No detengas el paso de las miradas
que conciertan su fiesta en las verdades
de las hojas del laurel y amaneceres
despiertos…
No quieras morir en este alba
donde nace la luz de mi pensamiento
y enhebra en esta forma de existencia
la calma, la sed, el fundamento
de amarte sin medida ni distancia.
No te hundas en la nada del vacío
y sigue…
sigue siendo tal como te quiero,
tal como te amo,
tal como te sueño.
Salva siempre este naufragio mío
en las hojas escritas del viento.
Salva mi voz en la llegada
de cada alondra, de cada mirlo,
de cada ave pasajera
que te lleva mi destino.
Salva mis palabras ya sin tiempo,
ya sin miedo,
ya sin esa clase de diáspora
en medio del mundo estelar
y, al salir de nuevo la vida,
abre tu sueño y deja que penetre
mi tierna edad de caminante.
No permitas distancias de nostalgia,
ni recuerdos ya olvidados,
ni esa forma triste de quien mira
al amor desde su lejana agonía.
Tú y yo, siempre pasajeros
de este eterno sentir de seres
que tranforman los momentos
en singladuras de las bahías
donde hay gaviotas bajo el sol.
No evites el beso de mis labios
guiado por este sentir humano,
ni mi mano,
ni este saber estar siempre presente
en el calor de las bienvenidas.
No te vayas al otro lado de tristura
y sonríe cuando veas mi palabra
erguida en lo hondo de tu alma.
No dejes que el sentir esta presencia
se diluya como ala pasajera.
No.
No soy el que se desespera
cuando otros hunden sus axiomas.
Me quedo siempre en los aromas
de tu mirar y tu caricia.
No.
No soy ni lucro ni avaricia
sino quien te llena de silencios
arrullados con el vuelo de gorriones;
esos que guardan en sus nidos sus amores
bajo las hojas de la sombra en el delirio.
No te apagues jamás, hoguera viva,
que a tu calor me abrazo para hacerme
poeta…
sí…
poeta…
a pesar de la envidia del prosaico
que solo come para saciarse
del peso con monedas.
Yo te entrego las estrellas
para que duermas al lado de mis sueños.
Poeta…
sí…
poeta…