioso todavía, vuelve a cambiar de emisora. Otra vez sonó la voz de su deseada Ana Belén.
– Harto de ser despreciado por todos decidió poner fin a este asunto con el más endemoniado sabotaje. Así, redactó una nota perfecta dejando bien claro, punto por punto toda la trama oculta del montaje. Para no perder nunca el gran poder hubo que rifar un culpable a tiempo y él fue el gran perdedor de la partida. Pero ya se cansó de salvarles la piel que vengan ahora los Padres del Bien y resuelvan las miserias de la vida. ¡Señores, presento mi dimisión! ¡Aquí está mi cargo de Ángel Caído! Me queda a en un rincón del Parque del Retiro. ¿Y ahora qué? ¿Y ahora qué? ¿Y ahora qué vais hacer sin el chivo? Rompió el acuerdo, entregó el futuro vendió la leña y el Fuego Eterno. Puso a sus pies las llaves del infierno. Y así, devolvió por paquete postal. Destino: ¿Dios sabe? Remite: Satán, un tridente, un robo y un buen par de cuernos.
Fernando “El Moro” sabe que es un traidor, sabe que es un difamador, sabe que no se merece mas que el desprecio. Y cambia, violentamente, de emisora. La voz de Ana Belén, su oculta deseada, vuelve a sonar en la habitación.
– ¿Quién dijo que todo está perdido?. Yo vengo a ofrecer mi corazón. Tanta sangre que se llevó el río. Yo vengo a ofrecer mi corazón. No será tan fácil, ya sé que pasa. No será tan simple como pensaba, como abrir el pecho y sacar el alma, una cuchillada del amor. Luna de los pobres siempre abierta, yo vengo a ofrecer mi corazón como un documento inalterable. Yo vengo a ofrecer mi corazón. Y uniré las puntas de un mismo lazo y me iré tranquila, me iré despacio. Y te daré todo y me darás algo, algo que me alivie un poco más. Cuando no haya nadie cerca o lejos yo vengo a ofrecer mi corazón. Cuando los satélites no alcancen yo vengo a ofrecer mi corazón. Y hablo de países y de esperanzas, Hablo por la vida, hablo por la nada, Hablo de cambiar esta nuestra casa. De cambiarla por cambiar no más. ¿Quién dijo que todo está perdido?. Yo vengo a ofrecer mi corazón.
Ahora Fernando “El Moro” está asustado. Se concentra en su mutismo. Escucha el piar de una canaria y no puede hacer otra cosa más que cambiar de emisora. Pero es inevitable. Vuelve a escuchar la voz de su deseada Ana Belén.
– Ojalá que te vaya bonito ojalá que se acaben tus penas que te digan que yo ya no existo y conozcas personas más buenas. Que te den lo que no pude darte aunque yo te haya dado de todo nunca más volveré a molestarte
te adoré te perdí ya ni modo. Cuántas cosas quedaron prendidas hasta dentro del fondo de mi alma, cuántas luces dejaste encendidas. Yo no sé como voy a apagarlas. Ojalá que mi amor no te duela y te olvides de mí para siempre; que se llenen de sangre tus venas y conozcas una vida de suerte. Yo no sé si tu ausencia me mate
aunque tengo mi pecho de acero pero nadie me llame cobarde sin saber hasta donde la quiero. Cuántas cosas quedaron prendidas hasta dentro del fondo de mi alma; cuántas luces dejaste encendidas. Yo no sé cómo voy a apagarlas. Ojala…que te vaya…bonito…
Fernando “El Moro” sabe que es un cobarde pero que alguien le ha perdonado. Y apaga definitivamente el aparato radiofónico porque ya sabe que sólo es un pardillo.