Ahora que ya estoy muy cerca del regreso, las aguas que me arrastran me llevan a donde aspira mi alma: una fuente sencilla brotando de la falda de una montaña mesetaria. Verde es la morera de mis recuerdos y a su sombra me lleno de pensamiento y de poema. Me hace bien sentir el cielo azul que acompaña al día en que succioné la sustancia maternal de mi pequeña e inmensa patria. Y el dialecto de mi lenguaje castellano desea explicar por qué la primera palabra que conozco del diccionario es carretera. Tomando el camino hacia adelante llegué hasta la frontera de mis meditaciones y al otro lado, donde el café huele a hierbabuena y medreselva, me encontré con luces de color miel…
Todavía las circunstancias siguen innovando dentro de mí un acompañamiento de crepúsculos públicos pero ahora pienso en el regreso, y sueño con volver a jugar en medio de la plaza de los carros, con la amplia alameda de los verbos: crecer con el rocío, sentir la mano abierta, tomar el equipaje y salir camino de la gran ciudad de los sentires y los misterios.
Como dijo Esquilo en su vida de pagano profeta: los senderos del pensamiento alcanzan su objetivo a través de sombríos y espesos matorrales que ninguna mirada puede penetrar.
Y con las alas brillantes del Céfiro amoroso me interno en la noche para perforar la oscuridad y conocer, del mundo, a la raza humana… mientras ya estoy rehaciendo la bitácora de mis rutas para regresar…