“Hace veinte siglos que nació un hombre de manera totalmente contraria a las leyes de la vida. Este hombre vivió en la pobreza y permaneció en el anonimato la mayor parte de su vida. No viajó mucho. Sólo una vez, siendo niño, cruzó la frontera del país en el que vivía; sus padres tuvieron que marchar al exilio. No poseía riqueza ni influencia política. Su familia era gente sencilla y de pocos estudios. Pero cuando todavía era niño sorprendió a los doctores de la ley con sus preguntas y lo atinado de sus respuestas. Ya hombre, se le vio dominar a las mismas fuerzas de la naturaleza. Anduvo sobre el mar como sobre un pavimento, y le ordenó que amansara su furia para tranquilizar a sus discípulos. Sanó a las multitudes sin medicinas y nunca cobró por sus servicios. No escribió un solo libro, sin embargo, todas las bibliotecas públicas del país no podrían contener todas las obras que sobre él se han escrito en todo el mundo. No compuso ninguna canción, pero él mismo ha sido y es el tema de las más grandes composiciones musicales. No fundó ningún colegio, pero todas las escuelas juntas serían insuficientes para reunir a tantos alumnos como discípulos que él ha tenido a lo largo de los siglos. Una vez por semana, la rueda del comercio se detiene para que las multitudes puedan reconocerlo y darle tributo de su respeto, acatamiento y adoración. Ya casi nadie recuerda los nombres de los orgullosos políticos romanos y griegos de su época. Los nombres de científicos, filósofos y maestros del pasado son recordados por muy poca gente. Pero el nombre de este hombre único es conocido, admirado y amado en todo el mundo. Han transcurrido ya veinte siglos entre sus generación y la nuestra, entre el día de su crucifixión y nuestra época, sin embargo, él vive todavía. Herodes no pudo destruirlo y la tumba no pudo retenerlo. Se sienta en la cima más alta de la gloria celestial, declarado Dios, reconocido por los ángeles y temido por los demonios. Él reina como Señor y Salvador. Nuestro destino eterno es estar con él, o separados de él para siempre, depende de nuestra respuesta a su palabra”.
Fue Jesucristo, el incomparable, quien dijo: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20). “Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (Juan 6:35). “Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas” (Juan 10:11). “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (Juan 14:6). “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).
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