Cuando me propongo una Meta persisto hasta conseguirla. Me pasa con todos los proyectos que me propongo llevar a cabo. Por eso mantengo la sana costumbre de que el Mágico Solitario es, además de un juego de naipes, todo un recurso para recordar historias inolvidables. Jugando al Mágico Solitario no sólo consigo puntos para mi futuro viajero sino que, además, recuerdo momentos de mi existencia. Por ejemplo, a los 5 años de edad, mi madre nos duchaba metiéndonos en un barreño. ¿Qué es un barreño? Un barreño es un recipiente troncocónico con asas o recortes en su borde superior, similar en uso y formas a las tinas y los cubos, y fabricado en diferentes materiales: barro, madera, diversos metales y aleaciones y, desde el siglo XX, plásticos. Es un recipiente de gran capacidad que ha sido muy útil en atiguos oficios (tintoreros y curtidores) y labores campesinas. Y luego, posteriormente, en las tareas domésticas, para lavar la ropa, la vajilla, o bañar a los niños.
Recuerdo el barreño de metal de la casa de Alcalde Sáinz de Baranda, número 56 y puerta 5-D de la escalera izquierda. Aquel barreño me lleva a recordar los momentos más frescos de aquellos calurosos veranos de Madrid capital. No teniamos patitos de goma (ni tan siquiera patitos de latón o de madera) para jugar mientras mi madre y mi abuela materna nos bañaban; así que sólo nos quedaba aguantar el “chaparrón” chapoteando con las manos y nuestra venganza era salpicar el suelo de la cocina hasta que nos sacaban, en medio de gritos que alteraban la paz de la casa, envueltos en aquellas toallas que soltaban pelusillas por todos los lados mientras no nos quedaba otro remedio que pensar en las musarañas.
Recuerdo las enormes cantidades de burbujas que soltaba el jabón “Lagarto” y a mí me entraba, en la memoria, lo de las lagartijas (todavía no conocía a las lagartas) porque aún no había nacido mi Princesa allá por Hispanoamérica de cuya existencia ya tenía yo conocimiento gracias a la colección de cromos de Banderas del Mundo. Yo entonces me sumergía en mis pensamientos y pensaba que algún día, ya no lejano, me llegaría la oportunidad de bañarme en una ducha con agua caliente. Tuve que esperar una década más, cuando nos trasladamos a Pizarra número 3, piso 3-A. Pero a mis 5 años de edad terminábamos de calentarnos jugando en el patio que compartíamos con los del 58 en cuanto el sol salía a saludarnos. 5 años. Una edad suficiente como para empezar a soñar jugando a batallas de indios y americanos lanzando sonidos bucales mientras disparábamos a mansalva. Parecía cosas de locos pero sólo eran cosas de niños y nosotros sólo éramos niños con sus cosas.